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Literatura, cuanto menos, ficción: "Pero yo sé que sólo hay miedo tras tu huida"

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Había quedado en pasar por mi casa para llevarme un regalo y yo, crédula jovencita de entonces, lo había esperado. Incluso, había dejado de hacer cosas considerando que quería estar presente cuando, antes de ir para su casa, pasara por la mía. ¿Cuándo iba a ser? ¿Durante la semana, a eso de las ocho de la noche? ¿Cuándo iba a ser? ¿Durante el fin de semana? 

- ¿Cuándo vas a estar en tu casa? - me había preguntado. 

Yo lo había mirado extrañada. 

- Suelo estar - musité - ¿Por? 
- Porque voy a pasar a dejarte algo... - dijo, solamente. 

Lo miré, de nuevo, extrañada. 

- ¿Algo como qué, si se puede saber? - le pregunté, sin entender muy bien del todo el punto. 

El bajó la cabeza, muy serio. 

- Un regalo. Te lo prometí - me recordó. 

Negué con la cabeza. 

- No, dejame de hinchar - lo frené. 
- Cumpliste los años, te tengo que hacer un regalo... 
- No, no necesariamente... - musité - En serio, por mí pasá por casa cuando quieras, pero no quiero que pases para dejarme un regalo... 
Sonrió. 

- Pero si ya sabés lo que te voy a regalar... ¿Por qué no querés? 
- Porque no, no quiero... 
- ¿Te da vergüenza? 
- Sí, ademas, no lo veo necesario. 
- Pero yo te quiero regalar algo... ¡No me vas a frenar! 
- Pasá a verme por mi casa, sin bolsas - le advertí.  
- Bueno, el finde paso... ¿estarás?
- Si pasás, avisame y me quedo - reconvine. 
- Pero ¿vas a estar vos? 
- Si vos me decís que vas a venir, me quedo a recibirte ¿cómo me voy a ir? - me reí. 

Me miró, indeciso. 

- Te llamo - prometió. 

Y yo, días después, todavía seguía pensando en su promesa.  ¿Cuándo iría a venir? No quería preguntarlo, pero poco a poco, iba perdiendo la esperanza. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué prometía cosas que luego no iba a cumplir? ¿Qué tenía de malo que un amigo mío, tuviese él la edad que tuviese, me tocara el timbre y me dejara un regalo? Si había venido a mi cumpleaños, conocido a toda mi familia, a mis amigos y hablado con mis padres ¿cuál era el problema? Más allá de que me correspondiera a o no, todavía por esos momentos, yo podía sentir que al menos contaba con su amistad y, precisamente desde ese lugar, no entendía por qué se ponía todo tan difícil. 

A medida que fueron pasando los días, descarté la idea de que viniera. Me decepcioné lo bastante y me frustré, pero no dejé que eso se trasluciera, la siguiente vez que lo ví. Ni siquiera le toqué el tema. 

- Che - se acercó, dudoso - Perdoname, no pude pasar a verte el fin de semana. 
- No hay problema - le dije, solamente. 
- Estuve... con cosas - me explicó. 
- No pasa nada. Yo te dije que no quería que vinieras - ironicé.
- Iba a ir, pero... - suspiró y noté, extrañada, cómo se ponía algo inquieto. 

Me lo quedé mirando, a la espera. 

- ¿Cuándo puedo pasar? - reconvino. 
- Cuando quieras, no sé, no somos malas personas por mi calle. Me avisás, y pasás. Si no estoy, en mi casa, no te van a echar. Te recibirán el paquete - le expliqué. 

Asintió con la cabeza. 

- Igual, voy a pasar cuando estés... 
- Entonces avisame antes de salir - le dije, modificando la estrategia - Para ver si estoy. 
- Bueno - dijo solamente - Lo tengo en casa, ahí, hace un montón, en la bolsa. Lo miro y me acuerdo de vos - argumentó - Digo "ay, la puta madre, se lo tengo que llevar". 

Lo miré, con cierta indiferencia. 

- Como quieras, no pasa nada - le recordé. 
- En serio, te lo voy a dar... 
- No hay problema - repetí. 

Cuando pasaron un par de días, y ya no había vuelto a pasar por casa ni nos habíamos vuelto a ver, mi enojo con aires indiferentes se había convertido en tristeza. En el fondo, su regalo, no importaba; me asombraba su poca solidez en la palabra, el hecho de incumplir dos veces una misma promesa.  Había algo extraño en su comportamiento y no terminaba de entender qué era. No comprendía si la que estaba haciendo algo mal era yo, si esas cosas eran normales entre los amigos o si su vacilación reflejaba cuestionamientos más hondos; porque superficialmente, lo único que quedaba a la vista, era que me estaba fallando y que volvía a sacar el tema para continuar haciéndolo.  

El martes siguiente,  lluvioso, mis compañeros habían organizado una cena. Me había juntado a tomar una cerveza con una amiga antes, había pasado por mi casa para cambiarme y, paradójicamente, acababa de cruzarme en el mismo local de comidas a mi profesor de la antigua universidad, que me miraba y me saludaba, inusualmente. Entré, con una minifalda negra y unas sandalias que había dudado mucho en usar. Dándome cuenta de que Él no estaba allí, me senté con el resto de mis compañeros y esperé a que se largase a llover, aún mismo eso complicase la vuelta a casa, porque necesitaba que algo bueno aminorase la tristeza. 

¿Qué pasaba? Yo intuía, sabía que ocurría algo raro en su comportamiento, pero... ¿Qué le estaba pasando? 

A las cenas, siempre llegaba muy temprano. 
A las casas ajenas, del resto de mis compañeros, no dudaba dos segundos en ir. 
¿Por qué era diferente conmigo? ¿Por qué me juzgaba, al ser joven? 

II 

Sentada de espaldas a la puerta, de repente, se hizo un hondo silencio. Cuando me di vuelta para averiguar qué estaba ocurriendo, lo encontré a mi lado, con un paquete en la mano. En silencio, con una visible tensión, me lo tendió frente a todos. Los demás, se lo quedaron mirando, dando cuenta de que el detalle denotaba una consideración distinta sobre mi persona. Él, pese a ir a los cumpleaños de todos, no se ocupaba de comprarle regalos a nadie y, por lo general, tampoco tenía cara de tragedia griega al entregárselos. 

- Es para vos  - dijo - Te lo traje. 

Lo miré y agarré la bolsa. 

Era de una famosísima librería de Capital Federal, y de adentro, se sentía el olor a libro nuevo. 

- Gracias, no hacía falta - musité. 

Mis compañeros, todavía, en silencio. 

- Es de todos - dijo, mintiéndome, cubriéndose innecesariamente. 

Me dí cuenta que, definitivamente, las cosas se estaban tornando muy extrañas. 

- Bueno, sí, está bien, igual gracias - resumí, solamente mirándolo a Él. 

Unos días después de ese suceso, reunidos en el jardín de la casa de uno de mis compañeros, pensé qué diferencia había entre esa situación y la idea de que llegara a la mía. ¿Por qué no lo hacía, ahora, si unos meses antes había pasado sin decirme nada a dejarme otra novela y no lo habían ametrallado? ¿Qué había cambiado en su consideración, durante todos esos meses? 

- Qué porquería esto - se quejó, estando sentado a mi lado.  Miraba su teléfono, moderno para ese entonces, y se estaba peleando con la aplicación del clima y un pequeño widget que necesitaba poner en la pantalla principal.  Levanté la vista, considerando que lo estaba mirando sentada en el paso, pero preferí no decirle nada - ¿Podés creer que no se mueve? - se quejó, de nuevo, con algo de humor. 

Lo miré de nuevo y le tendí la mano. No planeaba acercarme a su lado. 

- ¿Querés que me fije? - le pregunté. 
- No, está bien, no te hagas problema... - dijo - Es que no se entiende, no sé, ya me fijé un montón de veces. 

Me encogí de hombros. 

- Bueno, andá a configuración y fijate si tiene accesos directos o otras maneras de llevarlo al inicio - le dije. 

Me miró, como si le estuviera hablando en chino. Sonriendo, estiró su mano y me dió su teléfono celular, servido en bandeja. 

- Explicarme a ver cómo se hace, si podés vencerlo - musitó, todavía manteniendo el humor. 
- Vamos a ver - le dije, sin mandarme la parte. 

Y mientras rebuscaba la manera de anclar ese dichoso dibujito de la nube en la pantalla principal de su teléfono, me crucé con un calendario. Y en dicho calendario, me llamó la atención el único nombre femenino de esa lista: Julia. 

¿Y quién corno era ésa Julia? ¿De dónde había salido, quién la conocía? ¿Sería finalmente el nombre de quien lo mantenía ocupado o era momento de pedirle cita al señor, a ver si se hacía unos quince minutos para pasar a verme por mi casa? De pronto, se me hizo un nudo en la garganta y, levanté la vista, desanimada. 

- No sé, no puedo - le dije, tendiéndole el aparatejo. 

Noté que estábamos solos en el patio, porque el resto de los participantes de la reunión se habían dividido entre ir al almacén y poner el agua para el mate. Eso, lejos de parecerme algo positivo, me angustió. ¿Cómo iba a disimular los celos, la incertidumbre, el enojo y la tristeza de saber que, efectivamente, podía estar saliendo con otra mujer y yo había sido incapaz de notarlo? 

- ¿No podés? - me miró, extrañado. 
- No, no puedo - le dije, y me lo quedé mirando, pensativa. 

Siguió intentándolo, con la misma naturalidad de los cinco minutos antecedentes, y me miré las manos. 

- Me parece que no estás tan canchera con la tecnología, eh - me toreó. 

Lo miré retornando al mundo real, posible, lejano a mis cavilaciones. ¿Quién era Julia, por qué era tan importante en su vida como para incluirla en un calendario, por qué tenía tiempo para ella y para mí, no? Seguramente de mí pretendía esconderse, y de ella, por su parte, acordarse sin falta. 

- Es raro ese teléfono - observé. 
- O vos no estás canchera - se rió, acercándose un poco, aún estando sentado en la silla y yo mirándolo todavía desde el suelo. 

Me acerqué, dejando a un lado la rabia por un momento y le indiqué: 

- Tenés que hacer ésto, ésto y ésto, para mí - tocando la pantalla de su celular, volví a llevarme puesto el nombre. 

Cuando levanté la cabeza, me estaba mirando. 

- Lo hago y no funciona. Seguramente, no sabés tanto - sonrió. 
- No, no debo saber... 
- No te la compliques. Las cosas, a veces, son más fáciles de lo que parecen... - admitió. 

Cuando volví a mirarlo, me pareció que ya no estábamos hablando de su celular. 

- Pensé que si lo intentaba un par de veces, iba a andar... Pero no, no debo saber cómo se usan del todo estos celulares nuevos... - dije. 
- Por eso, no te la compliques... - insistió - Lo dejamos así, y yastá. 
- Sí, hay que dejarlo así, y  yastá - consideré. 

III 

Con mi cámara en mano, andaba sacando fotos durante esa tarde, tal y como me habían pedido. 

- A ver, *** - le dije, suavemente - ponete que te saco una foto. 
- No, no quiero - dijo, de mala gana. 
- Es una foto nada más... 
- No me gustan las fotos...
- ¡Dale, boludo, nos sacó fotos a todos! - le gritó, de lejos, uno de los nuestros. 

¿Todo lo que yo hacía le molestaba? 

- Bueno, como quieras - musité. 
- Sacame, dale. 

Se acomodó, serio. 
Le tomé la foto. 

- ¿Y? 
- Saliste muy serio... 
- No me gusta que me saquen fotos... - dijo. 
- No te saco más - le avisé. 

Se me quedó mirando, a lo lejos, mientras le sacaba fotos al resto de mis compañeros. Ninguno había tenido semejante problemas con algo tan simple. Y, un rato después, mientras estaba sentaba en una silla y seguía ayudando con ciertas labores a mis compañeros, Él vino a sentarse a mi lado. 

- ¿Tomás mate?
- No - dije. 
- Ah, bueno... - bajó la vista. 

Lo miré, de reojo. 

- ¿Querés tomar? 
- Si vos tomás... 
- Yo no quería tomar sola, por eso. 
- Bueno, dale, yo te acompaño - me alentó. 

Le cebé algunos mates y conversamos brevemente. 

- ¿Te asustaste el otro día, cuando te robaron? ¿Dónde fue? ¿Qué estabas haciendo en el Centro? 
- Sí, la pasé mal, porque me quedé sin un peso. Estaba almorzando con mi mejor amiga. Habíamos ido a hacer trámites. 

Puso cara de amargura. 

- Qué hijos de puta... ¿Te hicieron algo más? 

Negué con la cabeza. 

- No, por suerte, no. 
- Y... - dudó - ¿en qué zona fue? 
- Pleno Microcentro, cerca de ****. 
- Ah, yo estoy muy cerca, muy cerca de ahí - comentó. 

Me pregunté qué sentido tenía su comentario, a quién le importaba. 

- Che, ustedes dos, no están haciendo nada, se la pasan hablando - saltó, recriminándoselo a Él en especial, el molestísimo Pedro. 
- Estaba hablando con ella, boludo, no ves que la asaltaron el otro día - argumentó, Él. 

Pedro me miró. 

- ¿Qué te paso? 
- Me asaltaron en el Centro. Me dejaron sin un peso.  
- Uh, qué cagada... ¿Pero todo bien, no? - dijo Pedro. 

Asentí con la cabeza, dando por terminada la intervención. 

Él, a todo esto, siguió pintando, es decir, haciendo lo que correspondía. La intervención del Paladín de la Justicia había tenido efecto. A los pocos minutos, sin embargo, levantó la cabeza: 

- ¿Me vas a convidar un mate? 
- Pensé que estabas pintando - le cebé uno y se lo pasé. 

Lo tomó, con total naturalidad. Pensé que era lindo, con esa cara de criatura inocente, chupando mate. 

- ¿Tenés que ir a la facultad por ahí? - me preguntó, como si hubiera seguido trajinando en su mente. 

Negué con la cabeza, sin sospechar el vuelto que estaban por dar los planes que parecían tan seguros a nivel académico. 

- Pedí otra sede para terminar el Ciclo Básico y ninguna es por Microcentro.  Me la tienen que conceder una o la otra - le expliqué, sin decirle cuáles eran. 

- Ummm - asintió de nuevo con la cabeza, pensativo - Gracias por el mate - sonrió.

 Permanecí callada, permanecí mirándolo. 

¿Quién era Julia? 

IV

*varios meses después

- Voy a presentarte a una amiga de toda la vida - dijo - Ella es Julia - la saludé, sin poder evitarlo, con el desagrado atrasado - Te presento a Veinte - le indicó. 

Nos miró, intermitentemente. 

- ¿Vos sos amiga del Negrito? - me preguntó, en seguida, la señora de las cuatro décadas. 

Mofé. 

- Compañera, amiga, sí, no sé...  - resalté. 
- Qué jovencita que sos, mi amor... 

De mal, pasó a caerme peor. 

- Gracias - ironicé. 
- Si yo tuviera tu edad, sabés qué... Sos muy linda. Tenés que aprovechar la juventud, linda, tenés que aprovecharla. ¿No te aburrís acá, con ellos? 

De peor, pasó a caerme mega-mal. 

- No, la verdad que no - evidencié. 
- Yo hace muchos años que lo conozco al Negrito. Me dijo de venir, aunque no conozco a nadie más en todo el cumpleaños. 

Le hice un gesto de despreocupación. 

- ¿Vos conocés al cumpleañero? - me preguntó. 

Asentí con la cabeza. 

- Qué divina, tan joven, en un cumpleaños de todos viejos... - se carcajeó. Yo la miré, pensé que era lo bastante idiota y me quedé callada. En cuanto pude, me levanté y me acerqué a la mesa, para servirme un trago. 

Vino el cumpleañero en cuestión, bastante tira tiros.

- ¿Qué viene a buscar, jovencita? - me miró, con perspicacia. 

Él nos miró, orbitando la conversación. 

- Bebida, jovencito - lo toreé. 
- ¿Qué te preparo? - me sonrió - ¿Cerveza, Campari, vino? Elegí, mirá, hay muchas opciones... 

Dudé. 

- Cerveza... 
- ¿Segura, eso? 
- Sí, si - lo miré, mientras me servía - Gracias, joven - me atajé. 
- De nada, belleza, que lo disfrutes - musitó.  

Él se acercó, a interrumpir la charla. 

- ¿Qué estás tomando? - me preguntó. 
- Cerveza - le señalé. 
- Dejá de tomar - suspiró - Todo el día tomando, todo el día tomando - parodió. 

Julia, la dichosa, también se sumó al cuarteto. 

- No inventes...  dije y ella me interrumpió. 
- ¡Negrito, me vas a buscar un trago! - le pidió, en un gesto suplicante. 
- Sos rompe, eh - se carcajeó, pero fue, el muy pollerudo, fue. 

Lo miré, intermitentemente, alejarse. Pensé que no en vano ya desde el primer momento ese nombre me había despertado los celos. 

- ¿Y vos, nena, qué estás tomando? 
- Una birra - le expliqué, por tercera vez. 
- ¿Qué hay en la barra? 
- Andá, porque es variado - le indiqué. 

Andá, sí, andá y tirate detrás de las botellas, ridícula, recuerdo que pensé. 

Los mire, en perspectiva, trajinando. Él no parecía estar en otra actitud, pero en ella, había un apego y una cercanía que no me gustaban para nada. 

Me alejé, dándome por vencida, hacia una hamaca paraguaya. 

Vino a sentarse al rato, cerca. 

- Levantate de ahí, borracha - la empezó. 
- No empecemos... - dije. 
- ¿Te sentís mal? 
- No, estoy bien... 
- Tomaste mucho... 
- No, no - insistí. 

Recostada en la hamaca, lo miré, de refilón. No me sacaba los ojos de encima, aún mismo, estuviese Julia ahí. ¿Y si realmente era su amiga, si Él la veía como la amiga de su infancia? 

(...) 

- Vos sos un mentiroso. Decís una cosa y hacés otra - argumenté, en relación a otro tema. 
- No te miento - me dijo. 

Yo seguí recostada con cierta indiferencia. 

- Te voy a dar vuelta la hamaca... - me amenazó. 
- Y yo, te voy a bajar lo dientes - le dije, y se rió. 

Julia nos miró de reojo, bebiendo, desde atrás. 
Él extendió la mano, pero no llegó a tocarme. 

Unos minutos después, lo explicitó. 

- Dame la mano. 
- No, salí de acá. 
- Encima de borracha, mala. 
- Nunca me lees, cobarde. 
- Siempre te leo. 
- No me mientas, te da miedo leerme, te doy miedo - le dije. 

Se rió, más relajado, gracias al alcohol. 

- No, no me das miedo. Siempre te leo. A la noche, cuando no me puedo dormir. En serio. Sé todo lo que dice en esa página. 

Mofé. 

- A vos mi escritura te da miedo... - dije. 
- Dame la mano, guacha - musitó. 

Se la extendí. 

- Sos vaga, todo el día acostada ahí - me sonrió, sosteniéndome la palma. 
- Sos San Cayetano, vos, dale... - mofé. 

(...) 

- Negro, negro, vení acá - lo llamó, como una nenita - ¿no tenés a nadie para presentarme? 
- ¿Cómo te voy a presentar, yo? 
- No sé, vos sabés... 
- No sé, fijate vos... - le dijo, relajado. 

Yo la miré y bebí, sin decir nada. 
Él lo notó. 

- Yo quiero a un hombre que me quiera, Negro, dale, vos sabés... 
- No, no sé, boluda - le dijo. 

Ya a esa altura yo le quería conseguir un burro, para montarla encima, y mandarla derechito al Desierto. De seguro allí, si todavía quedaba alguien, tendría mucho amor para darle. 

- No es que pretendo nada serio, pero me gustaría tener un hijo. Después, si al tipo no lo veo más, no importa... - arguyó. 

¿Qué más serio que una criaturita? 

- Salí, eh, a mí no me mires - le dijo, Él. 

Ella se rió. 

- Tarado... - le contestó - Vos, nena, buscate a un tipo que te trate bien, que te quiera, haceme caso...  - dijo. 

" El tipo que te estás intentando levantar, atrevida, es el tipo con el que tengo la duda " pensé. 

Él me miró. Le devolví la mirada con ciertos aires de desconcierto. Realmente, me costaba entender que fuera tan ridícula. 

- No creo que se trate de buscar - le contesté. 
- Vos, Negro, igual - le dijo a Él  - ponete las pilas. 
- Dejame de joder, boluda, qué te pasa. Andá por otro lado a buscar... 

Me miró. Terminé mi vaso de bebida y fui a dejarlo sobre la barra montada en el hermoso jardín trasero de mi vecino. 

- Vieja de mierda - murmuré. 

(...) 

- Che, yo me voy - me dijo - ¿Vamos? 
- No, está bien. 
- Vení un cachito - reconvino. 

Nos alejamos, en una esquina del patio. 

- La está pasando mal. Acaba de separarse. Me mandó un mail, re deprimida, y pensé que le iba a hacer bien venir a la fiesta. No sé qué le pasa... 

Lo miré, sin entender de dónde venían las explicaciones. 

- Qué lastima...  - argumenté, secamente. 

Se rió. 

- No seas hija de puta... 
- ¿Por? 
- Porque lo decís con una cara... 
- Guarda que a vos te van a encajar un pibito, eh...  - le advertí. 
- No, estás loca vos... 
- Cuidate, por favor, cui-da-te... Lo único que te falta, si no. 
- Shhhh, vos cuidate, vos...  - bromeó - Dale, vamos, vamos -  me fui llevando hacia la entrada - Las llevo a ella, también, no la puedo dejar sola. Está en pedo, la boluda. 

Me encogí de hombros. 

- Yo me voy sola, mejor... No me dá ir - me acerqué a darle un beso. 
- No, vos te venís conmigo. 
- ¿Y con la ebria...? - ironicé. 

Se rió, sin poder contenerse. 

- Por hija de puta, ahora, me vas a dejar que te lleve. Dale, sé buena... Ya te expliqué, dale, la está pasando mal... 
- Y yo entiendo eso. No tenés obligación de alcanzarme a mí, enfocate en ella. ¿La está pasando mal, no? Bueno, quizá necesitan hablar entre ustedes - le dije, poniéndome más empática.

Sonrió.

- Pero no, vos vení... Dame una mano, dale, que sólo es una cagada... 
- ¿De qué te quejás, si es tu amiga? ¡No seas mal amigo!
- No soy mal amigo, pero veni, dale. 

Revoleé los ojos.  Me subí al auto de mala gana, con la ebria. Durante aquéllas cuadras que se me hicieron eternas, no emití sonidos. Así, cuando llegué a mi casa, bajé del auto, y pasé por al lado de Él. 

- Chau a ambos - les dije, de lejos, apunto de empezar a caminar, hacia la puerta.

Él sacó un brazo por por la ventana.

- ¡Para, pará, veniii! - dijo, sin poder evitarlo. 
- Chau, Julia, nos vemos - seguí, sin darle pelota.
- ¡Chau hermosa, y haceme caso, buscate a un hombre bueno, aprovechá que sos hermosa y joven! - la siguió.

Además de pesada, parecía anhelar un poquito la idea de la juventud. Yo no le di importancia y seguí caminando, hasta dar la vuelta.

- Pará, saludame, dame un beso, vení - insistió, Él. 

Y ese gesto, desbocado, me sorprendió para mejor. Nunca me había pedido afecto de esa forma, nunca me lo había remarcado tanto. Era obvio que algo, todavía incierto, estaba ocurriendo. Faltaban solamente dos o tres semanas para averiguarlo, pero no lo sabía yo, ni tampoco, Él mismo.  Así que me asomé a la cabina y lo besé en la mejilla, todavía esa noche, sin sospechar que faltaba poquito para el primer beso.  No hice lo mismo con ella, que vivía a pocas cuadras, saludándola con la mano.

Él retuvo un segundo más... 

- ¿Vas a la facultad, esta semana? 
- Sí 
- Llamame el martes. Dale, así arreglamos - dijo. 
- Vemos, sí - reconvine. 
- Llamame dale. 
- Te llamo, está bien - insistí.
- ¿Nos vemos el martes?
- El martes vemos, dale - lo frené. 

Mentalmente, le mandé un besito grande a Julia. 

V

*unas dichosas semanas después. 

- ¿Vos te estás acostando con esa Julia, no? - le pregunté, una noche. 
- ¿Con Julia? ¿Estás en pedo? - se rió. 
- Sí, con esa... - lo miré, sin un mínimo de gracia.

Sentando frente a mí, me miraba desconcertado.

- No, por Dios, nena, es mi amiga... 
- Amiga, dale. 
- ¡Pero si no te acordás que te dije que mi amiga de toda la vida!
- ¿Y? Una cosa no quita la otra...
 - Pero sí... ¿Cómo me voy a estar acostando con ella? ¿Estás loca?
- ¿Y por qué no podría ser así? ¿Es una mujer o una piedra? Es una mujer...
- Ya sé, pero no es así - me miró, con ternura - Nosotros dos dormíamos juntos cuando éramos chicos... 
- Ah, arrancaron temprano - ironicé.

Sonrió, aguantando la risa.

- Es como una prima, no sé, es familia... Yo la veo como si fuera de mi familia, no me voy a acostar con ella. 

Lo miré. 

- Le gustás - espeté. 
- ¿Quéeeee? ¡Estás loca! Es mi amiga.
- Está "Negrito, Negrito, Negrito" - la imité - Como mujer te lo digo, le gustás.

Se rió.

- No- me - acosté - con - ella - repitió. 
- Mirá, en serio va esto: si vos te acostaste con ella o si está pasando algo con ella,  por favor te lo pido, no me mientas. Decimelo ahora, por favor, no me mientas. Yo te prometo que no voy a reaccionar mal, pero lo único que quiero es que vos no me mientras durante ésta charla. Quedamos en ser sinceros... - le pedí.

Mirándome con ternura, se acercó más a mí y me habló con calma.

- No pasa nada con ella. ¿Me creés? No pasa nada. Nosotros somos amigos desde hace muchos años. Desde que éramos chicos, sabés las de anécdotas que tenemos juntos. Es una piba buena, Juli, pero es mi amiga. Nunca tuve nada con ella, ni siquiera, antes. Ella está ahora de nuevo con el marido, además, viendo si se puede reconciliar... - me comentó.

Bajé la cabeza.

- Vos me decís que ella se está por juntar de nuevo con el marido, y a mí, en el evento pasado, me vinieron a decir que vos y ella se estaban acostando. E imaginate, está todo el tiempo encima tuyo, te toca todo el tiempo... ¡TE TOCA! - esgrimí - Para mí, la mina esa te tiene todas las ganas, más allá de todo... 

Se rió.

- No me toca, Veinte... Es así.
- ¿Vos también sos así, me tocás porque sos así? - le pregunté.

Me miró, con intensidad. 

- Qué caliente que estás, cabrona. 
- ¿Ella te gusta? En serio, podés decírmelo. Necesito saber. 
- Noooooooo- me aclaró. 
- ¿Seguro? 
- Sí - dudó - ¿Quién fue el hijo de puta que te dijo eso? 
- ¿Qué te importa? Yo sola puedo notar estas cosas... - distorcioné los hechos un poco. 
- Es que te dijo cualquiera, no le creas... Qué hijos de puta que son... 
- ¿Quién fue el pelotudo que me contó el secretito, no? 

Sacudió la cabeza. 

- ¿Me estás hablando en serio? ¡Nooooo! 
- Sí, me dijeron eso...  ¿Qué querés que te diga? 
- Nada que ver con ella, nada que ver. Ella no me gusta, no pasa nada. Nunca pasó nada. No me estoy acostando con ella. 

Suspiré. 

-  ¿Sabés la cantidad de años que hace que la conozco a Julia? 
- Un día ví que tenías agendado con ella un evento... La tenés presente, veo. 
- !Porque si no lo agendo me olvido...! Tengo muchos quilombos en la cabeza, muchas veces, con la oficina. Entonces, me agendo las cosas, porque como buen viejo que soy, sino, me las olvido. Y cuando salgo, salgo desgastado, pensando en otro montón de cosas... En otros temas... 

Me miró, con intensidad. 

- ¿Soy uno, no? - le dije, juguetona - A mi, como soy la peste, no me agendás en tu calendario de compromisos... 

Se rió, suspirando.  

- Sos tan pero tan jodida... - suspiró - ¿Así que estabas encabronada re mal por eso? 

Negué con la cabeza.
No estaba enojada, yo estaba celosa.  

(...) 

- ¿Cuando te referís a que hubo un momento donde ibas y venías, cuenta lo del libro? 

Sonrió. 

- Sí - lo recordó. 

- Me podés explicar, ya que nos estamos sincerando hoy, ¿qué pasó ahí? 

- Nunca se me complicó. Bah, sí, yo no sabía qué hacer... Si ir o no ir a tu casa, entonces te decía que iba a pasar, pero después llegaba a mi casa, miraba la bolsa y no podía. Te lo juro. 
-  ¿Por? 
- Porque estaba muy confundido con vos... 
- Te juro que yo pensé que tenía una peste. Me esquivabas y después volvías y me decías las cosas. Merecías que te pegue una trompada - me reí.  

Se rió, a la vez. 

- No, es que no sabía qué hacer. 
- Como si viniendo a mi casa yo me fuera a casar con vos... 
- No, es que... No podía. Iba más allá de eso, era por otra cosa. Es muy difícil para mi. Tenía miedo de ir a tu casa, tenía cagazo de que tus viejos me sacaran cagando ¿entendés? Pensé que no tenía que ir, que no estaba bien... 
- Igual que con todo - le dije, con cierta crueldad - Con mi cumpleaños, pasó igual. 
- No, pará, ahí fui. 
- Bueno, me alegro por vos... 

Suspiró. 

- Lo que quiero decir es que ahí te prometí algo y te lo cumplí. 
- No es el hecho, también cuenta el modo. ¿Por qué te cuesta todo tanto conmigo? Si no lo sentís no lo tenés que hacer. No importa si yo sufro, no lo hagas para darme el gusto, porque yo me confundo, si no, pienso que te importa... 

Negó con la cabeza, sonriéndome. 

- No lo hago para darte el gusto. Lo hice porque quería. Fui a tu cumpleaños, porque quería. Es más ¿sabés qué? Me escapé de una cena para estar en tu cumpleaños... No te lo iba a decir, pero ¿te das cuenta que quería ir? 
- ¿Cómo que te escapaste? 
- Sí, porque estaba comiendo con mi hermano y mi papá. Había llegado de la oficina decidido a no ir, pese a lo que te había dicho. Es más, llegué, me puse re croto y fui a buscar a mi papá para comer, y después, se sumó mi hermano. 

Me quedé pasmada. Había trazado todo un plan de evasión. 

- Sí, yo te ví con tu papá, un rato antes. Vos no me viste. 

(...) 

- Estábamos cenando, lo más bien y ... - suspiró - agarré, me levanté de la mesa, agarré las llaves del auto y  me fui hasta tu casa. Así, no me importó si estaba medio croto. Yo te había dicho que iba a ir y bueno... Tenía que ir. 

Repensé ese día, y encontré detalles que encajaban. 

- ¿Porque querías o porque me lo habías prometido? 
- Porque quería... 

Sonreí. 

- No podés negar que tan confundido, en el fondo, no estás conmigo... - me reí. 
- Sos muy brava, vos, muy muy brava. 
- Y vos sentís que soy una pestecita... - bromeé. 

Nos quedamos mirándonos, expeliendo atracción mutua hasta llenar el ambiente. 

Por suerte, esa vez, no estaba Julia. Por suerte, esa vez, tampoco estaba el compañero que me había ido con el cuento, y al mismo tiempo,me había ofrecido "un viaje de placer". Por suerte, ésa vez, no había intermediarios.

Finalmente habíamos dado con una pequeñita tregua, donde "la felicidad era un disparo" y esa vez, le tocaba al miedo sobrellevar las heridas. 

El chasquido letal

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- La cosa es que con él las cosas son así, mamá - la miré, amablemente. 
- Y bueno, Veinte, qué vas a hacer... 
- Y nada, mami ¿qué voy a hacer? 

Sonrió. 

- No me puedo enamorar naturalmente, imaginate a la fuerza - ironicé. 

Me miró, pero no le dió mucha importancia al comentario. 

- No es fácil enamorarse... - me dijo - Cuesta conocer a una persona, no es como ahora se plantea, todo así, así, así - hizo un gesto propio de una secuencia imparable. 

Medité sus palabras. 

- No sé, yo las veces que me enamoré - me quedé callada - bah, la vez que me enamoré... Lejos estuvo de ser algo pensado. Al contrario.  
- ¿Cómo sabés que te enamoraste? - me preguntó, un tanto a la defensiva. 

Sacudí la cabeza, sin poder argumentar con firmeza algo que, sin embargo, había sentido con tanta intensidad. 

- Esas cosas no se saben con certeza, son contrafácticas. Se sienten. 
- Pero ¿y vos cómo sabés que te enamoraste? - insistió. 

El tema no es que yo me haya enamorado una vez, sino, más bien, el tema sigue siendo de quién me enamoré aquélla vez. Eso es lo que mi madre nunca ha aceptado y que, aunque le ponga toda su voluntad, nunca va a poder aceptar de mí. 

- ¿Por qué lo decís? 
- Porque a veces a uno le parece que se enamora, pero después, si se le da estar con la persona, descubre que no es lo que quería. 
- ¿Y eso quita el sentimiento o lo modifica? - le pregunté. 
- Eso no es estar enamorado... 
- ¿Y qué es estar enamorado? - le pregunté. 

Dudó. 

- No sé, así, universalmente... No es que uno se enamora de cualquier persona... 
- Es cierto... Pero ¿quién puede decir lo que es el amor? Imaginate que uno no sabe lo que se siente, que no está seguro si es eso, y vos ya  creés que sabes lo que yo sentí... - dije, mofando.  

Se rió, y me revoleó los ojos. 

- Bueno, pero el amor es una cosa... Vos te das cuenta. 
- El amor es subjetivo, mamá - argumenté, con tenedor en mano - Es como la Justicia, la Verdad, el Miedo. ¿Qué son todas esas cuestiones? ¿Quién las puede catalogar? Van en la vivencia. Y, obviamente, el amor es vivencia. 

(...) 

- Por eso, a veces, pienso que no me puedo fijar en él - consideré, hablando de un chico con mi madre - Sé que no me quiere solamente para tener sexo y listo, lo sé eh, pero inclusive siendo de esa manera... No puedo. 

- Son extrañas las relaciones... - se rió - Igualmente, vos, siempre, tenés algún pretendiente. 
- Para *** están todos, mami - espeté. 
- Sí, eso es cierto. En mi época, por lo menos, uno se conocía un poco más con la persona. O lo conocía de los amigos, de los ámbitos que frecuentaba, en la parada del colectivo... Ahora... 

Asentí con la cabeza. 

- Es distinto, sí. 
- Sí, nada que ver. 
- Pero no por eso implica que uno se tenga que quedar con el primero que encuentre - argumenté - ¿O te pensás que soy tonta? Sé que otra piba quisiera tener a un pibe como él, ahí, viendo siempre qué onda, pero yo siento que le falta profundidad. No es de mi palo, mamá. 
- Pero... - dudó - Hablás como si no te merecieras una persona así. 
- Te estoy diciendo que, aunque le sobren facilidades para su vida, yo no conecto. Sé que es bueno, sé que es de buena familia, sé que tiene un futuro super brillante, que el pibe quiere compartir conmigo sus cosas; pero... - me la quedé mirando - no me gusta como hombre, me gusta como amigo, creo. Es distinto a mí, pero distinto en serio. ¿Y sabés por qué? Porque cuando yo le cuento las veces que me sacrifiqué o me sacrifico por las cosas, o la idea de sacrifico que tengo sobre la vida, siento que él no la entiende. La tuvo fácil, las tiene fácil, en este aspecto. ¿Y cómo logro empatizar con una persona que siento ajena? 

Me escuchó con atención. 

- Pero a vos se te pegan, hija. 
- Sí, son mi karma. 
- Pero, por más que tengan mejores posibilidades que vos, o vengan de familias que estén en una mejor posición que nosotros ¿cuál es el problema? Si te quieren, que te quieran así. No sos menos. 
- Por descontado que no soy menos. Pero, si llego a progresar, quiero que sea a través de mi identidad. Éso es lo que yo no quiero perder, por nadie, ni por nada. Y mi identidad es el sacrificio por todo lo que quiero, el romperse el alma para todo. Por eso, cuando a mí me cuentan otras realidades, muchas veces, y yo les cuento cosas que para nosotros son normales, éste pibe por ejemplo, me dice "ay, qué linda sos". ¿Y qué hago yo con ser linda, eh? Le estoy hablando de algo mucho más profundo y no lo vé y éso a largo plazo es el que no entienda todo lo que para mí significa progresar dignamente.. - argumenté, con firmeza - Porque ¿cómo le explico a un pibe que me dice "viajar a Europa va más allá de la guita para mí", que ir a ése mismo lugar para mí es lo más groso del mundo en el que yo vivo? ¿No entendés? Los parámetros son otros. 

- Ummm - dijo, mi madre, atenta. 

Chasqué los dedos, sucesivamente.

- Ésto le falta, mamá, ésto - seguí con mi chasquido de dedos - Y eso no te lo dan las propiedades de tu papá, ni el título de Abogado, ni la facultad y tus súper amigos los Doctorcitos ni una mierda - me quejé. 

- Pero, ¿qué tiene de malo? El día de mañana, a vos también te pueden llamar Licenciada. 
- Pero yo antes voy a ser siempre Veinteava y me va a dar verguenza ajena que me llamen así, porque todos sabemos que es una cuestión idiota, que todo es normativa social... Una cuestión de status que no dá esto - volví a hacerle sucesivos chasquidos. 

- Sos terrible... Son como tu papá, ustedes, - dijo en referencia a mis hermanas y a mí. 
- Sí, tenemos carácter. Pero ustedes nos han criado así, dispuestas a hacerles frente a las cosas. Por eso, al lado mío, necesito a una persona de carácter... Y me choca que mientras yo tengo una forma de pensar más acentuada a los veintitrés años, él, casi a los treinta, me hable de dibujitos.... ¿Qué, me está cargando? 
- Y... pero ¿qué tiene de malo? 
- Que los dibujitos tienen la vida resulta por los guionistas. Nosotros dos, no. 

Se rió. 

- Bueno, pero vos hablás de libros. 
- Pero yo no hablo con un tipo en una cita de la Cenicienta o los Tres Chanchitos. No se me ocurre hablar con un tipo, para seducirlo, llegado el caso, de cuántos enanos acompañaban a Blancanieves.  ¡ÉL ME CUENTA DE SUPERHÉROES TODO EL TIEMPO! Yo lo banco un ratito, pero me cuenta todo el tiempo y te juro que no entiendo nada, y le pongo onda, pero no me importa en el fondo... ¿No le gusta algo más acorde a su edad? 

Se rió. 

- Bueno, pero mirá Urtubey... es igual. 
- ¡Y sí, es igual, también le falta ésto! - le dije, haciendo el chasquido. 
- Y sí, eso sí... 
-  No es que yo soy jodida. No pido un intelectual. Me gustaría una persona con el que las cosas fluyan mejor. ¿Te acordás lo que hizo Martín por ***? - le pregunté, mencionando a mi cuñado y a mi hermana. 

Mi madre lo pensó un momento. 

- ¿Cuándo? 
- Con lo del examen... 
- ¿Qué examen? 
- Ellos recién estaban empezando, los primeros meses desde que salían. *** había salido llorando de un recuperatorio, al pasillo, porque la habían humillado en la mesa de examen. ¿Y qué hizo Martín? 

Se rió. 

- El tipo agarró, la frenó en ese momento de bajón para ella, y le dijo "vos te vas a sonar la nariz y vas a volver a entrar al repechaje, porque vos estudiaste. Dale, después llorás, ahora vas a ir ahí y vas a aprobar" - le relaté - Y *** fue, y encima, aprobó. ¿Te das cuenta? Es una cuestión de tener al lado a una persona que tenga su carácter, que uno no tenga que andar despertando todo el tiempo... Una persona que te ayude cuando vos estás más vulnerable pero que, también, te haga pensar, te ayude a cuestionarte y te permita acercarte y ayudarlo sin sentir que te tenés que convertir en una segunda mamá...  - le confesé - *** no tenía carácter a la vista, y sin embargo, con Martín, eso lo sacó adelante y ahora nadie la pasa por encima... Pero no se hubieran entendido si no hubiera sido de otra manera, si uno hubiera tenido que andar despertando al otro siempre - acordé. 

Mi madre hizo cara, meditando al respecto. 

- Así que, el día donde yo encuentre una persona con la que pueda pensar conjuntamente, con la que me sienta al mismo nivel, con la que me entienda... - suspiré - ¿Sabés qué? - me reí, imaginándolo - Nos vamos a sacar chispas, pero me va a encantar que tenga un criterio sólido para hacerme frente y que yo pueda cuestionarlo, y que me cuestione, y que aprendamos uno del otro y que tenga ésto - chasqué los dedos, varias veces. 













Sábado de tormenta

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- ¿Hoy a la noche te vas? - me preguntó mi padre. 
- Sí, sí. 

(...) 

- ¿Qué están de moda, últimamente? ¿Los jovenes o los viejos? - me preguntó. 
- Ninguno de los dos. Se me pegan los pendejos, pero tengo la espátula a mano. 
- ¿Y los viejos? 
- Ya ni cuentan - musité. 

Seguí preparando el mate. 

- ¿Y qué vas a hacer? 
- ¿Con qué? 
- Digo, ¿y si no llega tu príncipe azul? Digo, si más adelante querés tener tus hijos, y esas cosas, se te va a pasar el tiempo esperando... Y quizá haya otras personas buenas, no sé, que sean buena madera más allá de que no sean profesionales como vas a ser vos o que no lean tanto como vos - consideró. 
- Nadie lo está esperando... - sonreí - Además, no me importa si no lee como yo. Pasa por otro lado... 
- Pero, no sé, quizá tenés demasiadas pretensiones... - musitó. 

Negué con la cabeza. 

- La única pretensión es entenderme. Y, siempre me pasa lo mismo con eso, yo no me entiendo. Igual, es mi culpa, papá, estoy desajustada. Tengo una cabeza que no se corresponde con la etapa de mi vida, con mi grupo de pertenencia, con los intereses de mi generación. Conozco chicos jovenes, pero les falta esa experiencia... - musité - Y cuando conozco un tipo grande, con el que mi cabeza da saltitos de alegria, con el que me entiendo mucho mejor, está en otra etapa de su vida, le pasan otras cosas... En definitiva, nunca logro encontrarme. 

Me hizo un gesto de asentimiento preciso. 

- Pero... - repensó - ¿A qué te referís con etapa de la vida? 
- Con la etapa de la vida, papá. Yo puedo estar estudiando, formándome, saliendo con mis amigos, pero en otro aspecto mi cabeza es distinta. Lo que pasa es que no encuentro a la persona con la que me entienda y no sienta que nunca nos vamos a encontrar... 

- Lo que tiene el pibe joven es que siempre le va a faltar aquello que el viejo tiene. Un viejo, por más pelotudo que sea, no es un zapato nuevo - meditó - No creo, honestamente, que vos estés con un zapato nuevo. Para mí, necesitás una persona curtida, con zapatillas gastadas - deslizó - Y aunque tu madre diga de los viejos, yo te apoyo, vos ya sabés eso. 

Le puse cara de nada. Francamente, al respecto, todos los preceptos y las cosas que consideraba tener como ciertas, desde hace un tiempo, se fueron desmoronando. Me encuentro en blanco, en un blanco que es silencio y ausencia, desinterés, pero no me animé a decírselo a mi padre. 

- Sí, sí. Todo bien, igual - lo corté, en seco. 
- Te voy a hacer una pregunta y pensá antes de responderme - me advirtió - No me respondas con una boludez, eh. 

Sonreí. 

- A ver, dale - le dije, sentándome. 
- ¿Qué pasa si te encontrás con un hombre que te lleva veinte años, por ejemplo, pero con el que te entendés y te gusta, y vos le gustás, pero te dice que sos demasiado joven, que no puede estar con vos porque sos demasiado joven, porque le da inseguridad, porque no se la banca? - preguntó. 

Se me hizo un nudo en la garganta. Un nudo muy muy muy fuerte en la garganta. 

Negué con la cabeza. 

- Puede pasar, eh. Y más con una piba como vos. Los hombres, en el fondo, son inseguros. Y te puede pasar que te enamores de un tipo que sea inseguro. ¿Qué harías? 
- Nada... 
- ¿Cómo que nada? 
- Ya me pasó, papá - musité. 

Mi papá, el pobre, se quedó atónito. 

- Y me la tuve que bancar - añadí - Porque si le da miedo que sea joven, y que lo deje, y por eso no quiere estar conmigo ¿qué voy a hacer? No puedo envejecer... 

- ¿Cuántos años tenía? ¿Treinta, cuarenta, mi edad? - me preguntó. 
-  Cuarenta en adelante... 
- ¿Y vos le dijiste o él te dijo? 
- Un poco y un poco, aunque yo fui la que puse las cartas sobre la mesa. 
- ¿Histeriquearon? 
- Un poco... Igual, yo soy más concreta. Le dije lo que me estaba pasando sin vueltas, porque no me gusta sentirme así. 

Mi padre se rió. 

- ¿Y él? 
- Al principio, yo era la pendeja, la pendeja, la chica joven con la que nunca le iba a pasar nada. Después, cambió, cuando lo senté a hablar y me hice entender un poco mejor. Ahí, supongo, se asustó. 

- ¿Y? ¿No se dieron la oportunidad? 
- Sí, sí.  Yo quise dársela, por eso se lo dije en su momento. Pero él no se la dió para si mismo, entonces, no sé, más allá de todo, no funcionó. Tienen una cabeza formulada, ya, y se ve que a algunas personas les cuesta mucho asumir o cambiar su manera de pensar. Lo mismo, si están con alguien más joven. 

- Es que, a veces, no es fácil porque ven que sos una piba joven, bella, independiente, y si son inseguros es peor, porque van a pensar todo el tiempo que todos se quieren comer a su pareja... Es difícil para un tipo más grande, pese a la experiencia que tenga, una situación así. 

Le puse cara, es decir, mi cara de decepción formal. 

- ¿Vos me preguntaste que haría? Bueno, es lo que hago ahora, hacer mi vida...  - le confirmé - Más allá de que la otra persona te diga que sos muy joven, y que esté re asustado, si uno le dice que no tenga miedo, que prueben, que estén juntos, y el otro insiste con que sos joven, todo el tiempo... - lo miré, con hartazgo - Qué se yo... 

Fui a buscar un libro que había dejado olvidado para traerlo a la mesa, dando cuenta que no quería hablar más. Disipé el nudo en la garganta. 

- Eso es cagazo... - musitó, en cuanto volví. 
- Sí, ya sé. 
- ¿Y no le dijiste que lo sabías? 
- Sí, claro que le dije, en su momento... Le dije eso y diez millones de cosas más. Lo senté, frente a frente, hablamos claro... Pero más hablábamos y más él se asustaba, porque le era difícil de soportar... - admití -  Yo le puedo decir mil veces que no tenga miedo, que no me tenga miedo, que soy una persona buena, que no lo voy a abandonar, que realmente me interesa;  pero si el tipo tiene miedo, lo va a tener toda la vida. Es así. 
- ¡QUÉ BIEN, QUÉ BUENA DECISIÓN TOMÓ ESE HOMBRE, QUE SE DIÓ CUENTA DE LA REALIDAD! - gritó mi madre, desde lejos, atenta a esa charla bisagra. 

Miré a mi padre, le señalé ese hecho y revoleé los ojos. Se me quedó mirando pensativo. 

- Mirá que eso no es por ser sensato, eh, es ser un tipo cagón... - le dijo a mi madre. 

Volví a mirarlo. 

- ¿No te digo? - musité - Mamá nunca descansa. Siempre tiene un ojo abierto y un ojo cerrado, con éste tópico - bromeé.  

-  Ya vas a encontrar, hija, a  alguien - me dijo, de una manera mucho más compasiva - Fijate en los confites del medio. 
-  No entiendo... 
- Claro... Ni un pendejo con el que no te entiendas ni un viejo que te tenga cagazo. Un punto medio. Quizá un tipo tan grande como el viejo, pero que no te tema. Quizá no sea profesional, quizá no escriba lindo como vos o se coma la "s" cuando dice alguna palabra - ilustró - ¿Y si antes de tener un título tiene un oficio? 

Sonreí. 

- Mientras que yo me entienda, y esté contenta... - sonreí - Tienen que tener un poco más de viveza, en el buen sentido, no esa viveza malintencionada. 
- Este tipo ¿era Licenciado en Letras como vos o algo así? 

Lo miré.  Mi padre sabía, en el fondo más profundo que yo me refería a Él pero, paradójicamente, nunca en cuatro años le había contado éste costado de la historia. Nunca jamas durante tanto tiempo... Necesitaba confirmar. , 

- No, no era. Igual, no quiero darte datos, papá. ¿Vos me preguntaste que haría?  Bueno, te lo contesté. 
- Como padre, no como amigo, te lo digo - me advirtió - si el tipo tiene miedo, salí de ahí Maravilla. 

Me reí y me sonrió. 

- Sí, hace rato... 
-  Y fijate en los confites del medio, capaz, en una de esas... De acá en adelante enfocate en esas cosas, seguramente habrá una persona con la que te entiendas vos y que no te tema. 

Lo miré, escéptica.

- Ponele - murmuré. 
- Yo te banco, hija, por eso te digo estas cosas. 
- Ya lo sé. Decile a mamá, adoctrinala. 

Me hizo un gesto, al estilo "no le des bola". 

- Ya vas a encontrar un viejo, vos - dijo, de un modo de nuevo compasivo. 
- ¿Cambiamos de tema, dale? 
- Dame un mate más, dale, que me voy a laburar... 

Le pasé dos o tres mates más. 

Después, le cerré la puerta. 










Literatura, cuanto menos, ficción: Eterno retorno

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Me había tomado unos meses de descanso, desvinculándome lo mayor posible de mi grupo de pertenencia cultural. Pretendía dispersarme, en ese momento, de un contexto y de una presencia que rivalizaba con todo lo que yo consideraba necesario para poder estar tranquila. Luego de casi un mes y medio de vacaciones mentales, para poder pensar, para volver a relacionarme de otra manera, dejé de ausentarme sin aviso de todas las actividades y convocatorias. 

A Él, pese a que había pasado un lapso considerable de tiempo desde "la amputación" y pese a que todavía estaba en pareja con La Señora, yo lo seguía queriendo. Sí, lo seguía queriendo a la distancia,  y eso que era mucha, sin que pudiera evitarlo. Y pese a que me refugiaba en un enojo que me hacía sentir fuerte, ante lo impredecible de su abordaje, me resultaba muy complejo ser testigo de sus contradicciones entre la vida razonable y la otra vida que yo estaba representando por esos días; porque yo quería respetarlo, yo quería hacer las cosas bien, teniendo en cuenta un montón de pequeños detalles que Ella sí notaba - y por eso me dedicaba tales miradas- y de los que Él no parecía poder darse cuenta, respecto a su propia actitud.  Más allá de mi cara de perro, me volvía endeble y vulnerable aunque jamás se lo demostrara,. Pretendía cuidar una imagen y respetar una decisión suya que había tomado respecto a cómo vivir y en la que le había jurado jamás meterme. Ella no me interesaba, en lo absoluto, pero, en cambio, Él sí; y no quería que tuviera problemas, ni siquiera, la más leve tribulación por culpa de mi existencia. 

¿No le había dado vuelta la vida, casi un año antes? Bueno, la cuestión pasaba por dejarlo en paz, a mi manera de ver, con veinte años.  No sospechaba, todavía, que la paz no dependía de mí, sino, de la aplicación para saber aplacarse a si mismo. 

II 

Cuando llegué al evento, ese atardecer, saludé a todos los compañeros que tenía a la vista. Me recibieron con un dejo de sorpresa, con mucha alegría y me llenaron de abrazos. Ése fue el momento donde me di cuenta que los extrañaba a todos, que en el fondo los quería y que la balanza se equiparaba más a favor que en contra, dejándolo al margen a Él.  Pero a Él, precisamente, era en extremo complejo no atribuirle un espasmo, nada más verlo.  Así, el retorno, parecía inacabable. 

Se acercó a saludarme con el rostro muy serio y la mandíbula dura. 

- Hola, Veinte - dijo nada más. 
- Hola - dije, y seguí hablando con un compañero que tenía al lado. 

Al momento, todo, pareció empezar a marchar bien... Quizá -recuerdo que me dije lo bastante sorprendida- habían venido muy bien los dos meses de distancia; ya no se iba a esconder debajo de la cama y la susodicha se iba a dejar de mirarme fastidiosamente. ¿Por qué no? Podía suceder. 

III 

El factor desencadenante fue, paradójicamente, el hijo de uno de mis compañeros. Recién nacido, el pequeño, recibía los elogios en esa presentación cuasi social que estaba transitando y, todos, en diferente medida, desprendían piropitos en su favor.   De refilón, disimulando lo bastante, miré que el bebé le tiraba los brazos a Él, en un gesto inesperado. Ella, a su lado como siempre, a modo de satélite vital, se reía, dispersa; sin embargo, Él atendía al pequeño, agarrándole la mano con mucha mayor atención.  "Lo único que falta es que ahora le den ganas de ser papito con ésta", recuerdo que pensé, lo bastante maléfica.  No sospeché, sin embargo, que el bebito me iba a ver a mi, un rato después, y automáticamente iba a tirarme los brazos, por lo que cuando sucedió quedé bastante aturdida. Su mamá, por el contrario, sonrió y me dijo que le caía bien; notamos que incluso  el pequeño sostenía una sonrisa mientras me miraba.  

- Te está tirando los brazos - admitió, orgullosa. 

- Es hermoso, mira qué cachetitos que tenés vos - me acerqué un poco, para no asustarlo, muy suavemente. 

El nene insistió, con las manitos. 

- ¿Lo querés tener? Es increíble, pero se quiere ir con vos... - se rió. 
- ¿Puedo? Sí, dale - acepté, y me lo pasó. 




En cuanto el padre del niño me vió, se sorprendió por el hecho y lo elogió. Lo mismo hicieron mis compañeros, circulando por allí, a los que no les di demasiada importancia. El pequeño me miraba, me sonreía como los dioses y aprovechaba para tocarme el pelo, o estirarme las manitos hacia la cara, especulando con agarrarme los aros. Yo, embelesada, me lo quería morfar con cuchillo y tenedor, por lo cual le cantaba y lo arrullaba, temerosa de que se sintiera incómodo en un torso que le era ajeno. 

Creo que por estar tan vinculada a ese momento, al margen de los comentarios simpáticos de todos mis compañeros, jamás esperé nada más de ese cuadro, ni tampoco, que Él se acercara o que dijera algo. Meses antes había sido la misma persona que pronunciaba "yo no voy a poder darte hijos cuando vos me los pidas"  aún mismo yo jamás lo hubiera ni siquiera especulado; por lo que, consideré, nada de ese mundillo le interesaba y mucho menos, conmigo, por algo me lo estaba avisando con tanto temor.  Pero se acercó en silencio, estando yo con el nene en brazos, y se quedó a mi lado, callado. 

Nosotros no nos hablábamos. 
Nosotros hacía casi un año que ya no hablábamos. 
Nosotros no éramos amigos. 
Nosotros no nos podíamos ni mirar. 

Y Él, como si no hubiera podido evitarlo, aún mismo estando en presencia de su Ella, recortó la distancia entre mi estar con el niño y su lejanía, en menos de un segundo. 

Cargándolo todavía, en cuanto estuvo lo suficientemente cerca de nosotros, el bebito lo miró y también le estiró la manito, igual que había hecho un rato antes. Yo no fui capaz de levantar la cabeza, ni de decirle nada, ni de cambiar de posición,  casi en ningún momento. Me había quedado paralizada y, además, estaba intentando no conmoverme, actuar con normalidad. ¿Estaba en condiciones de decirle "la estúpida de tu novia en este momento nos está mirando muy mal, andate", o no ? No, no me correspondía, iba a quedar como la jovencita estúpida, portadora de quilombos; pero lo cierto es que así era. Desde una distancia mediana, Ella, estaba siendo testigo del cuadro y el último calificativo para su mirada era amorosa, más bien, todo lo contrario, como si la culpable fuera yo y como si se lo quisiera sacar (nunca entendí por qué las mujeres se la agarran con la otra en cuestión si el problema, por lo general, es el miembro de la pareja que lo deja entrar donde no debería), cosa que pese a lo mucho que todavía lo seguía queriendo, no iba a ser así. 

- Holaaa - musitó, mirándolo al niño con amor y tomándole la manito que sobresalía de su cuerpito, el cuerpo que yo tenía entre mis brazos y estaba arrullando - ¿Sabés que sos muy lindo, vos? - insistió. 

Me lo quedé mirando, honestamente, muriéndome por dentro. Estaba hermoso, como pocas veces visto, pero además, estaba haciendo algo cruel luego de dos meses de distancia.  ¿Por qué, precisamente cuando al nene lo estaba cargando yo, se le ocurría acercarse? ¿Por qué no había tenido el mismo gesto, un rato antes, con ella? La oportunidad le había sido dada, yo lo había visto y, sin embargo, al menor descuido de La Señora, Él estaba parado a mi lado con cara de estúpido, piropeando al nene mientras le sonreía de todos los posibles modos y a mí se me hacía un nudo en la garganta, que no me dejaba hablar. 

Acomodé al chico sobre mí, mirándolo, sabiendo de su presencia, sin dirigirle la palabra. No, en el fondo no estaba enojada, pero me era más fácil sentir que me ofendía su reacción a reconocer que me seguía derruyendo por dentro, porque con esa clase de cosas, daba cuenta de cuáles eran los aspectos razonables y cuáles seguían siendo las cosas, las personas y las imágenes que lo excedían. 

Era la primera vez que yo me ponía, frente a Él, en una actitud más maternal, cuidaba de un niño, le hacía mimos y lo sostenía entre mis brazos. No porque quisiera llamar la atención de nadie, sino, simplemente, porque la situación se había dado y el nene me había resultado una ternura.  Era la primera vez para mí, por otra parte, que lo veía a Él darle pelota a un niño, aún mismo, estuviera en brazos de la persona con la que "sentía -cosas, le pasaban cosas -  pero no podía - seguir adelante con eso, bancárselo, hacerse hombre". Era, lo entiendo hoy, la única manera que tenía de acercarse luego de casi dos meses de no verme la cara. 

No en vano, cuando confirmó que la táctica de usar intermediarios no iba a surtir efecto, se alejó en silencio. No en vano, Ella lo esperó, desde atrás, como si no estuviera decidida a interrumpir ese momento, al margen de la enorme cara de trasero que me estaba dedicando a espaldas suyas, y en cuanto Él se enfrentó a su presencia, le devolvió algo parecido a una sonrisa, pasándole una mano por el hombro. Ella, en cambio, me regaló una linda rebajada y, acto seguido, luego de hacer pipí donde consideró necesario, se dió media vuelta con su "amado" , tocándolo como si dijera "mirá que él es mío, pendeja".  

Yo me quedé con el niño, por dentro, pensando en muchas cosas. Me pregunté si alguna vez iba a mostrarle esa cara baja, mezquina e idiota al señorito al que se la pasaba prendiéndole velitas. Después, al instante, recordé que no lo conocía como yo, que a Ella no le había tocado el lado que a mí me había merecido, y eso, era todo lo que nos distanciaba.  

Cuando pasó el impacto,  miré al nene, todavía entre mis brazos. Con un dedo, suavemente, le toqué la nariz y la mejilla.  Con un dejo de humor, le dije: "¿vos te diste cuenta, no? Despertás pasiones.. Muy lindo sos vos, querido, muy muy muy lindo, dice la gente que sos; y tiene razón ¿sabías?".  El nene ésa vez no fue quien se rió con cara de inocente palomita. 

Sin embargo, haciendo que comprenda el sistema o al menos un poco más la actitud inesperada de Él, varios compañeros varones coincidieron en una frase que me hizo mucho ruido: 

- Che, te queda bien ese bebé, Veinte; lo bien que se queda con vos, miralo...  ¡Cómo se te ríe! 

Ahí la que se quiso reír fui yo. 
Me resultaba mucho mejor que llorar. 
La cobardía suya estaba, inaplazable, a la orden del día. 

Punta Cana

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Anoche me acosté con un fuerte dolor en el cuello. Tomé un mio-relajante, bastante fuerte, que me ayudó a dormir temprano y... - sí, tienen permitido reír - soñé que estaba de vacaciones en Punta Cana, con uno de mis pretendientes, y que me encontraba a una de mis hermanas.

 A ella, en confianza, "se lo decía": " Vinimos con ****. Ah, ¿no te dije que salía con él? Y sí, al final, me ganó por cansancio y acá estamos, vinimos, por suerte, nos coincidieron las vacaciones.  Se fue a buscarme una cerveza, pobre. Yo creo que me voy a buscar para hacer yoga ¿vamos, boluda?" 



¿Qué me decía mi hermana?  Lo de siempre: ¿no tenés algo más lindo para ponerte? ¡Estás en Punta Cana, boluda, no seas crota! 

Del susodicho, es mejor ni hablar. Cuando pienso en eso, ya no me quiero reír tanto como mientras me centro en la parte más divertida del sueño. 

¿Lo más curioso? Yo no sabía cómo eran las playas de Punta Cana, ni siquiera, a través de fotos. Nunca me había interesado, en particular, por su apariencia. Sin embargo, cuando me levanté, por curiosidad decidí buscar algunas imágenes, para ver qué era "en realidad" estarse en Punta Cana. 

Juro que los paisajes de mi sueño y los paisajes reales, eran iguales. Juro que, si en algún momento llego a ir a la esquina con el pretendiente - esto viene de hace rato, me es complicado abordar el tema - no voy a usar el adjetivo "pobre...". No soy así de despectiva en la realidad. 


Salvavidas

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Escribir es lo que me sostiene cuando estoy muy triste. Me asombra que sea capaz, pero aunque no lo parezca, la vida con sus posibles y con sus imposibles, sí se puede representar en dos oraciones. O tres. 

Literatura, cuanto menos, ficción: Antes del final...

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- ¿Ya te vas, vos? - musitó. 

Junté mis últimas cosas, ayudando a un compañero, y asentí. 

- Sí, esperá que te saludo - lo frené, con la mirada. 

Esperó, pacientemente. Aprovechó a saludar a  otros compañeros dejándole a cada uno una palmada en la espalda o un beso en la mejilla. Luego de una breve mirada me le acerqué y encaré derecho a su robustez. Todavía recuerdo el silencio que se produjo a nuestro alrededor, cuando Él me envolvió en un abrazo contundente, preciso y fuerte; abriendo el campo a consideraciones diferentes, y sin soltarme, me dió un beso en la mejilla. ¿Si me avergoncé? Claro que no, si hasta puse mis pies en punta para poder alcanzarlo y pasarle las manos por el cuello. Cuando quise darme cuenta, no en vano, recuerdo cómo me llamó la atención ese arrebato.  

- Chauuu - musité, remolonamente.  

¿Qué pasaba con el mundo? ¿Era real lo que vivía? Estaba abrazándolo como si no nos fuéramos a ver nunca más, cuando en realidad las cosas eran felizmente distintas. Me sentía dentro de un contexto casi sacralizado, pero real, sí, porque éso era real; aunque momentos dejara de parecérmelo.

II 

*meses después 

-Che, *** - lo llamé por el diminutivo de su nombre, en susurros - Te saludo yo, porque me estoy yendo ya. 

Me miró, extrañado. 

- ¿Ya? 
- Sí, se están yendo todos. 
- ¿Te vas a tomar el colectivo hasta tu casa? - me preguntó, dudoso. 
- Sí, si - le confirmé para dejarlo tranquilo. 

Me acerqué a saludarlo y me correspondió el beso en la mejilla, pero sin ganas. Quedé entonces vacilante, intentando entender qué pasaba. 

- Yo me voy con *** (su amigo)... - me comentó. 
- Dale, no hay problema... Igual, si nadie te llevaba hoy que estás a pata, yo te sacaba el boleto... - lo burlé, con cariño.  

Se rió. 

- Te lo digo para que vengas...  - me explicó - ¡Vamos!
- No, olvidate, acá en frente espero el colectivo - le señalé - ¿para qué voy a ir?  
- ¿Me querés decir qué me importa el colectivo, a mi? No quiero que te quedes acá, cagada de frío, esperando el colectivo. Excusas, siempre me ponés excusas... - sacudió la cabeza - ¿Cuál es el problema, si también lo alcanzamos a ***? - se refirió a otro compañero.
- No es ningún problema - lo calmé - Es que yo ya estoy acostumbrada, ya me acostumbré así... - argumenté.
- ¿Y? ¿No te podés desacostumbrar por veinte cuadras?  ¿Cómo te voy a dejar a pata a vos? Además hace frío, dale, ya estuviste chupando frío toda la mañana, no seas cabezadura... 

Suspiré 

- ¿Vos pensás que soy vivo dentro de una caja, no? - lo miré, extrañada, realmente muy extrañada. 

- Nooooo cabezona, que no - insistió, riéndose - Vamos, dale, no me pongas caritas - insistió, agarrándome por la cintura.   Luego de una breve deliberación, suspiré, porque me condujo con su mano y mi terquedad se derrumbó. A través del contacto, me vencía, básicamente, por la dulzura. 

Subimos, entonces, al auto de su amigo, conocido mío, pero antes que nada, conviviente en la frontera opuesta. Él, considerando los participantes de esa odisea automovilística, se puso en el asiento trasero, cediendo la parte del acompañante. Miró a mi compañero, me dejó pasar en medio, y se sentó a mi lado. De primera mano, no entendí esa salvedad, pero me quedé pensando en ella.  Viajar juntos no me pareció un motivo para que estuviera incómodo, pero lo cierto es que lo estaba: había algo en esa cercanía -respecto del otro- que no le terminaba de gustar. Lo miré, intentando darme cuenta dónde estaba el escollo y me correspondió enseguida, con los ojos, entonces me di cuenta que de haber sido por su buena voluntad, no hubiera existido un compañero del otro lado, haciéndome de valla.

  Acerqué mis piernas para su lado en una clara intención de demostrar preferencia y, enseguida, empezó a inquietarse. Caí, entonces, en la cuenta de debía controlar mis impulsos, esa inmanencia que me hacía pretender estar cada vez más cerca suyo incluso en los pequeños detalles, para que no se pusiera nervioso en público. 

- ¿Vos venís hoy a la noche? - me preguntó. 

Un compañero le hizo un comentario sobre fútbol, en el mismo momento. El señor Piecapiedritas, presente en el mismo contexto, se empeño en distraerlo. Él, sin embargo, luego de unos instantes de dispersión, me miró esperando que le conteste. ¿Dije alguna vez que no me gusta interrumpir a las personas cuando están hablando, pese a que no me hagan contar con la misma deferencia? 

- Sí - le susurré, en voz muy baja, aprovechando el sonido de la radio. 
- ¿Y cómo vas a venir? - me indagó. 
- Voy a ver más tarde bien lo que hago... - musité, trazando un corte diagonal al tema - Un cohete, quizá. 

Se rió. 

- Te busco ¿querés? 
- No, no... No sé a qué hora me voy a terminar de arreglar, además, entre que me cambio, me maquillo... Se te va a hacer tarde...   - me negué. 
- No, dale, más tarde te llamo... - sonrió. 

Lo miré, considerando que no era lugar para confrontarnos.
Estaba, para cuando lo recordé, en la puerta de casa.

- ¿Es acá, no, Veinte?
- Sí, gracias por el empujón - sonreí - Nos vemos.
- Nos vemos a la noche - dijo Él y lo miré con cara de estúpida - Hablamos. 
- Dale, hablamos...  - dije, aprovechando que ya era mi turno de bajarme. 

Un rato después, mientras estaba tomando unos mates con mi mejor amiga, me escribió.

- ¿A qué hora paso a buscarte? ¿Tipo 21.30? - decía su texto.

Y yo aceptaba, diciéndole que sí. Porque ¿qué le iba a faltar al mundo?


Luego de una ducha y de un enorme período frente al espejo, lo esperé. Pasó por mí en una de las noches más felices y tristes que recuerdo ( fue dulce, y a la vez, también amarga; fue la de nuestra despedida). La salida estuvo bien, es decir, igual que estaba todo mientras fuera suya la compañía. Luego de eso, fuimos a cenar dentro de un inmenso grupo de conocidos, y gente que frecuentábamos en común. 

Bajamos de su auto, ambos, mientras charlábamos de sus sobrinas y de su madre. 

- ¿Necesitás que te ayude con algo? - le susurré - ¿Con las nenas? 
- No, tranqui - sonrió - Va a estar todo listo acá, hay reserva. 

Lo miré, extrañada. 

- No sabía. 
- No, no sabías - sonrió, divertido, con ojos pícaros.
- Ah, me encanta el nivel de participación que me das... - lo burlé.
- ¿Que yo te doy? - me reí, porque en ciertos momentos tengo la mente sucia.
-  Que usted me da, sí, sí señor - susurré, muy despacio, mientras traspasábamos el umbral de la puerta. 

Nos acercamos a la mesa y empezaron a distribuirse los lugares. Instintivamente, sin pensarlo, me senté del lado donde estaba su familia y no del lado donde estaban también mis compañeros. Cuando me percaté del hecho y de la mirada de su madre, disimulé y me alejé un poco su lado. Sin embargo, Él,  me retuvo con su brazo,

- ¿Qué? ¿A dónde vas? Sentate acá,  vení - me hizo un gesto.  
- Acá va tu mamá, tu tía, las nenas...  - le dije, en voz muy baja, intentando ser discreta.
- ¿Y? - se rió e hizo señas a su amigo, a la otra punta de la mesa para que no me reservara lugar de ése lado de la trinchera. 

Me miró, de nuevo, desconcertado y yo rehuí su mirada. Sentarme de su lado, dejando de lado a mis compañeros, tenía una carga simbólica muy fuerte. Llegar a los eventos con su familia, y pasar a buscar a su familia, juntos, de antemano, también. Progresivamente, estaba dejando de ser su compañera, o su amiga, para pasar a ser su acompañante, su despareja. ¿Es que no se daba cuenta cómo, de a poco,  comenzaba a crecer la exposición, o al menos, a disminuir el disimulo?

Por mi parte, ni qué decir cuánto me gustaba, aunque en la misma medida en que me asustaba. Nunca antes habia tenido un novio, y aquéllo, era lo más parecido; por eso lo mío iba entre el escepticismo, la cautela y la cuota inevitable de amor.  Nunca antes había tenido que dar cara a una familia, a una especie de suegra que me triplicaba la edad y, tampoco, al mejor proyecto de suegro que hubiera podido desear en el mundo. Y, pese a que a todos los había conocido en otro contexto, la carga simbólica que por esos días se me estaba imprimiendo, no hacía más que engrandecerse a cada paso que Él daba en favor de una vida que deseaba al menos en apariencia.  Ojalá, solía decime en esas épocas, Él no se arrepintiera. Ojalá todos esos ajustes inmediatos valieran finalmente la pena. 

- ¡Listo, ya estamos! - me tomó de la mano, considerando que yo estaba buscando el modo de escurrirme

- Pasa que acá se tiene que sentar tu tía, y tu mamá o las nenas...  - le expliqué, nuevamente - Yo después veo dónde me siento, en serio, no hay drama. Quedate tranquilo. 

Negó con la cabeza, burlón. 

- Sentate acá, al lado mío... - consideró. 

Sonreí y se me acercó. 

- Primero, voy a buscar una silla y vemos dónde la emboco... - musité, cerca de su oído.

Me miró, con cara de sonso, como si nada.

- ¿Por qué me hacés renegar?  

Lo miré, con una ceja enarcada. ¿Renegar?

- Vos creés que me podés mandar, a mí... Por eso, renegás - lo burlé - Es en vano, señor...
- Te mando a buscar una silla, especialmente...
- Me manda, él, me manda, me manda tanto - musité, con voz de inocente paloma.

Se rió. Me frenó, tomándome de la mano, moviendo enérgicamente la cabeza como si dijera "ay, ay, Veinteava, Veinteava..."

- Che, *** ¿me hacés un favor? - le gritó, todavía agarrado a mi mano - ¿Me pasás esa silla? 

Le pasaron una silla, en cuestión de segundos. No sin cierto recelo, considerando la actitud masculina, monopólica y diferente que había tomado en torno a todos esos meses. ¿Quién iba a decir que el mismo tipo con quien el primer día no habíamos cruzado ni una mirada - porque él estaba hablando por teléfono, sumido en sus asuntos, y yo estaba sumida en mis integración - iba a ser también el hombre que se preocupaba incluso del aire que yo respiraba?

Me resultaba extraño admitirlo pero, para mí, esa clase de cosas, estaban bien. No llegaban a molestarme, no me sentía invadida ni condicionada. Al contrario. Era la clase de persona que tenía un balance entre mi espacio libre, mis amigos, la Universidad, y, al mismo tiempo, quien ponía cara de trabajo de parto si me iba a casa sola, arriba de un colectivo, y lo dejaba con la proposición en la mano, teniendo que aguantársela. Aunque siempre compartía la pretensión de estar consigo  no quería ni exponerlo ni perjudicarlo, no quería que se lo cuestionara y tampoco pretendía que se sintiera avergonzado frente a todos sus conocidos y a toda su familia, que lo conocía, y lo veía bajo los influjos del caso. Yo sabía que Él se iba a acobardar, yo sabía que Él no iba a pasarla bien en medio de esa tormenta, y por eso, buscaba evitarla con todas mis fuerzas. Mi intuición, equiparando la falta de experiencia, me ayudaba a ser sabia.

III

Bajé la vista siguiendo el recorrido de ése mobiliario, hasta que Él lo acomodó a su lado. Cuando buscó mis ojos, también lo miré, enternecida. Me hizo un gesto caballeroso, por lo que tomé asiento primero, como era de esperarse.  Asumí, con ese ramalazo de ternura que me invadió el cuerpo - desconocido para mí hasta entonces- que me encantaba que hiciera esas cosas, porque sabía cuánto significaban, estando en el ojo de la tormenta, en la mira del prejuicio, en la gesta de la exposición. 

- Voy a ir al baño, ahora vengo...  - le anticipé, necesitando aire, unos minutos después, mientras los demás elegían la comida.  

Me alejé unos pocos metros y atravesé el salón, repleto de personas, grupos de personas celebrando la víspera del Día del Amigo.  Mientras volvía, de lejos, lo ví trajinar algo con sus sobrinas dulcemente. Me acerqué a su lado, bajo la mirada de toda su familia y de la cuota de conocidos en común, sabiendo que estaba distraído y partoleteando sobre otros asuntos. Observé su espalda, su nuca, ese punto donde la vida parecía recortarse a través de su perfil y me dije que era una cosa extraña, pero igual de hermosa, tenerlo tan a la mano, al corriente de mis sentimientos, al corriente de los acontecimientos, luego de haberlo soñado y anhelado durante tantos meses. 

- ¿Puedo? - musité, poniendo una mano en su hombro. 

Se corrió, haciéndome espacio, sonriéndome levemente, más que con su rostro, con sus ojos; como si yo le cayera realmente bien.  

- ¿Estás cómoda? 

Asentí, convencida. 

- ¿Qué te sirvo? ¿Cerveza? 

Sonreí, y asentí. Esas pequeñas llamaradas de ternura, de su parte, me hacían sentir una privilegiada.  Se acercó, a mi lado, en plan de cuchicheo.

- ¿Pidieron de comer, ya?
- Sí, sí. Te pedí comida- me avisó.
- ¿Sí?
- Sí, pedí lo que comés vos ¿te gusta? - me sonrió.

Lo miré, sorprendida. 

- ¿Qué pasa? - me preguntó - Si querés, cambialo, eh. 

Aguanté la risa.

" Que sos un tierno, hijo de puta", me dije. 

- No, no, está perfecto eso... No me pasa nada - dudé - ¿Por? 
 - ¿No te querías sentar acá?
- ¿Cómo te parece que no voy a querer?

Sonrió.

¿Te daba cuiqui? ¿Un poquito así?  - bromeó. 

Me reí, porque Él no se daba cuenta pero su madre, de reojo, me dedicaba miradas de estupor y desconcierto. ¿Qué decir cuando la habíamos pasado a buscar juntos? La viejita me había mirado descolocada, sin entender demasiado bien por qué, de un momento al otro, el menor de sus hijos andaba conmigo de aquí para allá.   ¿Y qué decir de la cara de esa mujer que me miraba con gesto desconfiado, como si yo no fuese digna? Que Él me tratase en público, dentro de lo que podía asumir, como si fuera yo la Primera Dama, le impedía notar las leves transformaciones en su madre.   Pero a mí, no. Y aunque su tía fuera hincha de éste equipo, y lo mismo su padre, la señora que lo había traído al mundo era más conservadora.

¿Podía decirle todo eso? No, sin dudas, yo sabía que no sumaba en nada, y que en el fondo, tampoco era algo de vida o muerte. 

- Pensé que no alcanzaba el lugar de éste lado... - le expliqué. 

Asintió, muy concentrado, sirviéndome la comida. 

- Gracias - dije y lo miré a los ojos, todo calladito, aplicado, para que nada se caiga.

Me miró, por unos segundos, con ternura. Tenía ganas de acariciarle la cara, y darle un beso en la mejilla, y otro pegadito a los labios, para agradecerle tanta amabilidad. Hacía pocos días que había vuelto del viaje y había pasado semanas almacenando amor. A esa altura el amor y el deseo de manifestarlo se me escapaba a raudales, aunque tuviera que mantener ciertas formas.

- De- na - da - susurró - ¿Ya se te pasó el cuiqui? ¿Pensabas que no te iba a hacer un lugarcito? 

Sonreí. 

- Igual, no hacía falta, eh - le aclaré -  No me enojo, yo, sé entender las cosas, los contextos - dije solamente.  

Me miró. 

- ¿Qué ibas a hacer si no podías comer al lado mío? - preguntó, pícaro. 

Me encogí de hombros, luego de beber un trago de cerveza, y me quedé mirándolo. 

- Y nada, qué iba a hacer... - dije, con cara de sufrimiento - Me la iba a aguantar, como una señorita con mi cara de circunstancia, no quedaba otra... - sonrió - No se puede andar a los codazos por la vida - fingí consternación. 

Miró a su alrededor, y yo me evité hacerlo, para no tener que enfrentarme a lo que sabía que estaba pasando y no me interesaba confirmar. Luego suspiró,  con ciertos aires divertidos, que detecté enseguida y se puso algo introspectivo. Lo miré, hasta que se acercó muy cerca, como si me quisiera contar un secretito.

- ¿Qué estás pensando? - musité.
- Nada, nada - sacudió la cabeza, como los nenes, ocultando algo.
- Decime, dale - me reí, pudiendo sentir su olor, la marea de aquél perfume que me llegaba hasta los huesos.
- Nada, nada - se rió.

Me reí y miré a mi alrededor, desconcertada.

- Sos peor que los nenes, vos - dije, solamente y miré a nuestro alrededor, dispuesta a aclarar los términos.  Mis compañeros disimularon las miradas de siempre y lo mismo gran parte de su familia. Lamenté mucho que su padre no estuviera esa noche, porque en él siempre encontraba un comentario copado, un trato preferencial y, en esencia, la aceptación de todo eso que se traslucía a sus anchas. Él siguió ajeno a todo al menos en apariencia, me miró de reojo quizá intentando interpretar mis intenciones.

-  Me estás ocultando algo... - musité, encarándolo de lleno - ¿Te sentís bien? ¿Estás bien?
-  ¿Vos pensabas que ibas a tener que andar a los codazos? ¿No te das cuenta que si no había lugar... - dudó, y se me acercó, disimuladamente - te sentabas a upa mío y listo? No ibas a ir a sentarte allá, tan lejos. 

Lo miré, sorprendida.
Se puso un poco colorado.
Y yo, de pronto, me sentí sofocadísima.

- Ah, bueno...  - me reí, avergonzada y me acerqué más a su oído - Me cambió la vida esa revelacion - lo pinché.

Se rió, sin mostrarme los dientes y me miró con los ojos relampagueando.

- Una boluda bárbara, yo, pidiendo silla... - asumí - Tengo mi banca personal, qué privilegio.
- Hija de puta - se rió, solapadamente.

Seguí comiendo, con tranquilidad.

Un compañero se puso a contar una anécdota, otro a hablar sobre la cancha y a Él lo hicieron reír mucho. Me alegré de verlo feliz, me alegré de estar así consigo, me alegré inclusive de esos juegos de seducción solapados.  ¿Quién iba a decirlo de mí, por esos días? Definitivamente ese hombre tenía un nivel de potestad tan grande en mi corazón que me había despertado un nivel inaudito de deseo, imposible de ser atribuido a alguien más.

- ¿Está rico lo tuyo? - me preguntó.

Soplé mi bocado.

- Sí - dudé - ¿Querés probar? Es rico, en serio - le acerqué mi plato y empecé a prepararle un bocado.

Sonrió.

- No, no, gracias, comé tranquila - dijo - Comé vos, que no comés nada...
- No puedo, ahora...

Me miró, con aires serios.

- ¿Por? ¿Qué pasa, te falta algo? -  preguntó, frunciendo el ceño.
- Son incómodas estas sillas - le dije, con un aspecto muy solemne.

Solamente me sonrió, cayendo en la trampa, e intentando con enorme esfuerzo guardar las formas en público.

- Sos tan mala conmigo, vos... - suspiró - ¿Qué querés que haga? - pasó algunos dedos por su frente, como si la posibilidad lo perturbara.

Miré mi plato y seguí comiendo, encogiéndome de hombros.

- ¿Qué querés que haga? - insistió, sólo para molestar.
- Que hables antes ... - admití, aguantando la risa - No sabía que tenía licencias.
- Licencias, dice... - musitó, mirándome, admirado - Las damas no se pueden quedar sin asiento y vos... ¡menos!
- Qué caballero, un aplauso, por favor... De haberlo dicho antes ... - musité, con la misma cara de tonta.

Se rió y sacudió la cabeza en silencio, levemente; me lo quedé mirando como si me hubiera convertido en una mayorista de amor. O, como solía decirme, lo miré con "esas caras que yo hago, terribles" que nunca sé cuáles son (eso es algo que todos los tipos me dijeron, todos, todos, todos...). 

-  Por favor, no me mires con esa cara - dijo solamente.

Comprendí que si lo miraba me iba a tentar de risa. No tenía idea de la cara con la que lo estaba mirando, simplemente, porque se me daba natural. ¡No podía darme la cabeza contra la mesa, para cambiarla a riesgo de que me hiciera quedar en evidencia!

- No sé qué cara...  - musité y seguí comiendo.

Él, en cambio, dejó de comer.  Puso las manos sobre su boca, como si estuviera rezando. De reojo, percibí ese movimiento, ese cambio abrupto en su estado que lejos estaba de la paz.

- Tío, mirá esto - le dijo su sobrina, de casualidad, señalándole algo que estaba mirando por un aparatejo.

Él miró. Yo, al estar tan cerca de ellos, miré un poco de reojo el asunto.

- Está bueno, sí - comentó, con algo de dispersión - ¿*** se durmió? - preguntó, en referencia a su otra sobrina.
- Sí, cayó muerta...  - le dijo su madre - Estuvo de acá para allá con *** todo el día...
- ¿Querés que vaya a buscar un buzo al auto, así la tapamos?
- No, está bien así - le dijo su mamá - Acá está calentito...

Asintió con la cabeza, callado.

 -Cualquier cosa decime, vieja, que voy... - la previno.

Lo escuche, en ese gesto de dulzura, y el estómago se me dió vuelta.  Me encantaba que fuera así, atento, con todo y al mismo tiempo, así, atorrante, con todo.

- ¿Vos, estás bien?
- Sí, todo bien
-  ¿No tenés frío? - me preguntó, siendo que era una noche muy poco amigable, una noche realmente fría.

En cuanto lo escuché, me dió ganas de gritar a los cuatro vientos: "¿no ves que sos lindo, lindo como vos solo?".

- No, estoy bien... - dije, apenas.
- Estás desabrigada... - me miró.

Sonreí y le puse cara de hartazgo como si le dijera que era un poco intenso (rompe, bah).

- Tengo el tapado en tu auto, igual... - le recordé - No estoy taaaaan desabrigada.
- ¿Querés que vaya a buscártelo?- sonrió y me miró, pensativamente.
- No, acá está muy bien. Calentito.
- Yo estoy bien, también - comentó. 
-   Vos nunca tenés frío. Por eso yo me siento cerca...

Se rió.

- ¿Ya empezamos?
- Sí.
- Piedad, teneme piedad.
- ¿Qué vas a hacer, pobrecito de vos, no?
- Sí, pobre de mí, pobre... - se rió.
-  En serio, estoy bien - afirmé.
- ¿Porque decís que yo nunca tengo frío?
- Porque siempre estás abrigado, y además, porque siempre tenés las manos calentitas... Yo tengo las manos frías ¿ves? - dije y toqué el dorso de su mano, discretamente, por un segundo muy breve.

- Los viejos tenemos frío, - aludió - por eso nos abrigamos.
- No es el caso de hoy - miré su camisa, de reojo.

Se rascó la barba.  Comió un par de bocados más, sonriéndose. Otro compañero me preguntó algo, su sobrina le hizo una caída de ojos hermosa y finalmente nos dispersamos.  Hablaban del resultado del partido, cuando retomó la charla:

- ¿Comiste bien? ¿Necesitás algo más? - me miró, mirando levemente a su alrededor, aunque más allá de nuestra mesa.

- No soy manca, querido... - le dije, con ironía, sólo para divertirnos - No te preocupes, tranqui, que si me falta algo lo pido o lo busco. ¿Vos necesitabas algo? - quise saber. 

Mofó. 

- No, pero...  - dijo, y se quedó callado de un modo muy abrupto, que enseguida me produjo dudas. 

Enarqué una ceja. 

- ¿Pero... qué? ¿Necesitas algo? 

Sacudió la cabeza. 

- ¿Y entonces, qué pasa? - insistí. 
- Nada. 

No le creí .

- ¿Qué pasa, ***? - musité, impaciente.  

- Que te miran todos los tipos a vos...  - dijo - Cuando entramos, te miraron todos los tipos.

- Mhmmm - asentí con la cabeza descolocada por su respuesta. Quizá había notado algo mientras yo había estado obnubilada con su sola existencia - ¿Qué tipos?
- Si ibas a buscar una silla, te iban a mirar todos los tipos que están sentados para allá.

Miré a los tipos, con disimulo, y lo miré a Él, estupefacta.

- Ah, por ahí venía la mano de tanta amabilidad - espeté, con cierto resentimiento.

Se rió, abiertamente y se acercó un poco con ello, sin poder evitarlo.

- No, no, no - me atajó - Es que están todas las barras de tipos ahí, te miraron todos cuando entraste. Porque estás... - lo miré, exigiéndole respuestas - vestida así... 

Apreté los labios para no reírme. No le importaba si tuviera o no frío, en el fondo, le daba bronca si alguien me miraba y por eso había intentado solapadamente que me abrigase. Pero la gente estaba dispuesta a mirar, siempre, y yo en ese sentido había empezado a entender desde muy pequeña cuán indiscreta podía ser. Aún mismo hubiera ido vestida más llamativa o menos llamativa - cosa que era una vestimenta casual la mía -, el problema se hallaba en los otros y no en mí. No era una sorpresa que me dijeran que estaban mirándonos, y en especial, si me había agarrado de la cintura a cambio, en cuanto habíamos entrado. Veintitrés años nos llevábamos, y la gente, en ese sentido, es muy de asombrarse todavía, pese a todo, de éstas cosas.  ¿Creían que no lo iban a mirar? ¿Creía que de afuera no se notaba las formas, los modos, las miradas o todo lo denotativo por medio de lo gestual, al margen de las apariencias? No en vano su madre me estaba mirando de otra forma aún mismo ya me conociera de antes. A la vista quedaba ya el sentido que iba tomando ese vínculo que, aunque parecía de amigos a primera vista, lejos estaba  de serlo. De haber esto solos, lo hubiera abrazado, me hubiera colgado de su cuello y le hubiera llenado la cara de besos para demostrarle con quién estaba comiendo. ¿Desde cuándo le preocupaba la ropa, el entorno o quien se me acercara? Nunca lo había visto angustiarse por eso, en especial, siendo un tipo grande...  Y confieso que, de acuerdo a su edad, esa postura celosa me sorprendía porque no eran unos celos animados, vigorosos, sino, más bien, unos celos resignados, vencidos, como si cualquier hombre en el mundo fuera mejor que Él.

- A ver, "te miran todos los tipos por cómo estás vestida", decime una cosa...  - lo frené - ¿Qué pasa con eso, cuál es el tema? - espeté, ya seria.

El Negro se puso colorado. Me causó entre gracia y ternura la forma en que me lo decía, como si sufriera, como si fuera un nene con esos "reclamos". Recordé la vez en que casi mutilé a una mujer con la mirada, allá por Microcentro, que se lo quedó mirando con carita de pelotuda.  Recordé que a mí, por primera vez, me salió una llamarada de los pulmones por querer mandarla a China, siendo semejante atrevida (¡no sé de qué te extrañas, nena, somos dos seres humanos ¿viste?)   Entonces, lo comprendí: no solamente yo había sido hasta ese entonces una persona desaprendida. No, Él también era una persona tan desapegada, por momentos, que parecía poder prescindir de los demás, por lo que verlo un poco celoso me descolocaba y tomaba carácter de hallazgo.

Sin embargo... 

- Me alegro que te pongas colorado - musité  -  porque es cualquiera que me critiques la ropa. Es cualquiera, mal - insistí. 
- Igual, no te lo digo mal, no la critico ni en pedo... - sonrió, dulcemente - No te estoy criticando, para nada- me aclaró, de nuevo - Pero está lleno de tipos este lugar y...  - dijo, con un dejo de disimulo, usando su tono un poco vacilante - Y ya cuando entraste se te quedaron mirando... - añadió - Les llamás la atención.

Lo miré de reojo y no le dije nada. Yo me había dado cuenta de que tenía razón cuando me había ido al baño, pero... ¿para qué dársela? Obstinada en manejarme a mi manera, negué con la cabeza, restándole importancia a su comentario. ¿Cómo explicarle que ni aún mismo lo amara yo iba a permitir que se pusiera en esa postura sufriente por su propia inseguridad? ¿Cómo explicarle que aún mismo fuera un mecanismo de seducción en ese entonces, y yo lo supiera, por uno de mis costados, bien en el fondo, no quería que dudara?  

-  Uh, imaginate lo qué dirían si yo me siento a upa tuyo ¿no?...  - ironicé - Se les caen los ojos. 
- Van a mirar, pero por otra cosa... 
- Y, sí...  - me reí y bebí un poco más de cerveza- ¿Por qué se irían a fijar en una chica comiendo arriba de un señor, en un lugar público, no?  
- Porque se les van los ojos con vos... - la siguió, riéndose.
- Pero yo voy a estar sentada arriba tuyo, tomándote la cerveza y comiéndote la comida sin dejarte pinchar nada... Y voy a estar robándote los pedacitos de todo, y si me pedís, voy a tener un sapo en la barriga y voy a darte solo pedacitos, cuando quiera, porque mirá que decís boludeces, eh...  

Se rió. 

- ¿Por qué sos mala? 
- Porque quiero hacerte escarmentar por tu comentario...  - bromeé. 
-  ¿Por qué me torturás? 
- Porque no quiero que te fijes en lo que hacen los demás, ni si me miran, si no me miran; no vale la pena... 

Se rió.

- ¿Usás siempre esa ropa? - me miró, ávido de detalles - Nunca te la ví.
- Síp - dije, mintiéndole.
- ¿Ah sí? - se puso serio.
- Sip.
- Mhm - dijo - Bien, bueno - se la bancó, como es debido.
- ¿Sabés para ir a dónde?
- No
- A que me griten cosas, me toquen la cola, todo - ironicé - La verdad que disfruto un montón que miren la cola y no la cara, te juro que es una sociedad tan cuerda que voy por la vida plena... Plenísima...  - espeté, agresiva.

Se rió, tapándose la cara. Lo había pillado.

Eran unas calzas negras comunes y corrientes, sólo que más ajustadas que el resto de las cosas que usaba por esa época, y estaban acompañas por una camisa entallada. Nada del otro mundo, ni siquiera, nada lujoso (porque nunca fui una chica que tuvo demasiada ropa).


- ¿Te dicen muchas cosas por la calle, no? - pensó en voz alta. 
- Sí. Se tiran de los balcones los tipos...  - ironicé, argumentando - Es como el poema de las chicas de Flores de Girondo, más o menos así - lo burlé. 

Me miró, celoso y sonriente.  Lo miré y le hice un guiño de ojos.  Comí y se mantuvo en silencio.  Esperé a que bajara el nivel de acidez en mi humor, a que distrajera con alguna otra cosa, para volver a abordarlo con la parte de dulzura que siempre se correspondía en ese balance de opuestos. 

- ¿Te sirvo más cerveza? - me preguntó, antes de rellenar su vaso.

Aunque intentaba distraerse, estaba pendiente de los tipos, de sus amigos, de nuestros compañeros. Y a mí me importaba todo el Universo tan poquito... 

Asentí

- ¿Puedo  hacerte una consultita...? - asintió, me sonrió y se me acercó.

Estaba muy cerca, sí, muy cerca y el mundo ya se me había perdido entre los dedos desde hacía rato, por lo que sin desperdicio, aspiré su perfume adormecedor. Era el aroma más rico de todos, insustituible y me volvía loca de amor haciendo que quedase anulado  cualquier otro ser humano a la redonda. ¿Cómo se iba a poner a fijarse en mi ropa si para mi todo su cuerpo estaba expeliendo un aroma que me dopaba?

- Te escucho - asintió. 

Crucé las piernas, disimuladamente, y las acerqué a las suyas, un poquito más de lo habitual. Pegué el brazo al suyo, y aprovechando la leve inclinación de mi cabeza, apoyé también una de mis manos sobre su antebrazo. Todo, en esencia, como si le dijera " vení, no te pongas así...". 

- ¿Con quien estoy? 

Me miró y miró para abajo. 

- ¿Con quién, qué? - dijo, desorientado - ¿Estás? 
- ¿Con quién estoy comiendo en este precisisisismo momento? - le pregunté. 

Sonrió. 

- ¿Conmigo? - dudó. 
- Uh, bueno... ¡menos mal que lo reconocés! - reí.  

Suspiró. 

- Conmigo, sí... - se carcajeó. 

Disimulé ante la mirada curiosa de su madre. 

- ¿Y para qué te imaginás, entonces, que me dije "Veinte, ponete estas calzas con esta camisita de jean y esta remerita"? - lo miré - Además de para mí, obvio, pensé en otros aspectos...  - le aclaré. 

Se rió, y de nuevo, se puso colorado. 

-  ¿No tenés idea? 
- No sé, yo...  - admitió, poniendo su cara de perro mojado - No sé...  
- Nunca sabe nada, pobrecito, nunca sabe él... - ironicé  y se rió, sacudiendo la cabeza-  No uso estas calzas, casi nunca, porque me da vergüenza cómo me quedan para que me las vea todo el mundo... - le dije la verdad - No soy de andar mostrando la cola a los cinco vientos y menos las voy a usar para ir a la facultad... - musité - Me dan asco los tipos babosos y para no ir puteándome con el mundo por la calle, siendo como son, prefiero ir más discreta.

Sonrió, reblandecido.

- Ya sé eso yo...
- Y bueno, entonces... ¿Qué te pensás?
- Yo pensé que las llevabas a estudiar... - sonrió.
- ¿Estás loco? - me reí-  No, me muero del pudor, además, los tipos están zarpados.
- Igual, vos podés hacer lo que quieras - me advirtió, atajándose.
- ¿Lo que quiera? - le advertí también- Yo ya sé que soy libre pero ¿puedo hacer lo que quiera en todo el mundo? - bromeé.

Asintió, sin dudarlo ni un segundo.

- ¿Me puedo sentar con vos, entonces, o me vas a seguir criticando la ropa? - le pregunté.

Se me quedó mirando unos momentos, pensativo.

Finalmente, me sonrió.

- Yo a vos no te critico nunca...
- Me hacés café rico cuando te lo pido en los momentos cruciales... - lo adulé - ¿No?

De nuevo, me miró pensativo, sonriéndome.

¿Qué o quién me iba a avisar lo que se aproximaba?
¿De qué había caído en la cuenta, a través de esas preguntas?
¿Qué no se consideraba capaz de soportar?

Esa cena nunca tuvo el aspecto de ser la última.

Supongo que por eso, unas horas después, casi al amanecer, estaba en mi habitación y no podía entender por qué se había acobardado. Qué había salido a la luz, qué había sido tan determinante, durante esa cena, antes del final.


Ocho de mayo

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En su día, aplauso, medalla - o velita, bah - y beso. 

Vale decirle gracias por acompañarme siempre, inclusive en la concreto, es decir, dentro de la mochila, en medio de los auriculares y la billetera.  

"Puesto a consideración"

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La frase que más enuncié, escribí o "ejecuté" (en términos de tomar al habla como un acto en si mismo) desde hace un tiempo a la fecha, fue:

 "Adjunto CV para que sea puesto en consideración" 



II

Estoy en la búsqueda - la primera búsqueda, la primera vez -, con la desorientación y la incertidumbre que traen aparejadas, de trabajo como Profesora de Literatura.

Es extraño pero, más allá de amar lo que hago, no me animaba a pararme frente a los demás, no sentía tener el conocimiento suficiente y me empequeñecía ante la idea, considerando que me faltan materias para recibirme.  Por eso, jamás lo había intentado, jamás me había convencido de merecerlo y jamás me había dicho "Si, Veinte, buscá, porque vas a encontrar". 

 Pensaba que sólo iría a estar lista cuando me quedaran dos o tres materias de posgrado -es decir, dos o tres materias que definen la orientación hacia una Licenciatura- para recibirme; pero supongo que algo más está pasando ahora que me impulsa a ésta búsqueda.  Supongo que estoy lista para intentarlo y que, en caso de no estar totalmente lista, lo que reste por aprender dependerá del ejercicio de la profesión, ni más, ni menos.

III

Sí, yo sigo buscando, desde hace meses. Busco mi espacio con una mezcla tan rara la que me circula por dentro, pero lo mismo intento, porque ya no quiero tener más miedo. Y cuando no aparece nada, lo mismo voy, y  lo sigo intentando, inclusive, en cada momento libre que tengo entre mi trabajo -temporal, de algunas horas por semana- y mis clases de la Universidad, lo que no es poco.

IV

Con esto no busco solamente, un trabajo formal. La indagación, la búsqueda, el mantener la esperanza respecto a lo que yo quiero para mí, y el mantener la calma cuando las cosas no salen como hubiera querido; representa el anhelo en si mismo de una etapa de mi vida distante, lo bastante opaca en ciertas cosas, donde la parvedad de ese presente se trasladó a un ideal futuro. Porque en los momentos donde las cosas se pusieron difíciles y me sentí triste, y no me encontré casi en ninguna parte, la única esperanza que tuve fue mi fascinación y mi amor por la literatura; el verme, llegado cierto espacio en el futuro, como una Licenciada en Letras, pudiendo trasmitir un poco del amor por los libros que eran mi balsa y mi rescate.

  ¿Cómo no seguir adelante, recordando cuánto lo deseaba, pese a que en el presente las cosas sean un poco extrañas, y los ritmos, más lentos?

V

 He llegado a darme cuenta, en lo concreto, que quiero trabajar de lo que estudio y recordar, con una mezcla de nostalgia, todo lo que pretendía de mi misma un par de años atrás, sabiendo que lo logré.  Por eso, dejé los miedos de lado, y me prometí hacer todo lo posible para perseguir lo que deseaba y lo que me parecía tan imposible, en el afán de demostrarme a mi misma que no es del todo así.

 Porque cambiar la historia, también, es saber que la chica que a los quince años soñaba con esto como si estuviera realmente lejos, hoy es una mujer que empuja para hacerse los sueños realidad.  Sí, aquí está el quid de la cuestión:  el esta búsqueda se inmiscuye todo lo que alguna vez fueron mis primeros proyectos, mis primeros sueños, los primeros índices de llevar los anhelos a la realidad.

Y es esa adolescente, debajo del perfil de una veinteñera algo excedida, quien hace fuerza. Y cuando "se le caen las propuestas" a este mujer que soy, sigue adelante y hace más fuerza. Y cuando las propuestas no llegan, hace mucha más fuerza y me dice "no te angusties, todo pasa, para bien y para mal".

Entonces, yo también sigo adelante desde el presente y me llamo a la paciencia y me centro en el trabajo, en el estudio y en lo que está, mientras que esté.

Deseando que quizá, un buen día, esa fuerza y esa constancia hacia lo que se ama, me lleve hacia donde lo soñé, y retribuya todo cuanto aposté a través de los años, para volverlo realidad y vivirlo en la realidad.



La veracidad del asco

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Hace unos días escuché, en uno de esos programas bizarros de la tarde, que a una chica le habían dado su primer beso en vivo.  Aquello, con un dejo considerable de incredulidad, me llevó a pensar de inmediato en el primer beso. Es decir, en ese primer contacto con la boca ajena y pegajosa, mezcla de saliva y miedo, mezcla de desesperación y un dejo considerable de asco que, paulatinamente, va mutando hacia el disfrute… O casi.

Recordé expresamente la diferencia entre los besos que me dieron y los besos que yo dí.Recordé expresamente los besos en los que participé, los besos que rechacé y los besos que agradecí. Recordé los besos que me ofrecieron, los que no me alcanzó el tiempo para seguir prodigando y los que más asco me produjeron. Y, respecto del asco,  vaya paradoja, enseguida evoqué al primero de ellos, y a los que le siguieron a ese. Porque el descubrimiento, pasó por ahí mientras escuchaba el programa… El descubrimiento se basó en saber que nunca disfruté demasiado los besos, hastaése día, aquél donde dí y me dieron mi primer beso de verdad al margen de los otros, de todos los otros, y de todos los que la vida me deparase.

      Descubrí, por ende, que pese al pudor, la vergüenza o la intención de escaparme de ese contacto demasiado íntimo a mi gusto, existió una persona con la cual aquello no fue, para nada, un intercambio de saliva, presuroso, casi electrificado. Y recordándolo, por esos días donde la vida se me había descontrolado por todos los ámbitos, hizo nacer un calorcito en la panza, una nostalgia dulce, igual que esos besitos.

II
A veces, cuando me hablan de Él, me cuesta reconocer en la descripción que me hacen los ajenos los vestigios del hombre que más quise. Tengo de su parte una memoria sensorial, ni más, ni menos.

 Ya hace años que olvidé de su voz, pero,jamás olvidé las caricias que me prodigó. Jamás me olvidé de los besos, con los que instaló una sucursal suya en mi alma, aflojándome las piernas, invitándome al infierno de la mano y con los ojos cerrados. Me olvidé su risa, o algunos de sus modismos, pero jamás olvidé la tortura de verlo en público, frente a todos y no poder evitarme desear que me agarre entre sus manos y me apretujase bajo sus brazos, llevándome al infinito. Me olvidé también de cuántas sillas tiene en la cocina de su casa, o de su número de teléfono comercial, pero jamás pude desterrar de mi memoria la vacilación tortuosa con la que, bajando por su cuello y mis clavículas, las besaba, aspiraba y mordía, casi en partes iguales.

No me acuerdo por completo su dirección, pero todavía parezco capaz de recrear cotidianamente el peso de sus dedos deslizándose por mi piel sin esfuerzo, con cuidado, estremeciéndome como por hectáreas de cariño y amor y deseo y terror y necesidad de que no dejase de hacerlo nunca, por favor, nunca.

III

Una noche mi hermana, con tono juicioso, me preguntó si no me daba asco dormir con un viejo. Al corriente de esos días él tenía más de cuarenta años y yo tenía solamente diecinueve. Poquísima era mi experiencia, mi contacto previo con los chicos y hasta conocerlo jamás había dormido ni siquiera con un compañerito del jardín. Hasta ése momento, todo contacto físico por más precario que fuera, con un chico, me había dado asco. 

¿Cómo le iba a explicar a mi hermana, quien había tenido sus primeras experiencias afectivas con una persona de su edad, lo que simbolizaba para mí dormir consigo? Iba más allá de lo etario sentirlo respirar por la noche, acostarme en su pecho y tener la necesidad de que el vaivén de su respiración fuera mi nana personal.  Iba más allá de lo etario verlo desvestirse, meterse bajo las mantas conmigo y que me pidiera los piecitos para calentármelos y pudiera yo quedarme agarrada de sus brazos, besándole la cara y que eso fuera para mí la osadía, el paraíso y el placer...  

Pero mi hermana, por esos días, cuando me veía llegar tarde – o demasiado temprano - a casa, trasladaba el asco de sus fantasías respecto de mi presente con la sucesiva pregunta. No era capaz de comprender lo que se sentía, y quizá, nunca sea capaz de hacerlo. Sólo se dedicaba a decir: ¿Cómo no te dá asco, de verdad no te da asco lo que estás haciendo? ¿Cómo no te da asco tocarlo, si es un viejo, si te lleva veinte años? ¿Cómo no te da asco que éste degenerado te toque? ¿Cómo te podés dejar poner las manos encima por ese viejo de mierda?

IV

No me acuerdo de dónde estaba la tecla de luz para pasar a su habitación, ni tampoco, de qué artista era el cuadro que tenía a la derecha en el cabecero de la cama.  Pero supongo que nunca podré olvidarme de la sensación y el vértigo que me producía quedarme a solas consigo, ni tampoco, de que Fontanarrosa estaba en el lado izquierdo de la habitación. No, parece imposible “des-evocarlo”. Nunca podré olvidarme el cosquilleo por todo el cuerpo, imparable, y sorprendente para mi mundo racional, que ocasionaba un beso en la frente, una caricia a la altura de la cintura, una mano escurridiza por debajo de la remera para tener mi cintura y mis vértebras en vivo y en directo, irradiando calor bajo sus manos.

Nunca veré estos recuerdos a través de la mirilla del asco, del descontento o del absurdo porque fueron las únicas sensaciones que me hicieron encontrarle el gustito a una vida que había pasado años sin comprender del todo.

V

Pasaron los años y nuevamente hablé una noche con mi hermana.  Acababa de llegar de una cita fallida y la sensación del pasado volvía a asaltarme: el asco, ése asco que nunca hubiera querido volver a experimentar, en relación a cosas que yo ya no quería volver a repetir. El asco por la ausencia de deseo, el asco por no saber interpretar los momentos, el asco por no entender los ritmos, el asco por la ausencia de tacto, o más bien, por el tacto no querido. Nunca supe muy bien por qué lloraba. Si era de rabia o de miedo, si era de temor o de renuncia, respecto del nunca volver a ser normal.  

Pero aún en medio del llanto, sin ruido, de esos que tienen todo de resignación, le pregunté qué entendía ella por amor. Me respondió y preguntó, acto seguido, qué entendía yo, por qué sentía asco de ése chico joven, bueno, que simplemente quería estar conmigo, quería quererme y darme besos y abrazarme y tocarme. Yo le dije que no quería y que lloraba por sentir que había retrocedido en el tiempo, por sentir que nunca iba a poder relacionarme en los parámetros de la normalidad si mi deseo era tan despótico, tan ingobernable, tan difícil de engañar.

 Me preguntó cómo era Él conmigo, si me había obligado a hacer algo que yo no quisiera en algún momento, cómo había sido la etapa de la que nunca hasta el momento había podido hablarle.  Entonces comprendí la diferencia, el motivo por el que mi hermana no podía entenderme: estaba atravesada por el prejuicio y creía que la culpa de todo la tenía aquél viejo, el esperpento que se me había cruzado en la vida a los diecinueve años, cosa que estaba totalmente alejada de la realidad.  Por lo que, sin enojo, haciéndole el mejor de los homenajes a su existencia, le conté paso a paso la noche donde me dió el primer beso y la torpeza, llena de deseo, con la que se lo devolví. Le conté sobre la noche donde rodeó mis pies imperfectos para darles calor y a mí un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, sin que se imaginara cuánto lo estaba amando en ese momento, solamente, por ese gesto. Le conté sobre la tardecita donde me dio un beso en la mano y sobre aquella otra noche donde por primera vez me abrazó en frente de toda la gente y no le importó, por suerte, al menos en ésa oportunidad, la diferencia de veintitrés años.  

Relaté, pausadamente, cómo había ido sacando y poniendo estructuras dentro mío, haciéndome de nuevo, pero al mismo tiempo, temiendo que me rompa.  Le expliqué cómo me había ido deslumbrando despacio con la premura y la precisión de su experiencia, pero al mismo tiempo, con la intensidad, el miedo y el deslumbramiento de toda su estupefacción por ver las formas en que iba aprendiendo a entregarme más allá del pudor, de la vergüenza, de mi mal genio o de mi aridez. Le expliqué que Él no me decía que era linda, sino que hacía que me sintiera hermosa, pero antes que nada, suya, hecha a su medida, completamente formulada para amarlo. Le expliqué que Él no me miraba con lujuria, sino, que me desbarataba los miedos con dulzura, con cariño, con cuidado, con paciencia. No escatimé en detalles que me llevaran a dar cuenta de cómo me robaba la nariz, me besaba las mejillas, me tocaba la nuca, me olisqueaba el cuello, me admiraba los dedos de las manos y acariciaba las uñas con cuidado. Vos pensabas que me daba asco tocarlo o que me toque, le pregunté.  Noté cómo sus ojos se iban llenando de lágrimas, mientras las mías iban bajando por mis mejillas, mechadas por algunas sonrisas lejanas. No olvidé decirle que con esas jornadas de aprendizaje tan particulares también me enseñaba a ser libre, a dejar de lado las preguntas y las medidas de tiempo cada vez que me tocaba, así fuera para hacerme un comentario o llevarme de la cintura dos veredas.

Y mi hermana oyó el relato sin interrupciones, con los ojos anegados en lágrimas. 

“Yo te juro que para mí, brillaba el mundo ¿sabés? Las cosas que hacía, todo lo que nunca había entendido para qué me pasaba, estando al lado tuyo, parecía tener un poco de lógica, mis acciones tenían un sentido, esa cosa de estar siempre como en contra de la normalidad, había desparecido.  Ya no me parecía mal el no encajar nunca con los chicos jóvenes porque yo encajaba consigo y su edad era lo de menos. ¿Qué me importaba que tuviera cuarenta y dos años? Me entendía tanto con él, era como si por dentro, mi alma, estuviera re contenta. Estaba llena, eso era, no me sentía vacía ni rara, no me importaba ser como era, si a cambio podía estar con él. Me sorprendía tanto haberme encontrado con alguien así, con quien las cosas fueran tan raras y tan dolorosas pero también tan fáciles, con quien todo se diera, con quien tuviera que calmarme e intentar pensar, y no obligarme a sentir.  Vos me decís que el amor para vos y * es cocinar un paty juntos y no saber si está listo, si le falta ¿no? Y sí, para vos yo entiendo que el amor es así y no me extraña que cada uno construya el amor a su modo. Por eso te digo que para mi el amor era haberlo encontrado, el verlo tomar mate o el verlo con sus pantalones color arena puestos y la camisa a cuadros y morirme de amor o verlo con la camiseta de fútbol y unas bermudas, y un par de zapatillas de montaña que nadaquever  y decir, puta, estoy hasta las manos, vení y dame un beso, no importa que estés traspirado y no quieras tocarme porque creas que me da asco, no boludo, no me dá asco"

Mi hermana se rió, levemente, mientras yo me limpiaba la cara. 

“Ahora, además, me doy que nunca sufrí tanto por alguien y que el sufrimiento es lo único que me hace saber que lo que pasó fue real. Te juro que  agradezco haber sabido, una vez por lo menos, lo que no era el asco y la incomodidad… Eso es lo que más extraño, pese a todo lo que pasó, a cómo vino después la mano ¿sabés?.  Por eso me puse así, porque es sentir de nuevo el asco, ese asco tan propio de todas las demás experiencias que no se comparan con el viejo. No sé en qué estaba pensando, no sé qué pensé que podía pasar con éste pibe, después de haber vivido otras cosas, pero lo que me acabo de dar cuenta es que con Él me pasaban las cosas que me tenían que pasar y que con éste pibe no me pasa absolutamente nada, al margen de la edad de ellos y al margen de mi edad. Porque me habré engañado en casi todo, para llegar hasta acá, pero el asco no miente, boluda.  El asco no miente....”.


Adeudar

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Actualmente, y al menos hasta mediados de Julio, estoy haciendo tres materias a la vez en la Universidad. En mi carrera eso suele ser un poquitín más de lo que se recomienda cursar, para quienes no tienen un trabajo formal. Ilustrando, para mis futuros colegas que laburan, se les aconseja hacer una o dos, en el mejor de los casos, dadas las exigencias que proponen. 

En mi caso, entre  cursada, trabajo temporal de algunas horitas por semana - lo cual me implica una organización todavía mayor - me atrasé, por decirlo de alguna manera, "dos clases". ¿Y qué son clases, qué son dos veces en todo un cuatrimestre de no haber llegado con los textos al día? 
Armar lo que denomino "las listas negras". 

 A la fecha, llevo un saldo negativo de: 

  •  DIEZ artículos críticos, filosóficos o informativos sobre variados temas (literatura, filosofía, historia; etc) sin leer, ni siquiera, por arriba (que alguien me explique qué entiende la gente con leer por arriba, porque yo, no sirvo con ello...) 
  •  una novela (de esas abultaditas que son "paraya") 
  • Tres cuentos. 


Sin embargo, acá estamos. Conservo la certidumbre de que podrán quemarse mis pestañas en los próximos días - y horas, en especial - pero alguna vez seré el conejo que se ralla la zanahoria de aquélla metáfora y se come una rica ensalada. 

¿Lo curioso?

Cuanto más tengo que leer, mayores también son mis ganas de escribir.

Y sí... Me estoy tomando un recreo. 

Una de cal y una de arena

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Mi piel es, al mismo tiempo, una de las cosas que más cuido, que más dolores de cabeza me trae últimamente y que más me han elogiado ciertas gentiles bocas masculinas. Es sensible, reactiva, alérgica, receptiva y propensa a enrojecerse con estímulos como el sol, el agua caliente, los maquillajes de marca pero de mala calidad - por lo que no puedo innovar mucho -, como también, a reaccionar frente al calor extremo, al frío a ante picos de estrés.  



Por eso, no es de extrañar que mientras mi rostro lucha a pedazos y a puñetazos con una dermatitis atópica - y muy hija de su madre - en toda la cara, cada día me crezcan nuevas pequitas simpáticas en todo el resto de mi cuerpo, a modo de decoración.  Así, mientras que quisiera ponerme una bolsa en la cabeza y no salir a la calle hasta que me cure alguna vez, al mismo tiempo, me digo que por lo menos tengo las pecas a modo de golpe de gracia, como para ofrecer distintos fenómenos dérmicos, sin ninguna angustia o pensar, vió, y que cada quien elija en qué posar su atención.  

II

Ahora sí, y hablando con más seriedad, espero que la dermatitis remita pronto y que, cuanto antes, pueda recuperar mi cara.  Seguramente, después de todo esto, me alegrará seguir llevando las pecas en todo cuerpo como si fuera un chaparrón, una pincelada de la genética con criterio artístico, una especie de detalle macanudo.  Mientras tanto, no me extraña un día de éstos verme a mi misma llegar a la facultad con una máscara de cotillón como las que usan los delincuentes para consumar sus robos. Porque, o me compro un par para los meses que vienen, o lloro porque me veo horrible y no me gusto ni un poco de ésta manera, o me río; o...  me acuerdo de que, cuando me vuelva a ver como siempre - no digamos linda, eso es otra cosa - voy a tener la piel más copada que una de esas divas de la televisión.  ¿Quién me dice, eh? Quizá, en una de esas, el día de mañana me salgan menos arrugas con tanto que he invertido para no terminar como un tomate producto de una dermatitis áspera precisamente en la cara,  que me deja  llena de rochas, granitos, rojeces y escamas, haciendo descender a un subsuelo mi relativa autoestima.  

¿Algo es algo, no? 

*imagen ilustrativa. 

  


Hablar de amor VIII

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- ¿Qué te pasa, a vos? - acababa de decirme, Él, sólo para llamar la atención. 

Rodeados de gente, como estábamos, me limitaba a sonreír embobada, de seguro, ante sus maneras que por entonces parecían capaces de amansar mis inquietudes. 

- Nada, nada - reí y me frené, porque vislumbré que un compañero encaraba directamente hacia nosotros. 

Era uno de los que más quería y quiero, con quien nunca se cortó el diálogo a lo largo de estos años. Era de esos tipos ubicados, copados, y que en especial, no buscaba meterse en la vida de nadie. Probablemente de todo ya estaría al corriente, porque los chismes corrían rápido, pero jamás había emitido un juicio formal o una mirada negativa. Simplemente, había elegido no meterse y yo lo valoraba doblemente por ello, sabiendo ya desde aquél momento que nadie está exento de nada. 

- Che, Negro, ¿vas a la cancha? - le preguntó, tomándolo del hombro - Juega *** con *** - lo anotició, en vano, porque ambos son amantes del mismo club. 

Sonrió y asintió con la cabeza. 

- Sí, voy. ¿Ustedes van? - les preguntó, en referencia a él, a su mujer y a su hijo. 
- Sí, nosotros vamos a la ***. No vas ahì casi nunca, pero seguro  nos vemos igual... 
- No, claro, yo estoy en la Platea... - medito - Pero seguro nos cruzamos a la salida...  ¿A qué hora juega, al final? 
- 16. 45 - le avisó y me miró - ¿Vos venís también, no? - me sonrió, cariñoso. 

Negué con la cabeza. Él no me había dicho nada sobre su ida a la cancha, no me había invitado y yo, independiente en ese sentido, ya había hecho mis propios planes. No obstante, noté cómo cierta incomodidad lo dominaba por el hecho inevitable de asociar una unión en un un espacio distinto en el que yo no me involucraba, dado que el fútbol no me convence del todo, como para ir a verlo.  Miré a mi compañero de buenas intenciones e intenté sonreír para disimular el disgusto. Él no tenia la culpa de que a El Negro andar por la vida conmigo lo llenase de vergüenza y de culpa, por eso, vivía la idea de que yo fuera consigo a un partido con enorme naturalidad porque, en caso de que estuviéramos en algo, al parecer y por fortuna, no le interesaba.

En cambio, para mi en un nivel muy personal, eso no era solamente una cuestión más. Porque, si bien no me preocupaba la cancha, un partido o que tuviera vida ajena a mi amor; lo que me hacía endurecer la mandíbula de la rabia era cómo su gesto mutaba cuando me pensaba en torno a la consideración de los demás; cuando ponía por delante la opinión que le fuera a merecer a los demás o la opinión que pudieran tener el resto de mi - basada siempre en el prejuicio, claro -, respecto de todo el potencial que, por otro lado, podía desprenderse del coraje. 

- No, no voy - le avisé, a mi compañero, compinche. 
- ¿Cómo que no? - exclamó. 
- No. De hecho, nunca fui a la cancha - le comuniqué - En casa mi papá es hincha de otro equipo, y el resto, somos todas mujeres... 
- ¿Nunca, de verdad? Ay, Veinte, no, por favor, vení. ¿Tenés ganas? La vamos a pasar re bien, te va a gustar...

Lo miró a Èl, esperando que lo acompañara en la iniciativa y que, sin ir mas lejos, compartiera conmigo su estadía en la platea.

- Hice planes. 
- ¿Y? ¡Qué problema hay! Suspendé - sonrió  y lo miré, agradeciendo de antemano. 

Él se quedó callado, a nuestro lado, serio.
Yo negué con la cabeza, suavemente, y miré para otro lado. 

- Negro ¿por qué no van? Tenés plantea ¿no? ¿No estás siempre solo ahí? 
- Sí, pero no... - lo cortó en seco. 

Él lo miró extrañado. 
Yo, ni qué decirlo. 
- Che, sos un malaonda boludo... - espetó, nuestro amigo - ¡Qué te pasa, qué te molesta si viene ella! 

No era yo la que lo notaba extraño. 

- Hice planes, igual - le hablé directamente a mi compañero - No te preocupes, no hace falta que el señor explicite sus deseos de no verme - lo expuse, frente a nuestro conocido en común, con un alto grado de acidez. 
- Qué ortiva - lo miró, relajado - Decí que yo no tengo entradas para hoy y se agotaron, porque si no, olvidate. Te venís con nosotros - me ofreció de mil amores.

Sonreí.

- Igual, en serio, no te preocupes. Otro día organizamos mejor, compro mi entrada antes, y me sumo a ustedes - le dije y seguí atenta a mis tareas, disimulando. 

Sin embargo, mi compañero, no desistió. 

- ¿Cuál es el problema en que venga a la cancha? - lo interpeló, directamente a Él, que estaba callado, serio. 

Jamás se había negado a algo de un modo tan tajante. Era, hasta ese momento, la clase de persona que te incluía en todo, en especial, a mí. Era esa clase de tipos que distinguía en niveles de cultura o clase social, incluyendo a las personas. Era esa clase de hombres de los que yo por lo menos, tranquilamente, podría llegar a enamorarme. ¿O es que era un clasista con piel de cordero y acababa de notarlo? 

- Es que es un ambiente de mierda para que venga ella - contestó - No quiero que venga, es denso el clima de hoy ... - lo escuché decirle a mi compañero - No me gusta, se puede armar quilombo. 

En cuanto lo oí,  me lo quedé mirando más distante.  Mi compañero, entendiendo el mensaje más rápido que yo, se rindió sin más preguntas. Unos comentarios más tarde, alusivos a las especulaciones sobre el resultado, finalmente, se alejó. 

Aunque pasaran los minutos, realmente, yo no entendía que concepto tenía de mi como para tenerme bajo consideraciones tan pero tan clasistas. No era que me estuviese tratando como a una nena boba, sino, algo todavía peor: pretendía preservarme de lugares que consideraba populares por pensar que no eran los "adecuados" para mi.

¡¿Y qué consideraba, desde su imaginario propio de un hombre de 1971, que era adecuado?!

 ¿ "Es un ambiente de mierda para que venga ella"? Me repetía sus dichos a modo de pregunta retórica y ya me enroscaba. ¿Quién era, entonces, lo suficientemente digna para acompañarlo ahí o con qué clase de mujer especulaba poder ir a la cancha? ¿Qué iba a ver allí que no hubiera visto antes? ¿Qué estratos sociales podía encontrar en una cancha que no estuvieran susceptibles de compartir un canto popular conmigo? ¿En qué podía resultarle limitante mi presencia o mi compañía? ¿En qué posición me estaba colocando? ¿En la de la niña consentida que no podía acompañarlo; en el de lo oscuro que tenía que guardarse? ¿Por qué sentía desde un lugar tan suyo un bienestar que era mío?

II

Indignadísima, me alejé de su lado. La suya era una actitud muy elitista, como si yo no pudiera pertenecer a su mundo, que además, me distanciaba incluso a un nivel físico de su persona. ¿Cómo iba a estar con una persona que sentía vergüenza de si mismo; que estaba pendiente de cómo me miraban los hombres a como yo misma me estaba derritiendo por él? Parecía capaz de creerse que yo estuviera tan interesada. 

Se acercó, al rato, con aires meditabundos, al corriente de su reacción desmedida. Porque al Negro, cuando le fallaba el tacto, lo que le restaba era el más sincero intento de abordarme. 

- ¿Así que hiciste planes para la tarde? - me preguntó. 
- Sí, algo tranqui, igual - le dije, solamente. 

No me iba a poner a hacer una escena ridícula allí, pero mi rabia, mi afán de evidenciar la molestia no se escapan del radio de sus ojos. Sabía que no era coherente su postura, y por eso, se había acercado con aires de idiota, a tantear el terreno. 

- ¿Divertidos? 
- Salir por ahí, con mi mejor amiga. 
- Ah, bueno, bien...  - me sonrió - A vos te gusta eso... 

Lo miré, supongo, evidenciado la distancia con el rostro.

- Sí,  sí, todo bien - dije solamente. 

 Me hubiera gustado mucho más que dejara de tratarme como a una burguesa, incapaz de compartir cosas consigo, cuando en realidad estaba dispuesta a hacer todo lo contrario. Yo no entendía lo que le pasaba, no entendía por qué, de pronto, reaccionaba de esa manera.  ¿Sentía vergüenza de mí, de él mismo, de los lugares que frecuentaba para abrirlos a mis ojos? ¿Sentía preocupación por las cosas que me pudieran decir en la cancha, por la exposición que le suponía, por creer que no era agradable para mi pasar la tarde ahí con el? ¿Sentía temor de tener que agarrarse a trompadas, de no poder cuidar de mi en un ambiente picante, siendo que no era su responsabilidad hacerlo? ¿Por qué le preocupaba tanto la clase de lugares a los que iba, por qué estaba tan pendiente de esto?  A pesar de ser del pueblo, un tipo con buzón y esquina, que había caminado la calle y que tenía la visión aguzada por la vida, a veces, conmigo en particular, parecía perder las estrategias en el afán de preservarme de una amenaza que, para mí, no existía.

Lo que sí se formulaba muy claro era la tristeza. Porque me generaba tristeza, mucha tristeza, que no tuviera la resonancia suficiente en su vida, que no fuera del todo importante, para ser partícipe de sus pasiones. Al fin y al cabo ¿de qué me iba a asombrar? Era capaz de ir a lugares que no eran de mi preferencia, era capaz de intentar compartir las cosas que lo hacían feliz, si sólo se trataba de acercarnos... Pero Él no me dejaba ni siquiera demostrárselo, porque los parámetros de su mirada hacia mí se basaban en lo que merecía una chica como yo y lo que estaba por debajo de esas pautas. Se basaba en lo que se le podía decir a una chica como yo, en lo que se podía hacer con una chica como yo y en el nivel de proposiciones para una chica como yo...

Ahora, la pregunta del millón, consistía en algo muy simple: ¿qué significaba, entonces y para Él, que fuera quien soy? ¿Qué implicaba ese "una chica como vos"? ¿En relación a qué escala de delicadeza o vulgaridad me estaba midiendo?  El que la respuesta fuese negativa, me decepcionaba mucho. ¿Cómo le iba a demostrar que lo aceptaba, de todos los modos posibles? ¿Por qué le costaba tanto entender la oportunidad que le estaba dando y que, en general, la vida le estaba facilitando? ¿Tan dificíl era asumir y admitir que, a sus más de cuarenta, le pasaban cosas con una pendeja y que, para colmo, era pendeja le parecía demasiado? ¿Tan complicado puede ser entender que te guste mucho una persona, saber que le gustas mucho? ¿Puede dar miedo confirmar que no tiene malas intenciones y saber que se la juega por vos, que lo ha hecho al punto de decirte todas las  cosas de frente? ¿Tanto miedo puede dar, realmente, una nueva vertiente del afecto que puede traer felicidad además de la consabida idea del sufrimiento?

En mi humilde caso, era la primera vez en mi vida que frente a un hombre me sentía cómoda. Mi deseo de estarlo había sido tan fuerte que no tenia espacio para los remordimientos o para los planteos sobre los merecimientos personales. No, honestamente, me superaba el sentir amor por primera vez y concebía a su llegada como un regalo. ¿Si lo merecía, si no lo merecía? No era una pregunta que me hacía, teniendo tanto miedo de perderlo, apenas considerando la idea de que yo le gustase, muy despacio, con mucha dificultad y un gran contenedor de miedo.    En paralelo, y por dentro, sin sacarlo para afuera todo lo necesario, Él se notaba feo, ordinario, vulgar, y, obviamente, demasiado viejo para estar a mi lado. Y no, ni qué decirlo "merecía cosas mejores en la vida". 

III

- No quiero llevarte a que conozcas hoy - dijo, pero no lo miré - porque es un partido feo... - me susurró. 
- Todo bien - le aclaré, seria, dando cuenta de que no estaba todo bien. 
- Ya lo sé. Lo que pasa es que hoy es un ambiente de mierda, se puede armar quilombo. No me gusta... 
- Ojalá que no -  aludí, cortándolo en seco - No sea cosa que salgas roto  - dije, dando cuenta de que Él no era Batman, ni yo, una Doncella en apuros.  

Sonrió. 

- No, no me va a pasar nada - dijo. 

No le contesté, más que con un asentimiento de cabeza. Pensé "¡¿y por qué creer que a mi sí?

IV

Llegué a mi casa enojada. No sabía cómo abordar el tema porque no acababa de entenderlo. No acababa de comprender qué me estaba queriendo decir con estas cosas en un contexto donde tenía demasiados acontecimientos pegados a la nariz, demasiada presión y gente en contra.

 ¿Era ganas de no verme, eran deseos de esquivarme o era esa maldita idea que tenía instalada en la corteza cerebral respecto del que yo "merecía todo"? Porque esa fue una de las frases màs bonitas pero tambièn màs tristes que Èl llegó a decirme. ¿Que mejor manifestación de afecto que el afirmar sin dudarlo ni un segundo que yo me merecía todo? Pero, al mismo tiempo, ¿qué hecho más doloroso que el que Él no se sintiera parte de esa inmensidad?  ¿Era vergüenza, era miedo, era necesidad de tener su espacio? ¿Por qué, así, para qué? 

En el medio de la noche, recordé algo que había hablado con mi terapeuta de entonces. Algo que me había dicho sobre su vergüenza. Algo que me había dicho sobre su miedo. Algo que me había dicho sobre su incredulidad, respecto de mí. 

V

* unos meses antes 

- ¿Cómo te fue hoy con esa materia? - me preguntó, mientras recién encarábamos la vuelta a nuestro vecindario, luego de una jornada. 

- Bien, tranqui. Estuve un poco colgada la primera parte de la clase, pero después me puse las pilas. 
- ¿Qué viste? - quiso saber 
- A Malthus. Medio embole el tema - consideré. 
- Igual vos sos traga... - sonrió - Lo conozco a ese Malthus. 
- ¿Lo viste cuando estudiaste? 
- Sí, buen tipo - sonrió. 

Lo miré, revoleando los ojos. 

- ¿Vos? ¿Cómo te fue? 
- Mucho quilombo, hoy. 
- Uh, ¿en serio? ¿Por? 
- Tengo que dejar todo preparado para la semana, para mañana - me miró, juguetón - Yo no me puedo escapar, si no.  Me van a echar - dijo, considerando que no tenía jefe o que en realidad era su propio jefe. 
- ¿Hoy te escapaste? ¿*** se fue antes? - le pregunté por su empleado. 
- Sí, lo dejé irse; era al pedo que se quedara - me explicó, tranquilo -  Yo me quedé adelantando laburo, mientras venías.

Escucharlo decirme esas cosas me hacía sentir cosquillas en la panza. Literalmente. Estaba como atontada.

- ¿Si? Pero me hubieras dicho, no me esperabas, y yo me volvía sola... 
- ¿Por?
- Para que llegaras màs temprano...
- No, no. Yo fui el de la idea. 
- Bueno, pero vos estás trabajando desde las ocho de la mañana. Merecés... 
- ¿Y? Vos estás estudiando, estas cansada. A mi no me molesta. Yo esto lo hago porque puedo. 
- Mira, a mi me da mucha verguenza que vos hagas esto por mi, mucha. Pero te lo permito porque veo que me insiste, y supongo que no te debe molestar - hice una pausa - Pero, ahora, cuando te podés volver más temprano, tenés que aprovechar. Llegás, tranqui, te das una duchita, descansás. No te agarra todo el tráfico. 

Chasqueó la lengua, desechando la idea.  

- Vos también...  - me repitió - Llegas de estudiar a tu casa. Y por lo menos, yo entiendo que no me quieras ver, que no quieras viajar conmigo - volvió a repetirme algo que había esbozado en una charla parecida, muy parecida - pero... 
- En colectivo hubiese llegado igual. 
- Pero mucho más tarde, más incómoda, con frío - evidenció. Lo miré, en silencio, comprendiendo sus costumbres pero sintiéndome extraña - Yo entiendo que no me banques - me burló - pero acà estás cómoda, calentita acá adentro, que hay música, golosinas, todo - enumeró. 
- ¿Vos pensás que no soy de este mundo, no? 
- Es más, podés dormir si querés si estás cansada, que yo no te voy a molestar... - sonrió, todo correcto - Tengo un buzo para que te tapes. Te dejo en la puerta de tu casa, te lo prometo. 

Seguía sin responder mi pregunta. 

- ¿Vos pensás que soy un ovni, no? - le dije, de nuevo, ansiosa. 

Me miró, sonrió y no me contestó nada hasta después de unos minutos.  

- Sí. 
- ¿Ah sí? 
- Sí, es evidente que sos rara. 

Me lo quedé mirando, estupefacta. 

- Bieeeeen, bueeeeno, ¿vas mostrando la hilacha? - apelé. 
- ¿Por qué? No es algo malo ser rara. Vos sos distinta - insistió. 
- Rara no es decir distinta. Tiene un sentido diferente, connota otra cosa - le eché en cara. 

Me miró, y me tocó la pierna, antes de decirme, con voz dulce y pausada: 

- Disculpeme, señora de Letras, yo no soy como vos que siempre quedo bien cuando hablo - sonreí - Sos distinta, qué le vas a hacer... ¿Te molesta que te lo diga? 
- Sí - le evidencié.

Sacudió sus ojos negros.

- ¿Poooor quéeee? 
- Porque le estás poniendo un sentido diferente... Como si eso fuera malo. 
- ¿Y quién te dijo eso? 
- La cara que tenés... 
- No tengo ninguna cara, yo... - se volvió a mirarme. 
- Bueno, está bien, no voy a gastarme con esto. Lo único que te digo es que yo soy una chica común. 

No me contestó, sonriendo, levemente y negando con la cabeza. Suspiré, miré para la ventanilla y me quedé callada. Si quería decirme algo en un buen sentido ¿por qué no era claro? ¿Por qué no podía decirme las cosas de frente. ¿De qué me iba a espantar? 

- Vos no sos una chica común - dijo, solamente.
- ¿Porque no soy igual que cualquier chica de diecinueve años que conocés? - lo interpelé de lleno. 

Me miró, de refilón. 

- No conozco chicas de diecinueve años, yo... - me recordó con otro  tono.

No, claro, no era común. Era mas bien la excepción a sus reglas, a sus conductas laborales, a sus comportamientos y espacios cotidianos.

- Bueno, igual que las otras chicas jovenes, no sé - reorienté mi pregunta. 
- No estamos hablando de las demas.  Estoy hablando de vos. No te escapes - consideró. 
- ¿Que yo me escapo? Ay, no me hagas calentar... 
- Sí. Yo no sé cómo son las otras,  qué se yo, yo estoy hablando de vos. 
- Yo conozco a varios tipos de tu edad, y no te digo con aire soberbio que sos raro con carita de asco.
- ¡¿Lo soy?!
-  No.
- No puse cara de asco.
- Entonces pusiste otra cara que no entendí bien. ¿Si no fue cara de asco, cuál? 

Sonrió. Lo miré, esperando. Se me quedó mirando con una cara que iba diluyendo sus màscaras. Lograba trasmitirme una pureza y una vulnerabilidad - lo entiendo ahora - en tan alto grado que daba vértigo. ¿Cómo podía ser que se pusiera blandito y yo le leyera los modos y que luego quisiera hacerme parecer lo contrario?

Sí, quizá lo asustaba que aún llevándome poco màs de veinte años lo interpelara de esa forma, pero eso no tenía nada de malo. Solamente, sentía que era especial y por eso le confesaba mis ideas, mis sueños, mis pensamientos y le iba comentando mis juicios. Sin embargo, el mostrarme autentica, era precisamente lo que lo acorralaría... 

- Qué seria te pusiste, qué te parió... - se mordió los labios. 

Miré su boca y volví a sus ojos, en un recorrido tendencioso.  Bajé la vista, sin embargo, acobardada en cuarto cortó el semáforo y puso el pie sobre el acelerador.  Nos quedamos largo rato en silencio, escuchando música. 

- ¿Qué es lo que no entendés? - susurró, mirándome, de otra manera, considerando que no modificaba mi postura   

El corazón empezó a latirme muy fuerte. ¿Qué iba a hacer? ¿Se lo decía, no se lo decía? ¿Le decìa que no entenía por què no estabamos juntos todavia? ¿Le decia que no entendia que estaba esperando que pasara en nuestras vidas para darse cuenta de la oportunidad? 

- No entiendo por qué decís eso... De la nada y pones cara de "ay, ella" - Me miró, de nuevo, intermitentemente - No soy un ovni, soy una persona normal. 
- ¿Que sos un ovni, dije? Yo no dije que fueras un ovni. 

Sonreí, leve e impacientemente. 

- ¿Me vas a responder o vas a seguir empeñado en escabullirte? 
- No tengo por qué escabullirme. Te estoy diciendo algo que pienso. ¿Qué, está mal? 
- El tono es lo que no me gusta, el modo en que lo decís. ¿Qué te pasa? Un día sos amable, al segundo sos peyorativo... ¿Y quién te dice algo sobre eso? 

Sonrió, levemente. 

- Y vos no sos común para mí ¿y quién te dice algo? - me sonrió - No se, no sos comun para mi. 

Lo miré. Lo que yo no entendí era el punto. Demasiado racional, estaba intentando buscarle un sentido a todo, una finalidad. Me sentía agotada. 

- Y vos deberías aprender a aceptar a la gente. 
- Acepto a la gente... De hecho, vos sos una chica distinta, y... - se quedo vacilante. 
- ¿Y?  - le recordé. 
- ¿En algún momento dije que no te aceptaba? ¿Qué era malo decirte eso? 
- Sos peor que Malthus. Te banco menos que a mi profesor de Economía. 

Sonrió. Se quedó callado. 

- ¿A vos te enoja? - susurró, luego de unos metros - Si hay algo que yo no dí por sentado jamás es que sea algo malo lo que te acabo de decir... Al contrario... - confesó. 

Despegué mis ojos de la ventanilla y lo miré. 
Estaba, finalmente, hablando en serio. 

- Igual, en el fondo, tenés razón... Si vos pensas en una piba de 19, no es como yo... - reconocí, resignada, con algo de ironía - Esperaba que, justo vos, no  hicieras la que hacen todos... Ese quedarse en el "ay, sos media rara vos" - le dije, muy calma, con un alto nivel de acidez.  Sí, dulce y perversa.   Me sonrió, con su cara de buen tipo. 

- Pero yo lo digo en serio.  Y jamás dije o pensé en eso como algo malo. Lo hago para que te enojes, nomás, me encanta. ¿No te das cuenta que me la paso buscàndote roña?  
-No, ya lo creo - le aclaré - El tema es cómo se condice con la cara de feliz cumpleaños que tenés. Me estás diciendo rara hace dos horas y no le veo la gracia.  

Me miró, más dulcemente. Sacudió la cabeza. Me lo quedé mirando, en una inspección larga, cargándolo con el peso de mis ojos, cargándolo y haciéndolo sentir el tiempo, el silencio, mi presencia a su lado, y obviamente, el sentido que estaba ocultando y dejando traslucir con ese solo adjetivo. 

Nos quedamos en silencio. Esperó unos largos instantes. Yo apoyé mi rostro en el asiento a su lado y me dediqué a hacerme un rollito más cerca de la ventana. Quería decirle tantas cosas y, sin embargo, faltaba sólo unas dos semanas para que todo se fuera por los aires. 

- ¿Qué querés que haga? - dijo, luego de un rato, en voz muy baja, en señal de rendición - Para mí, sos distinta. Aunque te pongas chinchuda con esa palabra, es así. Yo pienso: "ella es distinta" - sonrió - aunque no me dejes pasar una y aunque seas seria. 

Lo miré, sorprendida. Acababa de darle un sentido totalmente acabado a esa palabra. 

 - ¿Ah si? 
-  Sí. 

Sonreí. 

- No soy seria - le hice una mueca graciosa. 

Se rió y le cambió la cara en cinco segundos. Suspiró y no perdió esa impresión renovada en su cara. Parecía contento, realmente, animado. 

- ¿No ves que sos distinta? Después cuando uno te lo dice te enojas, pero... ¡tengo razón!

- ¿ En tu mundo, es bueno o es malo? - pregunté, siendo clara. 
-  Es bueno. Me encanta hacerte calentar - explicitó.

Me reí, porque mi mente sucia, de nuevo...

- Gracias - dije nada mas, con voz socarrona.

Mi mente viajaba a terrenos más felices.


8M

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- Pero... - me quejé - ¡Mamá, por qué pensás así! ¡Te das cuenta, te quedaste en el tiempo!

Mi vieja se quedó callada, y no me dijo nada. 

Había un tema capital que estábamos tocando: la independencia femenina en todas sus presentaciones. 

- Parece que me vieras frágil... - le expliqué - ¿Por qué siempre pensás que alguien tiene que ayudarme a hacerlo todo? - dije, acto seguido. 

Negó con la cabeza. 

- No, yo no pienso eso... - me aclaró - Solamente que no sé, es una decisión que tenés que tomar vos... y uno dice un poco lo que le parece. Yo, a tu edad, las tenía a ustedes. Vos, tenés que ser más inteligente. 
- Bueno, pero... ¿podés apoyarme, por lo menos? Por más que no estés de acuerdo o que hayamos tomado decisiones diferentes, como mujer, ponete en mi lugar...  - espeté, de mala gana. 

Mi madre me miró, sonrió. 

- Veinteava... - dijo, dulcemente - Vos, tu edad, lo podés todo. 

Sonreímos. 

- Empoderamiento, mamá, empoderamiento. 
- Tenés que ser inteligente y responsable a la hora de tomar decisiones. Tenés que pensar en vos, en tus sueños y en tus deseos. 
- ¿Y en qué voy a pensar, si no? ¿En los deseos de otro que no respeta mi libertad individual, no?  - la burlé. 

Mi madre se rió. 

- Así, vas a lograr todo pero todo lo que te propongas - continuó diciendo - Y no, vos, tenés que pensar en vos. Estudia, tené tus cosas. El día de mañana, gracias a eso, no vas a permitir que nadie te manipule. 

-  ¿Ves por qué te digo que no hay creer en ese concepto de la fragilidad, no? Al final, me terminaste apoyando. 

Sonreímos, de nuevo, y seguimos caminando por la calle, codo a codo, siendo mucho más que dos. 

Estamos bajo lo que se concibe como un cambio de paradigma.  Eduquemos, colaboremos con la toma de conciencia, en todos nuestros estratos (familiares, amigos, conocidos, compañeros). Luchemos, literalmente, por nuestras vidas. 

El que se enoja - y mira de soslayo la lucha de las mujeres- pierde. 


Lunes

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Desde principios de enero, estoy trabajando con una Gestora. 

La relación con ella pasó casi por trasferencia ya que en un principio, ésta mujer, sólo era una  clienta de mi padre que le mandaba trabajos para hacer en su casa. Ella lo conocía de adolescente y un día hace ya años retomaron el contacto.  Naturalmente, al encontrarse ya con un hombre casado y con tres hijas, esa relación  decantó en una amistad que la llevó hasta mi casa, y la acercó a mi familia.  De todas los miembros, nosotras fuimos quienes nos hicimos más amigas, pese a la enorme diferencia de edad, desde hace cuatro años y medio.  Al día de hoy, compartimos el gusto por el arte, la música, los libros y, además, la veta de la docencia. 

Muchas veces salimos, vamos a muestras de arte juntas y nos hacemos la gamba como si fuéramos abuela y nieta, pese a que cada una de nosotras tenga personas de familia directa que sepan ocupar ese rol.  Como suele decirme - conmigo - le pasa algo especial: siente como si fuera su nieta, pero a la vez su hermana y además, su amiga; todo a la misma vez. No obstante, y en ése sentido,  a mi me pasa lo mismo: sé que tengo una especie de abuela en ella, pero además, a una amiga con quien hemos compartido mutuas confidencias, a una compinche que me codea cuando pasa "un tipo churro" y a un ejemplo de mujer que la luchó toda su vida, que crió sola a sus tres hijos y que se aseguró de que tuvieran un porvenir; una mujer que sigue haciendo mil cosas, y que al día de hoy, permanece firme ante cualquier adversidad con toda la experiencia a cuestas. 

II

Mucha ternura me dió que el saber que había comprado especialmente facturas al corriente de que yo iba a ir a trabajar hoy, para hacerme más feliz la tarde, junto con nuestros matecitos de las seis. 



Sé, mientras lo recibo conmovida, que eso es un gesto de amor, un plus, capaz de alegrarle el día a cualquier persona. Sé que eso es un gesto de humanidad, capaz de rellenarle a uno el corazón de fuerza, de esperanza (y de dulce de leche).  

Probablemente mañana será otro día con su consabido destino, eso también lo sé, distinto a éste, pero yo me quedo con un detalle del presente que, en tiempos como los actuales, no es poca cosa. 




Hablar de amor VIII (o hablar de odio)

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-  Yo te elegí, boludo, no me jodas. 

Me miró, pícaro.

- ¿Ah si? ¿Me elegiste?
- Sí, si señor, lo elegí.
- Estás loca... - admitió, con un dejo de amargura.
- Puede ser... Pero igual... - insistí.
- Pero... - dudó, entretenido - Hay muchísimos tipos grandes, ya que te gustan los tipos grandes, que quisieran estar en mi lugar con vos... - dudó - Encima eso,  en especial con vos - suspiró - Y vos, diciéndome todo esto a mí... ¡A mi, encima!

Me puse seria.

- Ay, qué tipo que sos... - musité - ¿Sabés lo que pasa con vos? No te interesa lo que te estoy diciendo, estás esquivando el bulto. ¿No querés entenderme o qué?
 - Qué.

Me reí, de nuevo y levanté un pulgar en señal de rendición. Era mi equivalente cortés de mandarlo a la mierda.  De nuevo, arremetí: 

- La próxima vez, cuando empezamos a bordear un tema del que te vas a escapar, notificame así no gasto saliva... - dije, irónicamente.
- No me escapo. Te escucho.

Me miró con su cara de tonto.
Le advertí con los ojos.

- ¿Y cómo se habla en serio con vos, si todo el tiempo tenés esa carita? - apelé - Me hacés reír, así no se puede, che... Además, te digo algo, y todo te lo tomás a joda. ¡Dale, boludo! - me reí, porque me contagiaba con solo verle la cara.

Me observó, con la misma picardía, y una sonrisa burlona. ¿Quién era la que estaba tentada, al final?

- Tampoco se puede hablar en serio con vos - me recriminó.

Mofé.

- ¿Por qué no se puede ? Qué prejuicioso que sos, por Dios... 
- Porque no se puede hablar en serio con vos durante mucho tiempo... Es obvio que no se puede.
 ¿Me crees boluda? ¿O crees que no voy a frenar dos minutos para entenderte y escucharte? - le pregunté, con sincera curiosidad - Me encanta escucharte.
- No. No se puede porque  volvés loca a la gente... - admitió - Uno no habla, ya, ni hablar puede... 

Pensé que me estaba cargando.

- ¡En serio!
- En serio te lo digo... - sonrió.
- Pero...  - dudé, unos instantes - ¿ Me tomás para la joda o no me creés? Yo soy incapaz de hacerte algo malo, de hacerte mal... - musité.
- Yo no dije eso... - frenó - Yo dije que vos volvés loca a la gente...
- Bueno, pero decime un motivo por el cual pasa eso, supuestamente... - lo pinché - Argumentá. Si no, no sirve. 
- Porque sí, es así.
- ¿Y quién dice que es así? ¿Qué te hacés tanto el piola?
- Lo digo yo... Y es así, y estoy seguro, y es así... Y lo digo yo - canturreó.


Me reí. 

- ¿Con qué autoridad? Sos un Ser muy despótico ¿sabías eso, no?   - se la seguí.

Mofó, con una carcajada.

- Lo vivo en carne propia, hace meses - se rió -  Me estás volviendo loco vos a mí, por eso lo sé.  Yo estoy loco ¿no te das cuenta? Me vuelvo loco con tus caras, con cómo me hablás, con las cosas que se te ocurren, las cosas que me decís... ¿Qué me viste, a mí? ¿Por qué no elegís a otro?

Me reí, sacudiendo la cabeza. Suspiré, enternecida.

- Es que... - pensé - el mundo está lleno de hombres y de mujeres, yo no puedo justificarte lo que me pasa, pero vos, de tu lado, sabé que me pasa, sí, me pasa un montón - intenté explicarle de una manera lo suficientemente sencilla considerando la maraña interior - A veces  lo que gusta, lo que hace que a uno le pasen cosas, es sentir que una persona entre todas es distinta. Ves en ella  algo que nunca le podes ver a otros a la misma vez, que la representa o que te gusta, o que te asombra, no sé... Es esa persona, más allá de que uno tenga a otras más jovenes, menos jovenes, más lindas, menos lindas, con el que las cosas serían más fáciles...  -  Uno dice, no sé si me conviene, pero vos sabés que es esa persona, te convenga o no - consideré - Es como que la ves y aunque te hayas dicho mil veces que no, que es complicado, que te estás metiendo en un quilombo; no importa en ese momento.  Insisto, la ves y chau, te jodiste.

Sonrió.

- Pero... yo no tengo nada de distinto... - musitó - Soy un tipo grande, completamente hecho mierda; no tengo nada que a una chica joven como vos le pueda gustar tanto. Pensalo, por favor.
- Para mí, sí, sos distinto al resto de los tipos.
- Soy viejo.
- El resto de tus amigos, nuestros compañeros, tus conocidos, todos tienen tu edad. No sos el  primer hombre en la luna, eh - ironicé, haciéndoselo saber. 

Sonrió.

- ¿Y entonces? ¿Por qué no te pasa con ellos?
- Porque tendrás la misma edad, serás parecido a ellos en la edad, serán del mismo equipo de fútbol, sabrán de literatura o de arte; pero para mí ninguno de ellos es como vos, más allá de todo.
- Son mejores que yo... - consideró.

Negué con la cabeza, progresivamente más agotada.

- A veces sería muy fácil si te pudiera meter adentro mío, adentro de mi cabeza, de mi panza, de todo el cuerpo y decirte "mirá, ves, así sos vos con mis ojos ¿Ves que sos distinto, para mí, boludo?

Me puso una cara muy particular, una mezcla entre el pudor, la ternura y la incredulidad.

- Yo soy un tipo igual a cualquiera. De hecho, hay dos millones de tipos mejores que yo para tener al lado una tipa como vos. Más allá de la edad, eh, es la verdad...
- Bueno, no me creas si no querés, lavate las manos si querés, no te hagas cargo - le aclaré - pero yo no voy a cambiar de parecer para hacerte las cosas fáciles. ¿Tan feo es que te diga todo esto, tan mal te cae? No sé para qué te confieso las cosas, al final...

Siguió escuchándome: 

-   Seguramente vos no te das cuenta, pero es muy simple para mí, porque yo te veo sin juzgarte. Tenés acciones con la gente, formas de manejarte, que no son las que muchos de los chicos tendrían. No es como sos conmigo, como fuiste siempre, sino en general. No sé, me gustás mucho, me gustás mal, bien, como carajo sea... ¿ por eso matamos a alguien?  Lo que me gusta de vos es ver que sos un tipo de base buena - dije y me miró, muy avergonzado - Sos capaz de ir y cruzar la calle sin mirar, como hiciste el otro día, para evitar que atropellen a un abuelito. ¿Y los demás, qué hicieron? Decime, ¿qué hicieron? Se quedaron mirándolo, así, pasivos.  Y yo sé, me dí cuenta que lo  mismo pasaría conmigo a otro nivel; ellos no se preguntarían nada, pero a mi me gusta que vos corras para salvar a un abuelito y que te preguntes cosas, y que no sepas hablar en serio...

Se rió, despacio.

- Bueno, es que... ¿cómo te lo puedo explicar? - dudó - Vos sos joven y... sos... - se aclaró la voz - Mirá, tenés que tener un gusto un poco mejor... - dijo, opacándose a si mismo -  ¿En qué te vas a fijar, qué te va a gustar de mi? Físicamente, yo estoy arruinado... Es más, no me cuido físicamente, ni siquiera, o sea, ni buen lomo tengo - dijo -  Soy viejo para vos, te llevo una cantidad infernal de años, me hago preguntas, no me cuido con la comida, estoy arrugado, no me cuido las piernas, y vos me venís a decir que soy distinto... ¿¡Cómo te voy a gustar yo, si soy semejante viejo?!

Lo dejé hablar, sacar todo afuera, todos sus miedos y sus inseguridades, toda la imagen negativa de si mismo. Luego le dije: 

- ¿Y?  
- ¿Cómo y? - se rió, descolocado  - ¡Y, me dice, y! - sacudió la cabeza, desconcertado.

- ¡Y sí! - junté las manos en el aire, como si estuviera rezando - ¿Yo te voy a mirar menos por eso, o no te voy a mirar o no voy a venir acá por eso que estás nombrando? Como mucho, del otro lado, te voy a querer ayudar, no sé, voy a tratar de no complicártela. ¿Qué me importa si sos viejo, el cuerpo, la cara, las arrugas? Son cosas pelotudas, no seas tonto, vos no sos así.  Yo te miro por lo que sos, no por lo que tenés, ni por nada ajeno, absolutamente nada ajeno a eso. Me gustás, no me importa nada más ¿por qué tanto quilombo?

Se me quedó mirando, estupefacto. Parecía no entender que yo lo quería, que lo iba a querer de todos los modos posibles, que mi amor no era una cuestión de apariencia, sino, de esencia. ¿Por qué no podía confiar en mi, creerme, creer que se merecía eso y muchísimo más?

- Cuando vos me decís que me llevás años, parece algo malo, algo trágico. Ponele que será algo difícil, pero no es tan maaaalo.  ¿ Vos creés que yo pienso que tenemos la misma edad, que soy una boluda?  - le pregunté, a modo de desafío, pero también como retórica - Yo sé que tenés más de cuarenta años y sé, también, que la imagen tuya va a ser la de un tipo que tiene tu edad, no la de un nene, ni la de un chico que tenga la misma edad que yo ¿entendés? - espeté - Si yo quisiera estar con un pibe joven por la imagen, no me gustarías vos ni me hubiese fijado en vos, ni en ningún tipo grande.  Si yo fuera más de hacer las cosas prácticas, buscaría otro, qué se yo, como hacen las demás chicas de diecinueve y no estaría acá... - suspiré - Pero evidentemente, nunca lo sentí así y, en cambio, con vos, pasaron otras cosas, entonces, la edad me dejó de importar en el fondo - hice una breve pausa - ****,  yo no puedo decir que me pasan cosas con vos si no te acepto antes. Entonces, acepto tu edad, te acepto así, como sos, en todo sentido...  - mofé -  En tu caso, aún mismo no siendo una persona de mi edad, tenés cosas no tienen los chicos de diecinueve, veinte, veinticinco años... - admití -  Y, sinceramente, no lo espero, no me gustaría que fueras así.  Acepto que sos un tipo adulto ya y me gusta que te comportes como tal. De hecho, cuando nosotros nos conocimos, a mi me trataste como un hombre de cuarenta y dos años; y no como un pibe de veinte... Pensalo... - ironicé - A mí me gustó que fueras así, que me trataras así, que estés siendo así ahora.  Y si no lo quisiera de esa forma, no estaría acá, sino, en la casa de un chico de veinte años, cenando con la mamá y el papá,  seguramente, como corresponde por mi edad, pero no por cómo soy yo.

Se quedó mirándome, callado. ¿Siempre lo iba a dejar sin palabras?

- Vos sé como sos, siempre, no uses máscaras conmigo. No te voy a hacer nada malo... Soy pura espuma - lo burlé. 

Sonrió.

 - Es que yo estoy siendo como soy, y no entiendo qué me ves. Yo no soy un tipo tan inteligente como Nicolás, por ejemplo, con el que podrías hablar un montón vos. Él es  arquitecto, lee todo lo que te gusta, sabe de todo lo que te gusta,  y también te lleva un par de años. ¿Qué me vas a decir?

- Que sos un pelotudo, antes que nada - me sinceré y se rió con ello - Y que si tanto te molesta que me gustes, no hablemos nunca más del tema.
- No me molesta...
- A mí tampoco, pero de vos, no parece...

Puso cara de azotado. Lo miré, durante unos segundos, y sonreí. Él en si mismo me gustaba. Inclusive hacía que me ría todo el tiempo y mientras que otro hubiera podido parecerme insoportable en esa postura, de su mano, lo mismo la apreciaba. Inclusive sí, en ese momento donde quería matarlo, el asesinato tenía como móvil el ser un homicidio por besos y caricias, premeditado y llevado a cabo con mis propias manos.

- No puedo explicarlo con palabras... - suspiré - Creo que, es más, si pudiera decirte qué fue puntualmente lo que me gustó de vos no encuentro una cosa puntual. No puedo decir " ah, claro, me enamoré de los ojos, de un buen culo" ni tampoco sería lo mismo en el caso de Nico. Nicolás un gran tipo, pero es distinto a vos, más allá de que sea un arquitecto de puta madre, que lea, que sea super culto - le aclaré, argumentando - Sí, puedo estar horas hablando con él, pero eso no implica que me atraiga, ni que me preocupe por él, ni que quiera saber de él, ni que me acueste pensando en él, ni que me levante pensando en él.. - consideré, a modo de guiño - ¿Vos me preguntás por los otros, que tienen tu misma edad, no? - le recordé, para explicárme mejor - ¿Qué hago con ellos si no son ni la mitad de lo que sos vos para mi? Pueden tener la misma edad, pueden ser más débiles a la tentación, pueden no ponerse a pensar en nada, ni siquiera, en que son viejos... - lo miré - Pero no es ese el hecho, no es lógica, esto... - suspiré - Por momentos, te juro, parece que renegas de mi. Es horrible.

- No es eso...  - musitó - Ningún otro tipo, en mi lugar, se quemaría la cabeza así... Pero yo no reniego de vos.
- No parece...
- No reniego de vos, no es eso... Es que me es tan complicado. Todo. Todo se me hace muy difícil, no por vos, sino por mí. Por eso te lo digo, habiendo tantos... ¡Tantos tipos que quisieran estar así, con vos, que les dijeras todas estas cosas! ¿Cómo venís a elegirme a mí, dónde tenías los ojos? Nico es un buen partido, no sé, otro... Cualquiera accede con vos, eso desde ya, ni se cuestiona. Cualquier tipo, estoy seguro, te dice que sí, no se resiste a vos. Podés elegir, inclusive, al que se te ocurra y con una sola cosa que le hagas, cae. Así de fácil es para vos. ¿No te das cuenta, todavía? 

Me enojé, levemente.

¿Por qué se tiraba siempre al Infierno y me elevaba a mí hacia límites que tampoco eran reales?

- ¿Buen partido? ¿Elegir como si fuera un supermercado la vida? - retomé, brevemente -  Desde que nos conocimos, a mí personalmente, no me interesa si conocés o no a fondo la obra de Borges; si lees tanto como Nico; si editaste; si sos Arquitecto o no - ejemplifiqué -  ¿Sabés qué me interesa?  Enterarme cómo salió el partido de ****, porque sé que tiene que ver con vos, con las cosas que  disfrutás. De hecho miro el partido pensando que lo voy a comentar con vos, porque quiero tener una excusa como buena tarada que soy para acercarme y sacarte tema ¿no entendés? Es al revés, todo es al revés - le dije, llena de pudor - Te juro que no sé cómo pasó, no sé qué hice, ni que hiciste vos de raro... Parece chamuyo, pero es la verdad, no te lo puedo explicar, pero me pasa.  No sé que es, no voy a mentir, pero está, estoy segura de eso, porque de otra forma no estaría en tu casa a los diecinueve añossssssss, Dios me libre y me guarde ¿no? - lo burlé.

Se rió. Mofé porque me encantaba gastarlo con eso, para sacarle la carga negativa. Aunque de nuevo me miró, vacilante.

-  Por favor, no me hagas sentir humillada - le pedí -  Te miro y...  siento que te estoy atacando.
- No, tranquila, tranqui, no es eso - me dijo, susurrando.

Esperé unos momentos. Tragué saliva, eludiendo el miedo y finalmente admití el paso a mi miedo más profundo: 

- ***, si vos querés, no te pongo más entre la espada y la pared, y me alejo. En serio, te lo digo de verdad...  -  dije me miró - Te lo juro, me porto bien, me alejo. Vos me decís que querés eso, y listo, yo lo hago... Te lo prometo. No importa lo que sienta, si vos me lo pedís, lo haría aunque vaya en contra de todo lo que te acabo de decir...  - le ofrecí.

Me miró con una expresión seria, muy seria. Parecía estar entremezclada con cierta tristeza y con cierta ternura la intensidad de su observación; aunque no me dijo nada respecto a lo que acababa de poner sobre el tapete. 

- Si querés, hacemos eso... - proseguí - Te juro que me corto las bolas, pero cumplo. Soy así, yo - le recordé. 
- No digas eso... - susurró. 
- ¡Es que no sé qué más hacer! - dije - Pero si vos me lo pedís, yo me levanto, me voy a mi casa, nunca te digo más nada, y  listo, ya fue, qué vamos a hacer... Cada uno hace la suya, no nos vemos más, no te jodo más, hago como que estás  muerto para mí, chau, se acabó - suspiré, algo crispada.

Me observó. 

- ¿Por qué me decís eso? - preguntó.
- Porque no me gusta que me trates como si fuera pendeja boluda que no sabe nada de lo que siente - rectifiqué -  El que vos no lo sientas o no sepas qué onda quizá, no es lo mismo a mi caso. Yo lo sé, y no va a cambiar fácilmente. Por eso, una alternativa, es que si todo esto te causa semejante malestar en tu vida, yo me levante sin hacer lío, sin quejas, sin situaciones feas y me vaya a la mierda... Simple.

Le cambió la voz y se puso serio.

- ¿Así de fácil te pensás que es? - me preguntó con un dejo de ironía.

Lo pasé por alto.

- No estoy diciendo que sea fácil, pero te veo la cara y digo "éste tipo está sufriendo conmigo, ¿qué sentido tiene?" - le advertí - Por eso, ya está, para que lleves esto como una carga, te tacho y vos te sacás al peso de encima... 

Y Él redobló la apuesta, negando la cabeza.

- Yo te digo que no es así de fácil, no es que cada uno hace la suya, así nomás y listo, todo fácil, todo así... - me advirtió.

Bajé un poco la guardia y fui más honesta:

- ¡Pero! - suspiré - ¿Qué me decís? Vos ya sabés que me costaría un montón por más que me quiera hacer la fuerte... Ya te lo dije, la paso horrible cuando estoy lejos tuyo. ¿Estás contento, ahora? Te lo dije, mirá. Me cuesta, me re cuesta no darte bola, me cuesta un montón hacerme la dura; pero si vos vas a estar todo el tiempo pidiéndome que no te quiera, diciéndome que no, que esto, que lo otro; yo no puedo hacer nada. Bah, sí, irme a casa, tragarme el amor y cagarme, por pelotuda, por haberme fijado en un tipo que me repele, que me tiene alergia, que no me quiere, a quien no le importo...  - consideré, enérgicamente - ¿Qué más queres que te diga? Es la verdad, qué querés que te diga...  - insistí, terca como una mula.

Me sonrió, luego de ése argumento. Bajó la vista unos instantes.

"Si querés, no me ves más, me voy a mi casa, y estás muerto, eh, estás muerto"  - me imitó, haciendo un gesto de desecho - Estás loca, vos. Eso es lo único que te voy a decir, estás loca. Y si te querés ir, te llevo a tu casa, pero por mí... - me sonrió.

Inspiré hondo, sacudiendo la cabeza y cerrando los ojos en una invocación a la santa paciencia.

 - Otra vez la misma: pasamos del cariño al odio... - dije.
- En especial, al odio - se rió - Igual, tranquila, a mi también me caen mal las de Letras, no me las banco, así que puedo entender lo que me decís...




- ¿Las de Letras, por la carrera? - dije, de pura inocente, cayendo en la trampa, intentando disolver la tensión del intercambio anterior.
-  Las que estudian Letras, sí; esas que leen mucho, hablan con palabras raras, escriben cartas que son una bomba, le cantan a uno las cuarenta todo el tiempo -  describió.

Le puse cara.

-Yo detesto a esas minas que son sinceras, que vienen a mi casa a visitarme y no me aceptan nada de lo que les ofrezco porque no piensan que me deben algo, que me dicen que soy distinto, que son tímidas con todo el mundo menos conmigo - enumeró - No las soporto.

Dudé.

- Está a la vista, claro, parece que no lo podés bancar... - ironicé - Lo que no entiendo es para qué estoy acá, si vos ya sabés que soy así - lo enfrenté.
- ¿Quién te dijo que eras vos?
- Me estás describiendo, no soy tarada - rivalicé, enseguida.
- No te hagas cargo... - me aclaró, muy serio - ¿Quién dijo que yo iba a estar hablando de vos? ¿Por qué pensás que voy a estar hablando siempre de vos? - insistió - ¿Pensás que yo tengo que decir cosas que encajen con vos todo el tiempo y no puedo darte una opinión o un punto de vista? - me pinchó - ¿Quién te dijo que yo pienso eso de vos? ¿Quién te dijo, eh?

Estaba tan serio que daba gusto.

- Pensá lo que quieras...  - musité.
-  Es curioso porque - se quedó callado, meditabundo y cuando volvió a hablar lo hizo con un dedo en alza -  Lo que menos me gusta de esas tipas es que se enojan. Uno no puede joder que ya se enojan. ¡Después cuesta ablandarlas, hacerles creer en uno, que le tengan un poquitititito de confianza!

Me mordí la lengua, pero, no obstante eso, le solté:

- Andá a cagar...

Sonrió, complacido.

- Y es más, a veces, me mandan a cagar.

Me reí, corroborando el carácter bromista, al extremo, pero no le contesté más nada.

- No me gustan, te juro, no me gustan para nada... - dijo, muy serio.
- ¿Ni un poquito? - empecé a seguirle la corriente.
- No, no, no... No me mueven un pelo... - reforzó - Además, por lo general, son muy calentonas...

Me lo quedé mirando. Era un gran esfuerzo para mí identificar qué era broma y qué era real en sus palabras.

-  No sabía que estaba hablando con un premio Nobel...  - mofé - Calmate conmigo... 

Se rió, a carcajadas.

- ¿Las estás defendiendo a las Señoras de Letras?
- A mí no me gustan los tipos que hablan como hablás vos,  con esa postura de que se las saben todas. Eso es de lo que me defiendo... - le recordé - Me molesta que te pongas en ese lado soberbio, porque no sos así.  Vení a éste lado del mundo, y no te hagas el superado conmigo, dale, que no mordemos... - le eché en cara.

Se rió.

- Es el odio, ¿viste lo que produce...? - se encogió de hombros - Pensé que nos llevábamos bien, nosotros, que no eras como esas tipas de Letras que tanto pero tanto me disgustan y al final resulta que las defendés, me tildás de soberbio - aseveró.

Nos miramos, fijamente, durante unos segundos.

- ¿Cómo nos vamos a llevar bien si no te gusta nada de mí? 
- ¿Y por qué te importa tanto?
- No, es que no me importa si te disgusta, porque soy así - le aclaré - Pero sabés perfectamente que esa descripción me encaja... 
- ¿Y cómo sabés que no me gusta nada de lo que sos? - dijo.

Nos miramos.
Se sonrió, toreándome.

- Te detesto tanto, tanto, tanto - me tapé la cara con las manos - ¡NO ME VOY A ENOJAR! - reí, intentando mantener la seriedad.  De inmediato, lo miré, advirtiéndole: ¡YO QUIERO SER MEJOR CON VOS Y VOS TE HACÉS EL VIVO..!

Se encogió de hombros.

- A mí también me caés mal - dijo, serio, aunque con cara de pícaro.
- Qué tarado, qué tarado, qué taradooo - espeté, en voz baja.

Se puso serio.

- Vos porque sos una amarga - picó.
- Vos porque sos un payaso - contesté.  -No se puede hablar, así...
- Y además de amarga, sos una vieja chota... - contratacó.
- No tendría drama... - musité, desafiante.
- Y también sos una piba joven a la que le gustan los tipos viejos - pegó y se rió, levemente.
- Mucho menos problema... - mofé, riéndome - ¿No?

Se quedó callado unos instantes.

- Sos una piba muy raaaaara - dijo - Muy rara...  -dictaminó.

Y eso, con tono peyorativo, sí me tensó nuevamente, porque sentí que tenía mucho de verdad y poco de broma. Yo era, por momentos, terrible, loca, rara; y todo, esencialmente, porque lo quería.

- Basta - lo frené, por primera vez.
- Basta, dice, basta, basta - burló.
- Basta, en serio, no me causa gracia... - lo frené, por segunda vez.
- ¿Qué basta? ¿Por qué basta? - insistió - Aguantátela, ahora, nena...

Agaché la cabeza. Luego, sin poder explicarle nada, me lo quedé mirando, unos segundos.

- No me digas eso como si fuera un insulto - musité, inspirando hondo - Porque vas a hacer que me vaya. 
- Hacé lo que quieras. No me interesa. Odiame si querés, andate, no sé, hacé la tuya, no me interesa..  - dijo, muy en serio.

Me quedé callada, de nuevo. A la mente, a mi mente, vinieron épocas dolorosas. Y, por un momento, a través de eso, el dolor me jugó una mala pasada.

- Te miro y pareces muy convencido de todo lo que estás diciendo... - dije, creyendo buena parte de su chiste.

- Sí, estoy convencido. No es un chiste...  - aseveró.

Lo miré, intentando que se fracture su rostro, intentando conectar las vivencias del presente con el amor y no con el dolor del pasado.

- ¿Por qué me tratás así? - le dije, aunque hoy entiendo que lo que le estaba diciendo es "¿cómo me vas a decir eso?".

- Yo no te estoy tratando a vos así,  yo estoy diciendo lo que no me gusta.

II

Me alejé de su lado un poco, incrédula. Es que, más allá de quererlo, necesitaba que me estuviese haciendo una broma porque, de otra manera, era revivir años difíciles, o más bien, tristes, en una época de mi vida donde más allá de las dificultades por fin sentía que estaba pudiendo ser feliz. ¿Por qué la vida me iba a devolver el mismo espejo, ahora, años después, cuando las cosas podían ser posibles de una buena vez por todas?

-  Está bien. Yo seré rara y todo para vos... - me disgusté - pero no hace falta que me lastimes, si te parezco un bicho ni que me rechaces como a un perro cuando te digo que siento cosas por vos. No sirve así, porque aunque no te pase lo mismo, no voy a permitir que ni vos ni nadie me humille  - musité, y le alejé de su lado, despectiva - Te cuento las cosas para que me creas, no para que me lastimes, ni para que me digas que soy rara, como si fuera malo. ¡Qué insensible que sos al final, eh! 

Me buscó, enseguida.

- Uy, no, pará, pará, pará, pará - se dió cuenta -  Mirame, mirame. Dos segundos, mirame.
- ¡No, es que te vas a la mierda! ¿Qué se yo si es chiste, a ésta altura, qué se yo si es verdad?
- Veinte, para, pará un cachito, mirame, por favor... - susurrró, reteniéndome - Mirame.
- Ay, no, es si te miro te voy a putear... No quiero. Basta. 
- Bueno - me dijo, como si se quisiera reír - Puteame, dale, puteame, pero mirarme un cachito.

No lo miré.

- Dale, yo sé que me estás puteando por dentro, sacalo afuera. Vos podés decirme lo que sea, dale, sacalo... - me alentó.
- Es que sos un pelotudo, porque sos vivo, tenés capacidad para darte cuenta de todo... - le susurré, más vulnerable que altanera - ¿A vos te parece que, con cómo te estoy hablando, a mi me causa gracia? ¿Que no me soportás me decís, pelotudo ? Y yo como una estúpida diciéndote "sí, sos distinto" - chasqueé la lengua - Andate a la mierda... ¿La verdad? Ya no sé qué carajo hacer, así que hacé lo que se te antoje... 

- Mirame, Veinte, perdón...  - insistió  - Perdón, me pasé, me fui al carajo, perdón, por favor. No me di cuenta que te iba a molestar lo de rara, es más, yo pensé que te ibas a reír, como hasta ahora... ¿sí? Por eso lo dije. 

Lo miré, de nuevo, intentando separar aquél presente de ese otro pasado donde, no obstante la diferencias abismales entre emisores, no obstante el tiempo, no obstante los contextos... Pero la angustia y la tristeza que me producían era, indudablemente, la misma.  Por dentro, me ardía todo. Todavía permanecía con cierto rencor.

- Era una joda... - dijo.
- Siempre decís lo mismo, no es el hecho.
- Bueno, pero no lo hice de hijo de puta ¿eh?
- Yo también puedo ser hija de puta y no hago jodas.
- Hacelas, dale - me alentó, haciendo un gesto con sus manos, como si quisiera ser castigado por su metida de pata con un ojo por ojo - Decime cosas, puteame, cargame con algo. 

Traté de disolver la asociación. Él de esas malas pasadas, no tenía la culpa. Desconocía el origen, desconocía parte del alcance y yo, para restarle peso, le había contado muy superficialmente una época que, por el contrario, había sido muy dura para mí.  Era, en parte, también, una mala mía.

Decidiendo no decirle nada realmente feo, sólo contesté:

- Duelen esas cosas. 
- A mí decimelas... ¿Qué importa? Dale, las escucho. Seguramente estás pensando mandarme a la mierda, dale, hacelo, no hay problema... - insistió - No te va a doler. 

Negué con la cabeza, enérgicamente.

- Ay, Dios, no... - me exasperé.
- Pero ¿por qué? No me voy a enojar, animate - insistió.

Negué, obstinada, con la cabeza.

- ¿Por qué?

- ¡Porque yo no te puedo lastimar a vos! - exclamé -  Porque no me da la cabeza para decirte algo feo, ni en broma, ni siquiera para joder, porque no quiero que sufras ni con un chiste, boludo... ¡Es cuidarte! - ¡Me importás, la puta madre, a ver si lo entendés! Me importás.

Se quedó callado, muy serio, y todavía algo sorprendido.

- No importa si es para hacerte una broma. Lo que yo no tolero que tengas un duda, no quiero que dudes, ni te quiero atacar-  le confesé - ¡A la gente que se quiere no se la jode, no se le hacen bromas, no se la insulta ni se la ataca! - afirmé, tajante - Vos pensás que soy una amargada, pero tengo una relación muy especial con la burla, algún día vas a entender - le anticipé - ¿Cómo te voy a agredir, si yo te quiero? Para mí, cuando vos querés a alguien, no se le dicen éstas cosas porque vos no sabés cómo le puede caer... ¿Mirá si me paso de chistosa y te duele? ¿Cómo hago para que me perdones, después?

Aunque estaba mirándome fijamente, se le ablandó el rostro. 

- No pasa nada - me tranquilizó - Vos a mí me podés decir lo que quieras... Te perdono igual - evidenció.

Hecho que, por su parte, demostraba seguido con su equivalente en caudales enormes de paciencia.

- Es que... ***,  - le aclaré -  lo que no quiero es lastimarte. Son dos cosas distintas - lo miré -  Parece una locura lo que te digo, me mirás con una cara - musité - ¿Qué, no tenés corazón, vos?
- No, no tengo corazón - espetó, rápidamente.
- Entonces estoy perdiendo el tiempo... - le dije.
- Sí, yo te lo dije siempre - aseveró - Te conviene más ponerte a salir con un pibe joven, quizá el tiene corazón...

Lo miré, de nuevo, herida.

- ¿Vos disfrutás de algo que yo me estoy perdiendo, no? No puedo creer, parece que me lo hacés apropósito. Mirá que no te sirve hacer como si fueras otra persona conmigo. Cagaste, te mostraste como sos y ya te saqué la ficha, y cagaste doblemente porque encima me gustás así como sos, no te compré el cuentito, el del señor galán por suerte... - le dije, con notorio sarcasmo - y me encontré con lo mejor, la pulpa del señor ***. 

Puso cara de sota, pero no lo creí fácilmente.

- No sé de qué me estás hablando, en lo más mínimo...  - insinuó.
-  Entonces debo importante muy poco, si te ponés en esta postura todo el tiempo. Dejá. No me saques más de encima. 

Me atrajo hacia él.

- Escuchame una cosa, sacar de encima, hay algo que disfruto muchísimo... - admitió, juguetón -  

Lo miré, llena de desconcierto aunque consintiendo el contacto.

- ¿Verme sufrir, argumentar, o algo así?- murmuré en sus brazos, abrazada a Él  con las manos alrededor de su cuello, de nuevo. Negó con la cabeza, enérgicamente, rozándome los hombros, porque se escondía allí en simultáneo.

- Me encanta cuando te enojás conmigo. Me encanta.

Quedé más desconcertada.

- Pero... ¿cómo te puede gustar eso? - me reí, descolocada.

Sonrió.

- Cada vez que vos te enojás, te mostrás - me confirmó - Me gusta que te muestres, por eso, te hago enojar. Sé que cuando te enojás conmigo, sos totalmente sincera. Me gusta, no sé, es como que se te va la vergüenza.
- Pero... yo con vos siempre soy auténtica... - le recordé.
- Ya lo sé, pero cuando te enojás conmigo, mostrás toooooodo - sonrió - Sos una loca, vas y me decís lo que es, no te importa nada, no tenés filtro. Por eso me gusta verte enojada, porque sacás todo. Me tranquiliza conversar de éstas cosas, y de otra manera, a veces, no sé cómo llegar a vos, a que me digas esas cosas, porque no sos fácil, no me dejás acercarme o me cuesta muchísimo llegar a vos, a que me digas las cosas, a que confíes.

Su argumento, en cierto modo, tenía mucha razón. Enojada, yo, me liberaba. Enojada, en especial por la burla, también en el pasado había llegado a defenderme de formas muy fuertes, plantándole batalla ruda a esas maldades. Y, quizá en un aspecto muy profundo, mi reflejo, frente a una situación parecida, fatalmente, era el mismo... Aunque la persona era distinta, y por si fuera poco, yo la amaba.  ¿Cómo la burla, algo que  tanto odiaba y que me había traído tanto dolor iba a estar asociada a una persona que  quería y que me hacía feliz?  Me costaba bromar consigo, por momentos, hasta ésta charla, aunque más adelante se me daría con enorme asiduidad, porque tenía miedo de que pasara por un gramo del dolor que yo había sentido cuando era chica. Era, aunque suene muy extraño, una forma de protegerlo, de cuidarlo, no hacerle bromas.

- Podría contarte las cosas ¿no? No hace falta que estemos tirándonos tiros... Si me decís que te cuesta acercarte, conmigo sé literal. Porque a mi me cuesta mucho, también, pensar que tu forma de acercarte quizá es una broma.
- Es que me gusta mucho verte enojada conmigo, es diferente a que me lo cuentes... - se rió, pudoroso - Me ponés unas caras, me hacés unos gestos, me decís cada cosa... Me encanta que te enojes conmigo, qué querés que te diga... Me vuelvo loco...
- Porque te doy bola...
- Porque me das bola, sí, es cierto...  - repitió, mimoso - Y mirá que yo te jodo, te jodo, pero te seguís calentando. Te seguís creyendo las cosas que te digo, todo, te creés.
- Es que yo pienso que me lo decis de verdad, te lo juro - admití - Sé que no debería, pero... Reacciono mal. Perdón. Me mando todas las cagadas posibles con vos, encima, que siempre me gustaría mostrarte el lado bueno, saco mis defectos.

Suspiró, más dulce, acercándose.

- Escuchame: ¿cómo te voy a decir esas cosas?
- Sí, yo sé que es una cuestión de que te respeten, pero como sé que me respetás, me enoja doblemente...  - le expliqué - Me duele, no sé, pienso que en el fondo me las decís de verdad...
- Bueno, vos también me decís que me odiás...- me dijo, un poco más serio.

Sacudió la cabeza.

- Pero ¡no! - hice un gesto, como buena atropellada - ¿ Cómo te voy a odiar a vos, boludo?  ¡Sí, claro, te odio, total, no te am...! - espeté, cortando la palabra e inspirando hondo, a modo de reinicio: - Escuchame, por favor, a ver: cuando te digo eso, es al revés - le aclaré, eludiendo esa palabra de tanto peso que había estado al borde del abismo.

Asintió con la cabeza y se inclinó un poco más cerca de mí.

- Perdón, soy un boludo...
- No, no pasa nada - suspiré, muy profundamente - Creo que yo también soy una boluda...  - le sonreí.

Se quedó en silencio, sonriéndome y me miró de un modo muy profundo.

- ¿Qué? - lo miré, acostada a su izquierda ya.

Estaba mirándome de una forma dulce y había vuelto la cabeza, con sus ojos, perdidos en el techo.

- Que te odio - sonrió, levemente - y  que me caés muy mal, Señora de Letras.
- ¡Tarado que sos! - me acerqué a su lado para vengarme y de un movimiento certero me acostó encima suyo, sin ninguna dificultad. Cuando quise darme cuenta, me tenía capturada, sin presentar resistencia a mi peso.

 Y yo que no había querido invadirlo...

-  Te odio - me repitió, en voz baja - Te odio, cabezona... 
- Yo también - me reí, reblandecida -  Mucho, mucho.
- Y como te odio, voy a hacerte cosquillas. 
- ¡No, no, no, no seas guacho! ¡ Te voy a matar! 

 Mientras me retorcía de la risa, no en vano, pensé que ese te odio era, en realidad, exactamente lo contrario.  

Qué lindas las épocas donde jugábamos con las palabras. 

Cambios

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I

Las previsiones se me fueron escapando conforme fue pasando también el tiempo. Las experiencias, buenas y malas, gestaron una perspectiva que reformó y modeló un nuevo concepto de verosimilitud. Los regresos, las ausencias, las faltas y en especial las llegadas que no había avizorado nunca, empezaron a marcar un ritmo que me interpeló de lleno... y lo sigue haciendo. 

No sé cuándo fue exactamente que se me fue mi última certeza. No sé cuándo fue exactamente el momento donde, en definitiva, dejó de cerrarme todo. No sé, ni idea tengo, respecto del instante donde las cosas empezaron a cambiar.  Lo único que creo saber, porque ya no me animo a dar afirmaciones tajantes, es que progresivamente, a lo largo de éste último bloque de meses, yo perdí todas mis respuestas.  

Las viejas contestaciones no me conforman ahora. Las viejas soluciones no me consuelan. Mi umbral ante lo posible, otra vez, está empezando a dejar de ser lo que aparentaba, para mostrarse en todo su esplendor, siendo lo que es. 

II 

¿Cuánto falta para recibirme? 

Es una carrera larga, lo sé. Es una carrera donde avanzás lento, lo sé. Es una carrera maravillosa, que te rompe los ojos y la cabeza, eso también lo sé. Es una de las carreras que más campo de lectura tiene, al menos, en mi Universidad; claro que lo sé. Es una carrera que pide, que pide, y que tarda en dar. Es una carrera poco valorada, en la masividad de la gente, que desconoce el esfuerzo. Es una carrera que hace "la gente grande" luego de jubilarse. Es una carrera maravillosa, que me sostiene cuando las otras cosas se han perdido de vista. Es la carrera que soñé con hacer desde los quince años.  Es, en definitiva, con sus procesos, sus tiempos, sus fracasos, sus alegrías y su ritmo, mi sueño hecho realidad. 

A veces, recuerdo el momento donde pensé en dejarla definitivamente y no puedo creer cómo estoy donde estoy. Promedio mi carrera universitaria desde el tiempo en relación al sacrificio y al trabajo. Eso último me trae el sinsabor de lo incierto, después de meses de búsqueda. Y de nuevo, el estudio, la pasión, la curiosidad, el bichito de la recreación a la vuelta de la esquina, mi fuente de progreso, el destino de mis energías, el afán incansable de conocimiento, mi curiosidad, esa curiosidad que me condena o me llena de vida.  ¿Hasta dónde se puede querer estudiar, hasta dónde se puede extender la etapa de formación académica en una persona, sin dejar de lado su región interpersonal? 

III

Las ideas que me repetí, incansablemente, a veces como un juego, hoy son la realidad.
Las ideas o los pensamientos respecto de las cosas que conozco ahora, también hicieron buena parte de mi realidad.

La clave está en responderme, de acuerdo a los pensamientos que estoy teniendo ahora, ¿hasta dónde se puede querer estudiar, hasta dónde se puede aspirar a una formación académica, sin dejar de lado el porcentaje de materia humana?

Sé que, antes de una estudiante universitaria, soy una mujer, jovencita, de casi veinticuatro años. Sé que hay cosas que, mientras no las haga en el radio de los próximos años, más adelante, se volverán más complicadas. Sé que en mi afán por estudiar, ciertas otras cosas, cada vez me importan menos o en realidad, sé que en detrimento de todo lo demás que no entiendo, mi formación es lo único que me rescata, lo único que me hace imaginar un porvenir diferente en buena medida.

IV

¿Qué es lo curioso?

Desde pequeña, me imaginé estudiando, me imaginé estudiando mucho, aprendiendo cosas, satisfaciendo mi curiosidad, pero además, trabajando mucho por mis sueños personales. Sí, es extraño, pero una de las cosas que más me insumía tiempo en mis ensoñaciones era el profundizar mi costado intelectual y profesional, casi por encima de cualquier otro aspecto. No me veía como madre, pero sí, me veía haciendo formación superior; no me veía en pareja, pero sí, llevando al hombro mi casa y continuando con mi formación.

Hoy me doy cuenta que no soñé con ser madre, ni con tener un marido, aunque sí con encontrar una persona con quien vivir el amor. Mi vida se formuló siempre teniendo por delante dos pilares: mi familia de origen y mi formación, dejando a un lado todo lo demás.

Y ahora, cuando la consideración que tengo sobre mis estudios va cambiando a través de cada materia que hago, me doy cuenta que esos pensamientos son la realidad que vivo todos los días. Que nunca elegí, aunque lo pareció en su momento, a ciegas.

No es de extrañarse ahora, ni siquiera para mi misma, que vea más factible todo lo que dependa de mí, y de mi autosuficiencia, en relación a todo lo que pueda construir con un otro. Porque ése es el punto: nunca encontré a un hombre que me gustara y que, en relación a eso, no me temiera como para orientarme a "negociar mis aspiraciones" por encima de una relación afectiva.  Nunca encontré a un hombre que se la bancara, pero sí encontré música, arte, libros, conocimiento y una cantidad mortal de cosas por descubrir, con las que yo me la banqué, con las que yo me nutrí.

Y a través de todo eso me di cuenta que, en realidad, a mí la vida quizá me había reservado ésto, y que era hora de aceptarlo, soltando la obligación de pensar en instancias de la vida como casilleros.  ¿Qué esperaba, además, si poco era lo que comprendía del mundo como para entenderme con alguien, formar una pareja, convivir con un otro, tener hijos en algún momento? ¿Cómo iba a lograr todo eso si en todos estos años fueron tan pocas las personas que me gustaron realmente?

V

Al día de hoy, me acostumbré. Puede sonar raro, porque soy joven, pero me acostumbré a estar sola, y, como solía decirme mi terapeuta en su momento, tengo una asombrosa habilidad para estar sola; una relación muy especial con los espacios que yo considero propios. Es como si no quisiera perderlos nunca, ni tampoco, ponernos por detrás de cualquier hombre. Como si, entre mis aspiraciones y mis ambiciones personales y un hombre promedio, yo eligiera siempre lo que depende de mí, dejando el costado más humano de lado, que en realidad, siempre me trajo más sufrimiento que alegrías.

El hecho de no entender cómo funcionan las relaciones entre mis pares etarios y el desencuentro inevitable con quienes no son mis pares, me ha llevado a pensar seriamente qué quiero, qué estoy esperando, qué deseos tienen cabida en mí y cuáles ya han vencido. Así, me resigné en lo afectivo, y lo más curioso, es que dejé de considerarlo realmente como un aspecto susceptible de transformarse en el largo plazo.  Me voy a quedar sola, pienso, a menudo y cada día lo veo más cierto, más concreto, más afianzado al correlato de mi vida, como si fuera parte de mi nombre y de mi apellido, un elemento más de mi ADN y no, por su parte, una circunstancia que se puede modificar.

VI

 Antes me daba una inquietud terrible la sola idea de decir que yo no iba a ser como mis hermanas, con sus novios formalitos, ni tampoco, como mucha gente que conozco, pero en realidad,  hoy ya ni miedo le tengo si ésa es la dirección que tomará mi vida. Sí, evidentemente, quizá ese sea el destino para mí, el de ser la solterona. Quizá, como me pregunto por estos días, ésa sea la deuda en mi vida, a diferencia de muchas otras personas que, probablemente, tienen la deuda ubicada en otra esfera de su vida y se vinculan a ella.

Y eso ya no me asusta, ni siquiera, me apena. Lo entiendo, más bien, como un hecho desafortunado pero posible. Porque ¿de dónde se ha sacado la frase de que siempre hay un roto para un descosido? ¿Y si no hay roto y el descosido se arregló solo?

He llegado al punto de entenderlo, y he llegado a comprender, además, que entre más pasan los años menos siento la necesidad de estar con alguien, porque la ausencia de ese otro compatible conmigo, me ayudado a pensarme desde mi misma, a tomar las decisiones para mi vida sin interferencia de la de un ajeno, y a las de pensar qué hacer primero y qué hacer después, sin que me corra la impaciencia de un otro. Porque que nunca te encuentres del todo con nadie que te guste puede ser doloroso, pero también, puede hacerse productivo. Y  a través de esa productividad, quizá, el día donde quiera estar con alguien va a ser por un interés real y no por una cuestión de pensar el ponerme en pareja como una adhesión al mandato.   Porque lo que estoy rompiendo ahora, y desde hace años, es mi propio mandato familiar. Y esto, aún contra mi propia voluntad manifiesta, parece ser sólo el principio de un largo recorrido de diferencias respecto de la vida de mis hermanas, sin ir más lejos, y para establecer una linealidad.

VII

Por lo demás, y en lo que de mi dependa, me alegraré con intentar tener la mayor cantidad de motivos para sentirme contenta. Lejos estoy, ya, de quedarme tejiendo y destejiendo a la espera de un Odiseo que está varado en Ítaca. Si alguna vez aparece alguien digno de mención, bienvenido sea, y ojalá que también correspondido, claro. Pero, si no aparece nunca, también bienvenido sea.  La vida, al fin y al cabo, se la construye uno. Para bien y para mal.






Doctor

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Hace ya bastante tiempo saqué turno por mi obra social para el - coloquialmente conocido como... - oculista.

Desde hace un año  - lo comenté aquí en su momento - estoy con problemas en los ojos. Tengo orzuelos con periodicidad exagerada y nunca termino de curarme de ellos. Fui a varios médicos y me fueron recetando cosas distintas que, en mayor o menor medida, me ayudaron aunque sin darme solución. Repetí entonces la consulta con otra profesional y le llevé a la ribera de su escritorio todo lo que me anduvieron recetando desde ese pasado junio al corriente mes. 

Me atendió una doctora de apariencia distante, que me recibió con un apretón de manos y me interpeló de lleno con unos modales ciertamente fríos.  Una vez pude explicarle todo el proceso por el que estoy pasando; que pude mostrarle los remedios y contextualizar la situación; la mujer se aflojó y, evidentemente, dejó traslucir un poco de su informalidad. 

Pese a que en un comienzo me sentí un poco cohibida cuando remarcó insistentemente el hecho de que tengo la cara destruida por la dermatitis atópica - con la que también estoy guerreando, llena de pomadas, geles y diferentes ungüentos -;terminó recomendándome un especialista para ése asunto, ahorrándome así todo el papeleo y los turnos de la obra social y hasta me contó un par de cosas sobre sus hijos.  

Sin embargo luego de las correspondientes indicaciones, y en lo que se refiere a su materia en particular, me derivó a un especialista en materia ocular porque tengo altas chances de tener que operarme. 

No sé cuándo. No sé el método, es decir, si tengo que quedar internada o si me puedo volver a casa. No sé hasta qué punto me cubre la obra social. No sé cuánto costará en forma particular. No sé en qué momento me intervendrían, tampoco, y el modo en que me organizaré con la facultad y mi eventual empleo y ni qué decir en el camino arduo de buscar algo relacionado a lo que hago. 

Sin embargo, acá estoy, con un piquete en la cara y luciendo lentes nuevos, anhelando que afloje un poco todo y se vaya acomodando. Sí, acá estoy. Super sensible, super, super, super, como si me hubieran descascarado. Sensible ante todo, sin exagerar, ante lo bueno y lo malo, como si me estuviera derritiendo por dentro. 

Paciencia es lo que me sobra, y lo que hace años vengo cultivando. Lo demás, como dicen por ahí, depende de un lema: "orden y progreso". Que el orden, entonces, se vaya dando y que el progreso ansiado esté a la vuelta de todas las esquinas que pueda recorrer de aquí en más. 

Huyo a ver las disertaciones que están teniendo lugar en el Congreso. 

Noches frías

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Me levanto de la silla para prender una hornallita de la cocina. Espero y espero, procurando dilatar el momento, pero no doy más del frío. También me arrimo a poner la pava y busco en la alacena un mate cocido casi por inercia, mientras voy frotándome las manos durante unos segundos. Estoy envuelta en una frazada, preparando de antemano un examen parcial en una noche de domingo, donde quisiera irme a dormir, intentando adelantar las cosas antes de la semana que va apretando, respecto del final de cuatrimestre. Pienso en cómo terminar de hacer lo que estoy diagramando mientras se calienta el agua. Le busco el derecho, el revés, y la diagonal a ése asunto de englobar tantos artículos en un par de párrafos para mi resumen. Me saco los lentes, me froto los ojos y camino un poco por la cocina, envuelta como un canelón. 

Pienso, pienso y pienso. 



Ojalá, dentro de un mes, cuando se termina toda esta bataola de examanes - cuatro parciales diferentes en una semana -, pueda irme a dormir más temprano con los hechos consumados. 

Mientras tanto, hoy es una noche fría de domingo...  Y sigo adelante. 


Literatura, cuanto menos, ficción: Narrar por experiencia

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Hace unos días, me levanté, le respondí un mensaje a una amiga para seguir con el hilo de un chiste y, de paso, me di  una pasada por las notificaciones de redes diversas. Estaba buscando algo en particular, que es motivo de gracia para nosotras, cuando encontré que Él - sí, Él, el mismo que viste y calza - se había pegado una vuelta a eso de las nueve de la mañana por mis fronteras, dejando seña gráfica del hecho.

II

Miré treinta veces la pantalla y algo de lo que veo me molesta. Todo parece indicar que ese nombre, esa irrupción, esa rotura, molesta, pero me siento extraña, desconectada. En medio de esos instantes primeros de confusión, no entiendo que efectivamente el nombre que aparece allí corresponde al nombre con el cual lo bautizaron a Él. Es como si me estuvieran hablando de otra persona; y como si, especialmente, las ideas referidas a la vida de Él se cruzaran de lleno con la realidad de sus gestos. 

Por dentro, cimbra todo. Mis supuestos empiezan a caerse y, de nuevo, no puedo evitar la pregunta más dolorosa de todas, al día de hoy: ¿para qué hace éstas cosas? ¿para qué más dolor, para qué ese fisgoneo, cobarde e incapaz de cambiar el curso de los acontecimientos? De verdad, ésa es mi pregunta del presente... ¿para qué más de ésta historia que no se muere nunca?

III

Lo quiero matar, éso es lo que me sucede. Por primera vez en cuatro años siento unas ganas de ir, putearlo y pedirle a su fantasma, a esa manía de estar y no estar, que me deje tranquila. Quiero decirle que termine de hacer estas estupideces de adolescente. Quiero decirle que se ocupe de su vida, que se quede con Ella, y que no se le ocurra ni mirarme - si total, el papel de boludo es el que mejor le sale - la próxima vez que pase por mi casa y pretenda hacer como que no existo.

Quiero decirle que es un tonto, que es un gran tonto, por pensar que con mirarme a la distancia después de todos estos años, algo se puede arreglar. Quiero decirle que es un tonto por no saber que la tecnología lo está delatando. Quiero decirle que a las nueve y media de la mañana un hombre de su talente, y con su cargo, está trabajando en el Centro Porteño para seguir ganando grandes cantidades de dinero y no debe estar, ya, en especial, por la decisión que tomó en su momento, pendiente de las fotos que sube o deja de subir una pendeja. Quiero decirle que se deje de joder, de removerme la vida con su curiosidad.

Quiero pedirle por favor que no me obligue de nuevo a hacerme esas preguntas. Quiero pedirle por favor que no nos volvamos a ver, aunque se me parta el corazón en pedazos, porque ya entendí que la felicidad no tiene nada que ver consigo; sí, ya entendí que mientras siga siendo tan cobarde y mientras eso a mí me siga molestando en cuanto lo vuelvo a percibir, nosotros nunca vamos a poder estar a gusto con el otro.

Quiero pedirle por favor que no me haga remover, con esto, nuestra despedida. Que por favor, si no va a hacer nada por mí, si sólo es mera curiosidad lo que siente, ése desliz de una mañana de lunes jamás vuelva a repetirse.

¿De qué sirve que vea, si no va a poder hablar, si no va a tener jamás en lo que le reste de vida el coraje para verbalizar lo que sea que le sucedió conmigo y, en especial, la razón por la que sigue observando fotos a la distancia? ¿Qué importancia tiene, qué importancia tengo, qué se le pasará por la cabeza, en qué pensará mientras indaga?

Quiero matarlo, sí, por molestar; por remover. Pero en especial, por ser cobarde, por no haberse jugado en su momento, por jugar con el celular justo  a fin de cuatrimestre, donde tengo que tener la mejor de las energías y la mayor concentración. Quiero matarlo, por obligarme a ser más fuerte de lo normal en una semana donde estoy en la previa a cuatro parciales.

IV

Me levanto. Se me quitan las ganas de desayunar. Me siento en la mesa de la cocina, como si me hubieran comido la lengua los ratones, y no puedo evitar que los ojos se me llenen de lágrimas. " Dios mío, ***, cómo se nota que estás al pedo, cómo se nota que sos un cagón de mierda, cómo se nota que vos ya hiciste tu vida y uno tiene que salir todos los días a remontar la suya, cómo se nota que no te duele ...", pienso. Tomo aire, hondamente y pasa un rato largo hasta que mi cabeza logra ajustarse al día donde estoy. Un rato después, almuerzo, me quedo un rato sentada al sol,  evalúo sin poder concentrarme unas cosas para la Facultad, me ducho y me voy a trabajar.  Mi labor la hago callada, aunque me debo el concentrarme para que no se me mezclen los papeles. Cuando me quiero acordar, planeo levantarme muy temprano al día siguiente para seguir con mis resumenes.

Pero estoy vacía. Me siento inesperadamente vacía en cuanto llega la noche y hago un enorme esfuerzo para no preguntarme qué le pasa por la cabeza a un hombre de 48 años para jugar con el celular como un pendejo. ¿No le duele saber? ¿No le duele ver a la distancia la vida de una persona, tal y como me pasa a mí, en caso de ser tan estúpida de interesarme por detalles de la suya?

V

Cuando habíamos hablado, hace ya seis meses, de corazón creí que ésta vez íba a poder ser distinto. Suena ingenuo pero, lo juro por lo que sea, yo pensé que como ya no le gustaba, como ya no le producía nada - por el paso del tiempo, etc - no había razón por la que tuviera que escaparse de mí. ¿No me había pedido más de una vez que fuéramos amigos, que buscáramos la variante menos dolorosa de la relación, que nos quedáramos con lo bueno de todo lo vivido junto al otro? Él, la noche de la despedida, había sido el de esas ideas, no yo. ¿Por qué no pensar que quizá tuviera razón y hubiera podido procesar la vivencia? Al fin y al cabo, la que lo había querido era yo; y el que había esgrimido sentir cosas por mí pero no poder, había sido Él. ¿Quién estaba juzgándolo por eso ahora? ¿Quién lo estaba atormentando por su decisión?

Mientras me ducho con la cabeza en otro lado, me digo que yo sé manejar éste dolorcito mejor que cualquier otro, porque ya llevo muchos años conviviendo con él. Sin embargo, hay algo que me derruye: no puedo evitar que su irrupción auténticamente innecesaria me desordene y eso es lo que no puedo perdonarle.  Porque una vez más el mundo construido se me revuelve y tengo que seguir adelante, sabiendo que todos los días le pongo lo mejor. Y me digo que tengo que seguir y salir adelante porque además tengo la obligación y el derecho de forjarme un futuro, y de progresar, y de seguir haciendo cosas para salir adelante. Me enojo consigo, o mejor dicho, con lo que su actitud tibia vuelve a representar, porque no se imagina lo que me duele pensar: "¿qué hubiera pasado si...?" una vez más; cuando la noche en que me dijo no poder seguir adelante, no poder considerar la posibilidad de que yo sufriera a largo plazo, no poder superar la diferencia de edad, fui yo la que llegó a su casa y se dió cuenta que se le había estallado el corazón y buena parte de su vida.

VI

Yo sé que no lo hace porque es una mala persona, pero volver a preguntarme por qué hace esto - no es la primera vez, y por lo general, siempre en la misma época- implica que miles de supuestos sobre su vida, se me caigan.  Sí, suena tonto, pero yo siempre lo imaginé feliz. O al menos, siempre pensé que desde su punto de vista, al dejarme, se había sentido aliviado, había tomado una decisión que le permitiera estar mejor. Siempre pensé que tanto dolor no había podido pasar en vano, que había una razón general para ésto, que quizá lo había ayudado a cambiar. ¿Pero qué lugar tiene la reincidencia en este planteo? La reincidencia me habla de cosas sin resolver, del recuerdo, del interés por saber y todo eso no me ayuda a pensar que, al menos uno de los dos, tuvo un porvenir más feliz. La reincidencia no coincide con mi tesis de que "se sacó de encima un problema". La reincidencia no coincide con la idea de que, por lo menos, tiene una pareja estable que lo debe querer y debe estar bien. La reincidencia no justifica, ni explica, ni pone lógica al hecho de que su sentir pero no poder no haya sido, necesariamente, sólo una buena excusa.

Por eso me duele. Porque siembra dudas respecto de cosas que no podré responder nunca. Porque toca puntos que yo ya tengo cerrados. Porque rompe mis argumentos, los argumentos que han mantenido mi cordura o al menos que me han ayudado a pensar un lado positivo de esta situación, y los tira al tacho de basura. Porque me demuestra que la vida tiene historias truncas, porque me demuestra que no siempre la gente es valiente, por mucho que te quiera, y no siempre la cobardía implica falta de amor.

Sí, me duele, porque no puedo decirle que quiero verlo, para que se escape, del espanto que le da cruzarme, y al mismo tiempo, no entiendo cómo una mañana me levanto y ahí, frente a mis ojos, tengo la prueba fehaciente de su curiosidad.  ¿Curiosidad, sobre qué? ¿No se da cuenta que soy yo, la misma chica por la que no se jugó, la misma piba que dejó a los diecinueve años de un día para el otro, la misma chica a la que le pidió un abrazo fuerte y que lo perdonara, la misma pibita con la que no pudo superar los veinte años de diferencia, por prejucioso y cagón? ¿Qué cree que va a encontrar de nuevo, en ese cúmulo de dolor, en ese nido de renunciamiento, en todo lo que hubiera podido ser y no fue - porque él no quiso - para nosotros dos?

Los años me han demostrado que hay gente mucho peor, dispuesta a hacer de todo con uno, y que hay gente que aún equivocándose en el camino, muchas veces, lo que pretende es cuidarte. De hecho, sin ánimos de justificarlo, el paso del tiempo, el haber tenido otras experiencias, y el haber madurado, me ayudó a comprender cuán difícil había sido, seguramente, para un hombre como Él la situación en la que yo, sin querer, desde el amor más honesto que alguna vez sentí por alguien, lo había puesto.

Sin embargo, cuando la noche del primero de enero, luego de haber roto el muro del silencio, luego de que me dejase likes en mis fotos; se escabulló como una rata, y trazó una diagonal alevosa para no dar la cara, estando con su novia, yo no pude comprenderlo más. ¿No era capaz de darse cuenta que yo no lo quería de esa manera, que no había motivos para tener temor o esquivarme así? Tonto, innecesariamente tonto. Una semana después, como si algo me faltara, me enviaría un mensaje para mi cumpleaños deseándome felicidad, diciéndome que aprovechase todos estos años porque se me iban a pasar muy rápido. Y yo, de nuevo, volvería a responderle como si nada, dejando a un lado todo, pero quedaría asombrada por el capital poder de esa pelea interna entre el deber ser y su deseo que, parecería, lleva todavía a cuestas.

Sin embargo, y por vez número dos, yo llegaría a darme cuenta que  la cercanía, en cualquiera de sus presentaciones, es equivalente del más profundo dolor.

VII

 No hay dudas de eso, aunque parezca mentira, ya sea de su lado o del mío: toda alusión suya me duele, pero más doloroso es para mí, seguir siendo testigo de su pelea interna, de su lucha entre el deber ser y el impulso de querer saber sobre la vida de una persona que, de tener la oportunidad, no volvería a elegir; por la cual no le darían los huevos para jugarse. Porque ¿cómo se va a jugar una persona que todo el tiempo me miraba como si no mereciera que lo quisiera, como si no pudiera hacerme bien? ¿Cómo se la juega una persona que no confía en si mismo, en su capacidad de conquistar a una chica - mucho, mucho más joven sí - pero que no deja de ser una persona? ¿Cómo se la juega un cobarde crónico? ¿Cómo cree en el amor de una un tipo que te dice no poder sentirlo más y al mismo tiempo te dice que no puede creer lo que le está pasando a esa altura de su vida, que se ha mirado por dentro y no puede ser?

Es imposible y muy muy doloroso, demasiado doloroso para mí. Porque yo sé lo que sigue, y porque sé de qué se trata.     Lo ví en su momento, cuando teniendo todas las oportunidades, no se la jugó. Lo ví, durante muchos años después, cuando aún estando con otra persona me miraba como si me quisiera e intentaba hacer buenas migas, sin notar que era Él quien había elegido que las cosas fueran distintas. Lo ví incluso cuatro años y medio después de haber estado juntos, en los esfuerzos por esquivarme y, al mismo tiempo, en la blandura de su voluntad a la hora de no enviarme un mensaje de cumpleaños. Lo ví en la fortaleza para abandonar todos los espacios en común, aún a costa de compartir cosas con su familia. Y lo sigo viendo ahora,  en la debilidad de seguir chusménadome la vida, un lunes a las nueve y media de la mañana.

Porque de todas las maneras y bajo todas las condiciones posibles, lo que produce el mayor nivel de dolor es saber, es estar completamente segura y sin un sólo ápice de duda, que aunque existan vacilaciones e incluso pensamientos de su parte que lo interpelen y que nunca supe, nada va a cambiar; nunca. Nada de lo que pueda pasar, en relación a Él, va a cambiar ni el dolor, ni el estado de las cosas.

  Y no es, ésto, un mero pesimismo, sino el haber llegado al fondo de un asunto y el no poder resistir una vida llena de recuerdos, el no quererla, el saber que no me hace feliz. El saber que el vacío que siento en este momento y en esta etapa de mi vida, es diez veces mejor que el dolor. Porque no es una vacuidad absurda, sino que es el vacío positivo, el que deja lugar al presente, el que no se escurre en el pasado y el que no se agita por el futuro que desconoce. Es el vacío del que ya no le importa lo de antes y no quiere pensar en lo de mañana. Es el vacío del que prefiere que no le vuelva a doler el corazón por amor.

Así, del mismo modo en que creí en Él, en su capacidad de ser un buen hombre y de respetarme a los diecinueve años, hoy a los veintitrés, lo creo incapaz de mirarse al espejo, ser honesto consigo mismo, poner lo que hay que poner, y dejarse de jugar con el celular mirando fotos de una mujer que no le importa.  En el fondo, jamás dejará de ser el mismo cobarde, al margen de que lo haya querido, y al margen de todo el amor que haya podido sentir por él.









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