Había quedado en pasar por mi casa para llevarme un regalo y yo, crédula jovencita de entonces, lo había esperado. Incluso, había dejado de hacer cosas considerando que quería estar presente cuando, antes de ir para su casa, pasara por la mía. ¿Cuándo iba a ser? ¿Durante la semana, a eso de las ocho de la noche? ¿Cuándo iba a ser? ¿Durante el fin de semana?
- ¿Cuándo vas a estar en tu casa? - me había preguntado.
Yo lo había mirado extrañada.
- Suelo estar - musité - ¿Por?
- Porque voy a pasar a dejarte algo... - dijo, solamente.
Lo miré, de nuevo, extrañada.
- ¿Algo como qué, si se puede saber? - le pregunté, sin entender muy bien del todo el punto.
El bajó la cabeza, muy serio.
- Un regalo. Te lo prometí - me recordó.
Negué con la cabeza.
- No, dejame de hinchar - lo frené.
- Cumpliste los años, te tengo que hacer un regalo...
- No, no necesariamente... - musité - En serio, por mí pasá por casa cuando quieras, pero no quiero que pases para dejarme un regalo...
Sonrió.
- Pero si ya sabés lo que te voy a regalar... ¿Por qué no querés?
- Porque no, no quiero...
- ¿Te da vergüenza?
- Sí, ademas, no lo veo necesario.
- Pero yo te quiero regalar algo... ¡No me vas a frenar!
- Pasá a verme por mi casa, sin bolsas - le advertí.
- Bueno, el finde paso... ¿estarás?
- Si pasás, avisame y me quedo - reconvine.
- Pero ¿vas a estar vos?
- Si vos me decís que vas a venir, me quedo a recibirte ¿cómo me voy a ir? - me reí.
Me miró, indeciso.
- Te llamo - prometió.
Y yo, días después, todavía seguía pensando en su promesa. ¿Cuándo iría a venir? No quería preguntarlo, pero poco a poco, iba perdiendo la esperanza. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué prometía cosas que luego no iba a cumplir? ¿Qué tenía de malo que un amigo mío, tuviese él la edad que tuviese, me tocara el timbre y me dejara un regalo? Si había venido a mi cumpleaños, conocido a toda mi familia, a mis amigos y hablado con mis padres ¿cuál era el problema? Más allá de que me correspondiera a o no, todavía por esos momentos, yo podía sentir que al menos contaba con su amistad y, precisamente desde ese lugar, no entendía por qué se ponía todo tan difícil.
A medida que fueron pasando los días, descarté la idea de que viniera. Me decepcioné lo bastante y me frustré, pero no dejé que eso se trasluciera, la siguiente vez que lo ví. Ni siquiera le toqué el tema.
- Che - se acercó, dudoso - Perdoname, no pude pasar a verte el fin de semana.
- No hay problema - le dije, solamente.
- Estuve... con cosas - me explicó.
- No pasa nada. Yo te dije que no quería que vinieras - ironicé.
- Iba a ir, pero... - suspiró y noté, extrañada, cómo se ponía algo inquieto.
Me lo quedé mirando, a la espera.
- ¿Cuándo puedo pasar? - reconvino.
- Cuando quieras, no sé, no somos malas personas por mi calle. Me avisás, y pasás. Si no estoy, en mi casa, no te van a echar. Te recibirán el paquete - le expliqué.
Asintió con la cabeza.
- Igual, voy a pasar cuando estés...
- Entonces avisame antes de salir - le dije, modificando la estrategia - Para ver si estoy.
- Bueno - dijo solamente - Lo tengo en casa, ahí, hace un montón, en la bolsa. Lo miro y me acuerdo de vos - argumentó - Digo "ay, la puta madre, se lo tengo que llevar".
Lo miré, con cierta indiferencia.
- Como quieras, no pasa nada - le recordé.
- En serio, te lo voy a dar...
- No hay problema - repetí.
Cuando pasaron un par de días, y ya no había vuelto a pasar por casa ni nos habíamos vuelto a ver, mi enojo con aires indiferentes se había convertido en tristeza. En el fondo, su regalo, no importaba; me asombraba su poca solidez en la palabra, el hecho de incumplir dos veces una misma promesa. Había algo extraño en su comportamiento y no terminaba de entender qué era. No comprendía si la que estaba haciendo algo mal era yo, si esas cosas eran normales entre los amigos o si su vacilación reflejaba cuestionamientos más hondos; porque superficialmente, lo único que quedaba a la vista, era que me estaba fallando y que volvía a sacar el tema para continuar haciéndolo.
El martes siguiente, lluvioso, mis compañeros habían organizado una cena. Me había juntado a tomar una cerveza con una amiga antes, había pasado por mi casa para cambiarme y, paradójicamente, acababa de cruzarme en el mismo local de comidas a mi profesor de la antigua universidad, que me miraba y me saludaba, inusualmente. Entré, con una minifalda negra y unas sandalias que había dudado mucho en usar. Dándome cuenta de que Él no estaba allí, me senté con el resto de mis compañeros y esperé a que se largase a llover, aún mismo eso complicase la vuelta a casa, porque necesitaba que algo bueno aminorase la tristeza.
¿Qué pasaba? Yo intuía, sabía que ocurría algo raro en su comportamiento, pero... ¿Qué le estaba pasando?
A las cenas, siempre llegaba muy temprano.
A las casas ajenas, del resto de mis compañeros, no dudaba dos segundos en ir.
¿Por qué era diferente conmigo? ¿Por qué me juzgaba, al ser joven?
II
Sentada de espaldas a la puerta, de repente, se hizo un hondo silencio. Cuando me di vuelta para averiguar qué estaba ocurriendo, lo encontré a mi lado, con un paquete en la mano. En silencio, con una visible tensión, me lo tendió frente a todos. Los demás, se lo quedaron mirando, dando cuenta de que el detalle denotaba una consideración distinta sobre mi persona. Él, pese a ir a los cumpleaños de todos, no se ocupaba de comprarle regalos a nadie y, por lo general, tampoco tenía cara de tragedia griega al entregárselos.
- Es para vos - dijo - Te lo traje.
Lo miré y agarré la bolsa.
Era de una famosísima librería de Capital Federal, y de adentro, se sentía el olor a libro nuevo.
- Gracias, no hacía falta - musité.
Mis compañeros, todavía, en silencio.
- Es de todos - dijo, mintiéndome, cubriéndose innecesariamente.
Me dí cuenta que, definitivamente, las cosas se estaban tornando muy extrañas.
- Bueno, sí, está bien, igual gracias - resumí, solamente mirándolo a Él.
Unos días después de ese suceso, reunidos en el jardín de la casa de uno de mis compañeros, pensé qué diferencia había entre esa situación y la idea de que llegara a la mía. ¿Por qué no lo hacía, ahora, si unos meses antes había pasado sin decirme nada a dejarme otra novela y no lo habían ametrallado? ¿Qué había cambiado en su consideración, durante todos esos meses?
- Qué porquería esto - se quejó, estando sentado a mi lado. Miraba su teléfono, moderno para ese entonces, y se estaba peleando con la aplicación del clima y un pequeño widget que necesitaba poner en la pantalla principal. Levanté la vista, considerando que lo estaba mirando sentada en el paso, pero preferí no decirle nada - ¿Podés creer que no se mueve? - se quejó, de nuevo, con algo de humor.
Lo miré de nuevo y le tendí la mano. No planeaba acercarme a su lado.
- ¿Querés que me fije? - le pregunté.
- No, está bien, no te hagas problema... - dijo - Es que no se entiende, no sé, ya me fijé un montón de veces.
Me encogí de hombros.
- Bueno, andá a configuración y fijate si tiene accesos directos o otras maneras de llevarlo al inicio - le dije.
Me miró, como si le estuviera hablando en chino. Sonriendo, estiró su mano y me dió su teléfono celular, servido en bandeja.
- Explicarme a ver cómo se hace, si podés vencerlo - musitó, todavía manteniendo el humor.
- Vamos a ver - le dije, sin mandarme la parte.
Y mientras rebuscaba la manera de anclar ese dichoso dibujito de la nube en la pantalla principal de su teléfono, me crucé con un calendario. Y en dicho calendario, me llamó la atención el único nombre femenino de esa lista: Julia.
¿Y quién corno era ésa Julia? ¿De dónde había salido, quién la conocía? ¿Sería finalmente el nombre de quien lo mantenía ocupado o era momento de pedirle cita al señor, a ver si se hacía unos quince minutos para pasar a verme por mi casa? De pronto, se me hizo un nudo en la garganta y, levanté la vista, desanimada.
- No sé, no puedo - le dije, tendiéndole el aparatejo.
Noté que estábamos solos en el patio, porque el resto de los participantes de la reunión se habían dividido entre ir al almacén y poner el agua para el mate. Eso, lejos de parecerme algo positivo, me angustió. ¿Cómo iba a disimular los celos, la incertidumbre, el enojo y la tristeza de saber que, efectivamente, podía estar saliendo con otra mujer y yo había sido incapaz de notarlo?
- ¿No podés? - me miró, extrañado.
- No, no puedo - le dije, y me lo quedé mirando, pensativa.
Siguió intentándolo, con la misma naturalidad de los cinco minutos antecedentes, y me miré las manos.
- Me parece que no estás tan canchera con la tecnología, eh - me toreó.
Lo miré retornando al mundo real, posible, lejano a mis cavilaciones. ¿Quién era Julia, por qué era tan importante en su vida como para incluirla en un calendario, por qué tenía tiempo para ella y para mí, no? Seguramente de mí pretendía esconderse, y de ella, por su parte, acordarse sin falta.
- Es raro ese teléfono - observé.
- O vos no estás canchera - se rió, acercándose un poco, aún estando sentado en la silla y yo mirándolo todavía desde el suelo.
Me acerqué, dejando a un lado la rabia por un momento y le indiqué:
- Tenés que hacer ésto, ésto y ésto, para mí - tocando la pantalla de su celular, volví a llevarme puesto el nombre.
Cuando levanté la cabeza, me estaba mirando.
- Lo hago y no funciona. Seguramente, no sabés tanto - sonrió.
- No, no debo saber...
- No te la compliques. Las cosas, a veces, son más fáciles de lo que parecen... - admitió.
Cuando volví a mirarlo, me pareció que ya no estábamos hablando de su celular.
- Pensé que si lo intentaba un par de veces, iba a andar... Pero no, no debo saber cómo se usan del todo estos celulares nuevos... - dije.
- Por eso, no te la compliques... - insistió - Lo dejamos así, y yastá.
- Sí, hay que dejarlo así, y yastá - consideré.
III
Con mi cámara en mano, andaba sacando fotos durante esa tarde, tal y como me habían pedido.
- A ver, *** - le dije, suavemente - ponete que te saco una foto.
- No, no quiero - dijo, de mala gana.
- Es una foto nada más...
- No me gustan las fotos...
- ¡Dale, boludo, nos sacó fotos a todos! - le gritó, de lejos, uno de los nuestros.
¿Todo lo que yo hacía le molestaba?
- Bueno, como quieras - musité.
- Sacame, dale.
Se acomodó, serio.
Le tomé la foto.
- ¿Y?
- Saliste muy serio...
- No me gusta que me saquen fotos... - dijo.
- No te saco más - le avisé.
Se me quedó mirando, a lo lejos, mientras le sacaba fotos al resto de mis compañeros. Ninguno había tenido semejante problemas con algo tan simple. Y, un rato después, mientras estaba sentaba en una silla y seguía ayudando con ciertas labores a mis compañeros, Él vino a sentarse a mi lado.
- ¿Tomás mate?
- No - dije.
- Ah, bueno... - bajó la vista.
Lo miré, de reojo.
- ¿Querés tomar?
- Si vos tomás...
- Yo no quería tomar sola, por eso.
- Bueno, dale, yo te acompaño - me alentó.
Le cebé algunos mates y conversamos brevemente.
- ¿Te asustaste el otro día, cuando te robaron? ¿Dónde fue? ¿Qué estabas haciendo en el Centro?
- Sí, la pasé mal, porque me quedé sin un peso. Estaba almorzando con mi mejor amiga. Habíamos ido a hacer trámites.
Puso cara de amargura.
- Qué hijos de puta... ¿Te hicieron algo más?
Negué con la cabeza.
- No, por suerte, no.
- Y... - dudó - ¿en qué zona fue?
- Pleno Microcentro, cerca de ****.
- Ah, yo estoy muy cerca, muy cerca de ahí - comentó.
Me pregunté qué sentido tenía su comentario, a quién le importaba.
- Che, ustedes dos, no están haciendo nada, se la pasan hablando - saltó, recriminándoselo a Él en especial, el molestísimo Pedro.
- Estaba hablando con ella, boludo, no ves que la asaltaron el otro día - argumentó, Él.
Pedro me miró.
- ¿Qué te paso?
- Me asaltaron en el Centro. Me dejaron sin un peso.
- Uh, qué cagada... ¿Pero todo bien, no? - dijo Pedro.
Asentí con la cabeza, dando por terminada la intervención.
Él, a todo esto, siguió pintando, es decir, haciendo lo que correspondía. La intervención del Paladín de la Justicia había tenido efecto. A los pocos minutos, sin embargo, levantó la cabeza:
- ¿Me vas a convidar un mate?
- Pensé que estabas pintando - le cebé uno y se lo pasé.
Lo tomó, con total naturalidad. Pensé que era lindo, con esa cara de criatura inocente, chupando mate.
- ¿Tenés que ir a la facultad por ahí? - me preguntó, como si hubiera seguido trajinando en su mente.
Negué con la cabeza, sin sospechar el vuelto que estaban por dar los planes que parecían tan seguros a nivel académico.
- Pedí otra sede para terminar el Ciclo Básico y ninguna es por Microcentro. Me la tienen que conceder una o la otra - le expliqué, sin decirle cuáles eran.
- Ummm - asintió de nuevo con la cabeza, pensativo - Gracias por el mate - sonrió.
Permanecí callada, permanecí mirándolo.
¿Quién era Julia?
IV
*varios meses después
- Voy a presentarte a una amiga de toda la vida - dijo - Ella es Julia - la saludé, sin poder evitarlo, con el desagrado atrasado - Te presento a Veinte - le indicó.
Nos miró, intermitentemente.
- ¿Vos sos amiga del Negrito? - me preguntó, en seguida, la señora de las cuatro décadas.
Mofé.
- Compañera, amiga, sí, no sé... - resalté.
- Qué jovencita que sos, mi amor...
De mal, pasó a caerme peor.
- Gracias - ironicé.
- Si yo tuviera tu edad, sabés qué... Sos muy linda. Tenés que aprovechar la juventud, linda, tenés que aprovecharla. ¿No te aburrís acá, con ellos?
De peor, pasó a caerme mega-mal.
- No, la verdad que no - evidencié.
- Yo hace muchos años que lo conozco al Negrito. Me dijo de venir, aunque no conozco a nadie más en todo el cumpleaños.
Le hice un gesto de despreocupación.
- ¿Vos conocés al cumpleañero? - me preguntó.
Asentí con la cabeza.
- Qué divina, tan joven, en un cumpleaños de todos viejos... - se carcajeó. Yo la miré, pensé que era lo bastante idiota y me quedé callada. En cuanto pude, me levanté y me acerqué a la mesa, para servirme un trago.
Vino el cumpleañero en cuestión, bastante tira tiros.
- ¿Qué viene a buscar, jovencita? - me miró, con perspicacia.
Él nos miró, orbitando la conversación.
- Bebida, jovencito - lo toreé.
- ¿Qué te preparo? - me sonrió - ¿Cerveza, Campari, vino? Elegí, mirá, hay muchas opciones...
Dudé.
- Cerveza...
- ¿Segura, eso?
- Sí, si - lo miré, mientras me servía - Gracias, joven - me atajé.
- De nada, belleza, que lo disfrutes - musitó.
Él se acercó, a interrumpir la charla.
- ¿Qué estás tomando? - me preguntó.
- Cerveza - le señalé.
- Dejá de tomar - suspiró - Todo el día tomando, todo el día tomando - parodió.
Julia, la dichosa, también se sumó al cuarteto.
- No inventes... dije y ella me interrumpió.
- ¡Negrito, me vas a buscar un trago! - le pidió, en un gesto suplicante.
- Sos rompe, eh - se carcajeó, pero fue, el muy pollerudo, fue.
Lo miré, intermitentemente, alejarse. Pensé que no en vano ya desde el primer momento ese nombre me había despertado los celos.
- ¿Y vos, nena, qué estás tomando?
- Una birra - le expliqué, por tercera vez.
- ¿Qué hay en la barra?
- Andá, porque es variado - le indiqué.
Andá, sí, andá y tirate detrás de las botellas, ridícula, recuerdo que pensé.
Los mire, en perspectiva, trajinando. Él no parecía estar en otra actitud, pero en ella, había un apego y una cercanía que no me gustaban para nada.
Me alejé, dándome por vencida, hacia una hamaca paraguaya.
Vino a sentarse al rato, cerca.
- Levantate de ahí, borracha - la empezó.
- No empecemos... - dije.
- ¿Te sentís mal?
- No, estoy bien...
- Tomaste mucho...
- No, no - insistí.
Recostada en la hamaca, lo miré, de refilón. No me sacaba los ojos de encima, aún mismo, estuviese Julia ahí. ¿Y si realmente era su amiga, si Él la veía como la amiga de su infancia?
(...)
- Vos sos un mentiroso. Decís una cosa y hacés otra - argumenté, en relación a otro tema.
- No te miento - me dijo.
Yo seguí recostada con cierta indiferencia.
- Te voy a dar vuelta la hamaca... - me amenazó.
- Y yo, te voy a bajar lo dientes - le dije, y se rió.
Julia nos miró de reojo, bebiendo, desde atrás.
Él extendió la mano, pero no llegó a tocarme.
Unos minutos después, lo explicitó.
- Dame la mano.
- No, salí de acá.
- Encima de borracha, mala.
- Nunca me lees, cobarde.
- Siempre te leo.
- No me mientas, te da miedo leerme, te doy miedo - le dije.
Se rió, más relajado, gracias al alcohol.
- No, no me das miedo. Siempre te leo. A la noche, cuando no me puedo dormir. En serio. Sé todo lo que dice en esa página.
Mofé.
- A vos mi escritura te da miedo... - dije.
- Dame la mano, guacha - musitó.
Se la extendí.
- Sos vaga, todo el día acostada ahí - me sonrió, sosteniéndome la palma.
- Sos San Cayetano, vos, dale... - mofé.
(...)
- Negro, negro, vení acá - lo llamó, como una nenita - ¿no tenés a nadie para presentarme?
- ¿Cómo te voy a presentar, yo?
- No sé, vos sabés...
- No sé, fijate vos... - le dijo, relajado.
Yo la miré y bebí, sin decir nada.
Él lo notó.
- Yo quiero a un hombre que me quiera, Negro, dale, vos sabés...
- No, no sé, boluda - le dijo.
Ya a esa altura yo le quería conseguir un burro, para montarla encima, y mandarla derechito al Desierto. De seguro allí, si todavía quedaba alguien, tendría mucho amor para darle.
- No es que pretendo nada serio, pero me gustaría tener un hijo. Después, si al tipo no lo veo más, no importa... - arguyó.
¿Qué más serio que una criaturita?
- Salí, eh, a mí no me mires - le dijo, Él.
Ella se rió.
- Tarado... - le contestó - Vos, nena, buscate a un tipo que te trate bien, que te quiera, haceme caso... - dijo.
" El tipo que te estás intentando levantar, atrevida, es el tipo con el que tengo la duda " pensé.
Él me miró. Le devolví la mirada con ciertos aires de desconcierto. Realmente, me costaba entender que fuera tan ridícula.
- No creo que se trate de buscar - le contesté.
- Vos, Negro, igual - le dijo a Él - ponete las pilas.
- Dejame de joder, boluda, qué te pasa. Andá por otro lado a buscar...
Me miró. Terminé mi vaso de bebida y fui a dejarlo sobre la barra montada en el hermoso jardín trasero de mi vecino.
- Vieja de mierda - murmuré.
(...)
- Che, yo me voy - me dijo - ¿Vamos?
- No, está bien.
- Vení un cachito - reconvino.
Nos alejamos, en una esquina del patio.
- La está pasando mal. Acaba de separarse. Me mandó un mail, re deprimida, y pensé que le iba a hacer bien venir a la fiesta. No sé qué le pasa...
Lo miré, sin entender de dónde venían las explicaciones.
- Qué lastima... - argumenté, secamente.
Se rió.
- No seas hija de puta...
- ¿Por?
- Porque lo decís con una cara...
- Guarda que a vos te van a encajar un pibito, eh... - le advertí.
- No, estás loca vos...
- Cuidate, por favor, cui-da-te... Lo único que te falta, si no.
- Shhhh, vos cuidate, vos... - bromeó - Dale, vamos, vamos - me fui llevando hacia la entrada - Las llevo a ella, también, no la puedo dejar sola. Está en pedo, la boluda.
Me encogí de hombros.
- Yo me voy sola, mejor... No me dá ir - me acerqué a darle un beso.
- No, vos te venís conmigo.
- ¿Y con la ebria...? - ironicé.
Se rió, sin poder contenerse.
- Por hija de puta, ahora, me vas a dejar que te lleve. Dale, sé buena... Ya te expliqué, dale, la está pasando mal...
- Y yo entiendo eso. No tenés obligación de alcanzarme a mí, enfocate en ella. ¿La está pasando mal, no? Bueno, quizá necesitan hablar entre ustedes - le dije, poniéndome más empática.
Sonrió.
Sonrió.
- Pero no, vos vení... Dame una mano, dale, que sólo es una cagada...
- ¿De qué te quejás, si es tu amiga? ¡No seas mal amigo!
- No soy mal amigo, pero veni, dale.
- No soy mal amigo, pero veni, dale.
Revoleé los ojos. Me subí al auto de mala gana, con la ebria. Durante aquéllas cuadras que se me hicieron eternas, no emití sonidos. Así, cuando llegué a mi casa, bajé del auto, y pasé por al lado de Él.
- Chau a ambos - les dije, de lejos, apunto de empezar a caminar, hacia la puerta.
Él sacó un brazo por por la ventana.
Él sacó un brazo por por la ventana.
- ¡Para, pará, veniii! - dijo, sin poder evitarlo.
- Chau, Julia, nos vemos - seguí, sin darle pelota.
- ¡Chau hermosa, y haceme caso, buscate a un hombre bueno, aprovechá que sos hermosa y joven! - la siguió.
Además de pesada, parecía anhelar un poquito la idea de la juventud. Yo no le di importancia y seguí caminando, hasta dar la vuelta.
- ¡Chau hermosa, y haceme caso, buscate a un hombre bueno, aprovechá que sos hermosa y joven! - la siguió.
Además de pesada, parecía anhelar un poquito la idea de la juventud. Yo no le di importancia y seguí caminando, hasta dar la vuelta.
- Pará, saludame, dame un beso, vení - insistió, Él.
Y ese gesto, desbocado, me sorprendió para mejor. Nunca me había pedido afecto de esa forma, nunca me lo había remarcado tanto. Era obvio que algo, todavía incierto, estaba ocurriendo. Faltaban solamente dos o tres semanas para averiguarlo, pero no lo sabía yo, ni tampoco, Él mismo. Así que me asomé a la cabina y lo besé en la mejilla, todavía esa noche, sin sospechar que faltaba poquito para el primer beso. No hice lo mismo con ella, que vivía a pocas cuadras, saludándola con la mano.
Él retuvo un segundo más...
Él retuvo un segundo más...
- ¿Vas a la facultad, esta semana?
- Sí
- Llamame el martes. Dale, así arreglamos - dijo.
- Vemos, sí - reconvine.
- Llamame dale.
- Te llamo, está bien - insistí.
- ¿Nos vemos el martes?
- El martes vemos, dale - lo frené.
- ¿Nos vemos el martes?
- El martes vemos, dale - lo frené.
Mentalmente, le mandé un besito grande a Julia.
V
*unas dichosas semanas después.
- ¿Vos te estás acostando con esa Julia, no? - le pregunté, una noche.
- ¿Con Julia? ¿Estás en pedo? - se rió.
- Sí, con esa... - lo miré, sin un mínimo de gracia.
Sentando frente a mí, me miraba desconcertado.
Sentando frente a mí, me miraba desconcertado.
- No, por Dios, nena, es mi amiga...
- Amiga, dale.
- ¡Pero si no te acordás que te dije que mi amiga de toda la vida!
- ¿Y? Una cosa no quita la otra...
- Pero sí... ¿Cómo me voy a estar acostando con ella? ¿Estás loca?
- ¿Y por qué no podría ser así? ¿Es una mujer o una piedra? Es una mujer...
- Ya sé, pero no es así - me miró, con ternura - Nosotros dos dormíamos juntos cuando éramos chicos...
- ¿Y? Una cosa no quita la otra...
- Pero sí... ¿Cómo me voy a estar acostando con ella? ¿Estás loca?
- ¿Y por qué no podría ser así? ¿Es una mujer o una piedra? Es una mujer...
- Ya sé, pero no es así - me miró, con ternura - Nosotros dos dormíamos juntos cuando éramos chicos...
- Ah, arrancaron temprano - ironicé.
Sonrió, aguantando la risa.
Sonrió, aguantando la risa.
- Es como una prima, no sé, es familia... Yo la veo como si fuera de mi familia, no me voy a acostar con ella.
Lo miré.
- Le gustás - espeté.
- ¿Quéeeee? ¡Estás loca! Es mi amiga.
- Está "Negrito, Negrito, Negrito" - la imité - Como mujer te lo digo, le gustás.
Se rió.
- No- me - acosté - con - ella - repitió.
- Está "Negrito, Negrito, Negrito" - la imité - Como mujer te lo digo, le gustás.
Se rió.
- No- me - acosté - con - ella - repitió.
- Mirá, en serio va esto: si vos te acostaste con ella o si está pasando algo con ella, por favor te lo pido, no me mientas. Decimelo ahora, por favor, no me mientas. Yo te prometo que no voy a reaccionar mal, pero lo único que quiero es que vos no me mientras durante ésta charla. Quedamos en ser sinceros... - le pedí.
Mirándome con ternura, se acercó más a mí y me habló con calma.
- No pasa nada con ella. ¿Me creés? No pasa nada. Nosotros somos amigos desde hace muchos años. Desde que éramos chicos, sabés las de anécdotas que tenemos juntos. Es una piba buena, Juli, pero es mi amiga. Nunca tuve nada con ella, ni siquiera, antes. Ella está ahora de nuevo con el marido, además, viendo si se puede reconciliar... - me comentó.
Bajé la cabeza.
- Vos me decís que ella se está por juntar de nuevo con el marido, y a mí, en el evento pasado, me vinieron a decir que vos y ella se estaban acostando. E imaginate, está todo el tiempo encima tuyo, te toca todo el tiempo... ¡TE TOCA! - esgrimí - Para mí, la mina esa te tiene todas las ganas, más allá de todo...
Mirándome con ternura, se acercó más a mí y me habló con calma.
- No pasa nada con ella. ¿Me creés? No pasa nada. Nosotros somos amigos desde hace muchos años. Desde que éramos chicos, sabés las de anécdotas que tenemos juntos. Es una piba buena, Juli, pero es mi amiga. Nunca tuve nada con ella, ni siquiera, antes. Ella está ahora de nuevo con el marido, además, viendo si se puede reconciliar... - me comentó.
Bajé la cabeza.
- Vos me decís que ella se está por juntar de nuevo con el marido, y a mí, en el evento pasado, me vinieron a decir que vos y ella se estaban acostando. E imaginate, está todo el tiempo encima tuyo, te toca todo el tiempo... ¡TE TOCA! - esgrimí - Para mí, la mina esa te tiene todas las ganas, más allá de todo...
Se rió.
- No me toca, Veinte... Es así.
- ¿Vos también sos así, me tocás porque sos así? - le pregunté.
Me miró, con intensidad.
- No me toca, Veinte... Es así.
- ¿Vos también sos así, me tocás porque sos así? - le pregunté.
Me miró, con intensidad.
- Qué caliente que estás, cabrona.
- ¿Ella te gusta? En serio, podés decírmelo. Necesito saber.
- Noooooooo- me aclaró.
- ¿Seguro?
- Sí - dudó - ¿Quién fue el hijo de puta que te dijo eso?
- ¿Qué te importa? Yo sola puedo notar estas cosas... - distorcioné los hechos un poco.
- Es que te dijo cualquiera, no le creas... Qué hijos de puta que son...
- ¿Quién fue el pelotudo que me contó el secretito, no?
Sacudió la cabeza.
- ¿Me estás hablando en serio? ¡Nooooo!
- Sí, me dijeron eso... ¿Qué querés que te diga?
- Nada que ver con ella, nada que ver. Ella no me gusta, no pasa nada. Nunca pasó nada. No me estoy acostando con ella.
Suspiré.
- ¿Sabés la cantidad de años que hace que la conozco a Julia?
- Un día ví que tenías agendado con ella un evento... La tenés presente, veo.
- !Porque si no lo agendo me olvido...! Tengo muchos quilombos en la cabeza, muchas veces, con la oficina. Entonces, me agendo las cosas, porque como buen viejo que soy, sino, me las olvido. Y cuando salgo, salgo desgastado, pensando en otro montón de cosas... En otros temas...
Me miró, con intensidad.
- ¿Soy uno, no? - le dije, juguetona - A mi, como soy la peste, no me agendás en tu calendario de compromisos...
Se rió, suspirando.
- Sos tan pero tan jodida... - suspiró - ¿Así que estabas encabronada re mal por eso?
Negué con la cabeza.
No estaba enojada, yo estaba celosa.
No estaba enojada, yo estaba celosa.
(...)
- ¿Cuando te referís a que hubo un momento donde ibas y venías, cuenta lo del libro?
Sonrió.
- Sí - lo recordó.
- Me podés explicar, ya que nos estamos sincerando hoy, ¿qué pasó ahí?
- Nunca se me complicó. Bah, sí, yo no sabía qué hacer... Si ir o no ir a tu casa, entonces te decía que iba a pasar, pero después llegaba a mi casa, miraba la bolsa y no podía. Te lo juro.
- ¿Por?
- Porque estaba muy confundido con vos...
- Te juro que yo pensé que tenía una peste. Me esquivabas y después volvías y me decías las cosas. Merecías que te pegue una trompada - me reí.
Se rió, a la vez.
- No, es que no sabía qué hacer.
- Como si viniendo a mi casa yo me fuera a casar con vos...
- No, es que... No podía. Iba más allá de eso, era por otra cosa. Es muy difícil para mi. Tenía miedo de ir a tu casa, tenía cagazo de que tus viejos me sacaran cagando ¿entendés? Pensé que no tenía que ir, que no estaba bien...
- Igual que con todo - le dije, con cierta crueldad - Con mi cumpleaños, pasó igual.
- No, pará, ahí fui.
- Bueno, me alegro por vos...
Suspiró.
- Lo que quiero decir es que ahí te prometí algo y te lo cumplí.
- No es el hecho, también cuenta el modo. ¿Por qué te cuesta todo tanto conmigo? Si no lo sentís no lo tenés que hacer. No importa si yo sufro, no lo hagas para darme el gusto, porque yo me confundo, si no, pienso que te importa...
Negó con la cabeza, sonriéndome.
- No lo hago para darte el gusto. Lo hice porque quería. Fui a tu cumpleaños, porque quería. Es más ¿sabés qué? Me escapé de una cena para estar en tu cumpleaños... No te lo iba a decir, pero ¿te das cuenta que quería ir?
- ¿Cómo que te escapaste?
- Sí, porque estaba comiendo con mi hermano y mi papá. Había llegado de la oficina decidido a no ir, pese a lo que te había dicho. Es más, llegué, me puse re croto y fui a buscar a mi papá para comer, y después, se sumó mi hermano.
Me quedé pasmada. Había trazado todo un plan de evasión.
- Sí, yo te ví con tu papá, un rato antes. Vos no me viste.
(...)
- Estábamos cenando, lo más bien y ... - suspiró - agarré, me levanté de la mesa, agarré las llaves del auto y me fui hasta tu casa. Así, no me importó si estaba medio croto. Yo te había dicho que iba a ir y bueno... Tenía que ir.
Repensé ese día, y encontré detalles que encajaban.
- ¿Porque querías o porque me lo habías prometido?
- Porque quería...
Sonreí.
- No podés negar que tan confundido, en el fondo, no estás conmigo... - me reí.
- Sos muy brava, vos, muy muy brava.
- Y vos sentís que soy una pestecita... - bromeé.
Nos quedamos mirándonos, expeliendo atracción mutua hasta llenar el ambiente.
Por suerte, esa vez, no estaba Julia. Por suerte, esa vez, tampoco estaba el compañero que me había ido con el cuento, y al mismo tiempo,me había ofrecido "un viaje de placer". Por suerte, ésa vez, no había intermediarios.
Finalmente habíamos dado con una pequeñita tregua, donde "la felicidad era un disparo" y esa vez, le tocaba al miedo sobrellevar las heridas.
Finalmente habíamos dado con una pequeñita tregua, donde "la felicidad era un disparo" y esa vez, le tocaba al miedo sobrellevar las heridas.